Capítulo 2: Notre Dame

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Capítulo 2: Notre Dame.

Nacimos y crecimos unos a lado del otro, luego ellos llegaron y dejamos de ser los juguetes de Destino. Ahora Destino sólo les ponía atención a ellos... Ahora nosotros éramos juguetes viejos.

Sería mejor que las cosas sucediesen de manera rápida y fácil, lamentablemente nunca lo hacen. Seria agradable decir que fue en una mañana calurosa, como muy pocas a lo largo de la mitad del verano en París, Francia, no obstante estaría diciendo una mentira. Fue una tarde nublada y con algo de neblina, las nubes grisáceas se acercaban al tono negro y era absolutamente obvio que una tormenta se avecinaba, y ese factor para mí era una ventaja. La luz del sol no podía colarse por las nubes gruesas y grisáceas, pero aquello, ni el mismo fuerte viento que jugaba con las copas de los árboles, los abrigos y los cabellos de las personas, impedían que turistas quisieran entrar a la catedral. Sonreí, ya que aquello era algo gracioso. No se les puede detener ni aunque se abra tarde y cierre temprano, son como una plaga pensé. Me acerqué a la entrada intentado no llamar la atención, y buscando con la mirada una melena negra o una silueta voluptuosa. Un abrigo me protegía del viento, o más debería, no obstante éste jugueteaba con mis cabellos, haciéndolos subir y bajar a su propio compás, al igual que enredándolos a su antojo. Intenté aparentar que producía frío en mí aquel tacto del viento, aunque así no fuera, y al estar cerca de unos cilindros bajos de piedra ubiqué aquella melena que buscaba. Me acerqué a ella con cuidado, había gente a su alrededor que formaban parte de la fila para entrar. Ella me daba la espalda, y se encontraba inmóvil, o casi, el tacón de su bota golpeaba el pavimento con fuerza, sin embargo solo produciendo un quedo sonido. Está aburrida, y tal vez igual algo impaciente.

— Te has tardado —Su cabeza se volteó a mi dirección. Se levantó y dio media vuelta para vernos cara a cara—. ¿Por qué nunca llegas a la hora? —preguntó con un tono de fastidio algo fingido.

Incliné la cabeza a un lado, un acto referente a una duda, no obstante yo sabía perfectamente a qué se refería. Había llegado pocos minutos antes de las seis, pero me encontraba unas calles abajo y, a pesar de haber podido estar ahí exactamente a las seis en punto, la nostalgia se había apoltronado en mi estómago, o eso fue lo que creí. Me encogí de hombros, y una sonrisa ladina se colocó en mis labios. Decidí no responderle todavía, cambiando mi acción a observarla detenidamente. Su cabello oscuro le caía como cascada por la espalda, era tan lacio como una tabla y de un negro tan oscuro como la noche sin luna, sedoso y abundante. Era muy guapa, tenía la piel blanca por evitar el sol, y normalmente traía las mejillas sonrosadas. Sus rasgos eran muy femeninos y delicados, haciéndola ver como una muñeca de porcelana. Sus labios eran finos, y con un rosa muy claro; su nariz pequeña y perfectamente derecha. Las mejillas llenitas y siempre con ese rosa que me recordaba a una muñeca. Pero lo que más llamaba la atención de las personas eran sus ojos; unos grandes y redondos ojos verdes esmeralda, mucho más expresivos que su rostro o personalidad. Eso era el centro de atención de ella, aquello que la diferenciaba. No me parecía extraño que muchos chicos la hubieran pretendido a lo largo de los años.

— ¿No dirás nada? —preguntó alzando la ceja levemente, e interrumpiendo mi análisis. No había cambiado en absoluto. Era la misma chica que había dejado sola, e igual que seguía tratándome como una niña pequeña.

—No tengo porqué discutir contigo —fue la respuesta que sonó de mi garganta, fue cortante sin pretenderlo. Ella presionó los labios y sus ojos se posaron en los míos que no tenían chiste alguno, mucho menos vería ahí reflejada la burla, no podría encontrar nada.

Hay momentos para hablar, y otros para examinar, pero no hay uno con los dos juntos siempre me repetía para mis adentros en variadas ocasiones y esa fue una de ellas. Aquello era cierto, o haces una cosa o la otra, no las dos al mismo tiempo. Yo no iba a hablar hasta haber terminado mi análisis sobre ella, sobre mí, sobre nosotras. Era cómo comer, o saboreas la comida o te concentras en la plática que te hacen tus acompañantes, no los dos al mismo tiempo.

Nuestro mundo entre las Tinieblas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora