Capítulo 22

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Capítulo 22

María, Ana y yo permanecíamos de pie, observando como el coche de la asistente social desaparecía por el camino de tierra. Incluso, sin mirar a la pelirroja sabía que sus venas estarían a punto de explotar y que su lengua estaba siendo apresada por sus dientes para no soltar cualquier palabra mal sonante. Probablemente, lo menos perverso que se le hubiera ocurrido, sería haberme arrancado la pelotas.

—Espero que sepáis lo que hacéis—. Murmuró con falsa calma.

—Ana, es una buena idea—Respondió María, dedicándome una mirada compasiva, como si supiera la que estaba apunto de caerme encima.

—¿Buena idea?—Los ojos verdes relampaguearon, observándonos a ambos— ¿Sabes lo que puede pasar si...?

—Pero no va a pasar—Intervine—Tienes que confiar en mí.

Una sonrisa sarcástica curvó los rosados labios, unos labios que me llamaban como el mejor canto de sirenas.

—¿Qué confíe en ti? Llegas muy tarde para eso, ruso.

Inspiré lentamente, tranquilizándome. Me había prometido a mi mismo no mostrarle cuanto me dolía su indiferencia o sus frases hirientes. Le era demasiado fácil destrozarme sin mover un solo músculo.

—María, ¿puedes dejarnos un momento a solas?—Le pedí. La mujer huyó de allí, intuyendo que la bomba estaba a punto de estallar.

Mis ojos buscaron los verdes, en los que no encontré más que un odio ponzoñoso. ¿Qué había hecho para merecer aquello? Le mentí, sí. Lo asumía. ¿Pero como le demostraba que únicamente trataba de proteger lo que fuera que tuviéramos? ¿Es qué no veía el poder que tenía sobre mí? En sus manos me convertía en un pelele sumiso dispuesto a todo.

—Tienes dos opciones, Ana. Dejar de ser una completa idiota y ver que esto lo hago por ti o...

—Jamás te he pedido que hagas nada por mí—Soltó como veneno, dando un paso al frente, apuntándome con el dedo.

—No, no lo has hecho. Al igual que no te has dado cuenta de que voy a hacer todo lo posible por hacerte feliz. Y sí eso conlleva mentir para que tengas a esos niños y jugarme el cuello, bienvenido sea.

Su actitud pareció cambiar. Sus hombros se relajaron y el odio se fue disipando.

—No metas la pata en esto ruso—Aunque su intención era amenazar, sonó a ruego.

—No lo haré.

Asintió, respirando fuertemente por la nariz. La conocía lo suficientemente bien para saber que en su cabeza se desataba una especie de debate: confiar o no confiar, he ahí la cuestión.

Ana era un hueso duro de roer y me hubiera sorprendido que me lo pusiera tan fácil, así que ni siquiera me inmuté cuando sin apartar la mirada de mis ojos dijo.

—Nos casaremos y adoptaremos a Aday y Nayla, pero una vez nos divorciemos su custodia será únicamente mía. ¿Entendido?

Afirmé con la cabeza, guardándome para mí el plan que tenía entre manos. Si todo salía como lo tenía planeado, el divorcio nunca llegaría.

Escuchamos atentos los consejos que María nos daba en su despacho, todo se reducía en planificar todo a la perfección. El hogar, la fecha de la boda, nuestra historia. Todos coincidíamos en que la historia real que Ana y yo habíamos vivido quizás no fuera la mejor para contar a la asistente social. Ya podía imaginar la cara de la pobre mujer al contarle que la pelirroja me propuso una relación exclusivamente sexual y que no paró hasta conseguirlo. Tenía que admitir que nadie la ganaba a persistente.

Probablemente nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora