Prólogo.

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La fría y escurridiza lluvia manaba sin cesar a un ritmo ensordecedor, las gotas resbalaban por su cuerpo agotado y los pies le calaban por correr, al parecer, ya varias ramas se habían enroscado en sus tobillos huesudos, dejando marcas de profundos y dolorosos rasguños, pero ella seguiría corriendo, huyendo de una muerte segura, la espalda le sangraba, mas sin embargo en lo único que podía pensar Margarett era en oponer a salvo al bebe enroscado en su regazo, un pequeño ser sujeto por un pedazo de camisa rota, Maggie corrió colina abajo, sin mirar atrás ni una sola vez, y con el corazón saliendo por su garganta, ¿qué hacer? En su fuero interno chillaba como una niña pequeña, pues así era como se sentía, sin refugio alguno, como un pequeño ratón el cual un par de gatos desea cazar, pero en su caso sólo era uno y muy grande, salto un tronco, y después otro, jadeaba y los muslos se le trenzaban, no aguantaría más, ya no, el único hombre al que tanto temía salto de los arbustos, empujando y tirándola de un costado, su brazo protegió al ser de sus entrañas, era alto pero en ese estado lucía más su estatura, fornido y guapo, los hombros tensos caían dejando unos brazos voluminosos terminando con unas manos en puño, venas resaltando, Entonces su mirada perdió cualquier intensidad de luz, Los labios rozados que había besado tantas veces se tornaron pálidos y su mirada frívola, y fue cuando supo que todo había acabado.

Todo fue producto de una vaga necesidad, y un insolente capricho.

-No...Por favor, él bebe no...- susurro en vano la musa.

No pronuncio ni una palabra, todo él se había ido, esfumado, como el humo de una colilla al expulsarla repentinamente de los pulmones hasta la boca, los ojos le brillaban, ahora no era ese ser hermoso, ahora era una bestia, brutal y sin sentimientos, abrumada por sus pensamientos, Maggie cerró los ojos y las lágrimas resbalaron junto con la fría lluvia, él se acercó y la acarició, acaricio su cuello con suma delicadeza hasta su mejilla,  ella respiró hondo, absorbiéndolo, entonces la brutal bestia tomo su barbilla y la mano derecha resbalo por su cuello, de esta manera no se veía tan brutal, hasta que la vestía le partió el cuello, matando a Maggie, su cuerpo inerte descanso en el pasto húmedo con los ojos aún abiertos y la criatura en su regazo, el ser que una vez fue hermoso le cerró los ojos, el majestuoso monstruo extendió sus alas parecidas a las de pájaro, negras como la noche, las plumas caían pesadamente y entonces pronuncio dos palabras antes de alejarse para siempre, dos últimas palabras:

-Hemos caído.-

Sin apresurarse elevo el vuelo  como buen cobarde adiestrado, dejando un pequeño pedazo de si cubierto por una mujer sin vida.

The hell in our heartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora