Capítulo 25
Los oídos me pitaban y las manos me sudaban. En toda mi vida no recordaba haber estado tan nerviosa como en ese momento arrodillada ante Alekséi, abriéndole mi pecho y entregándole mi corazón con una fe ciega. Me sentía como bichito al que se podría matar fácilmente. Él podría matarme fácilmente. He ahí donde residía todo mi miedo. Con el ruso no existían medias tintas, tenía que entregarme al completo, darle en bandeja mis alegrías y mis penas.
Y curiosamente, por muy nerviosa que estuviera, no había dudado un segundo.
—Tienes la extraña manía de complicar todo, pelirroja—. Murmuró y acto hincó una rodilla en el suelo, situándose a la misma altura que yo.
Sus ojos se clavaban en los míos, pero su boca no pronunciaba palabra.
—No me has respondido, ruso.
Alargó uno de sus brazos y colocó su mano en mi mejilla, dejándome sentir el calor de su piel.
—No hace falta que te responda, Ana. Tú ya lo sabes—Inspiró profundamente, como si estuviera armándose de valor y añadió: — Te amo, pelirroja. Y pasar mi vida contigo es lo único que te pido.
—Me lo tomaré como un sí—Dije burlona en un intento fallido por ocultar la emoción que sentía.
Con la sonrisa más inmensa que había visto en su rostro, tomó mi cara entre sus manos y sin esperar me plantó uno de esos besos que me descolocaban y enamoraban cada vez más.
—Y el lobo atrapó a Caperucita—Susurró juntando nuestras frentes.
—¿Quién es el lobo y quién Caperucita?
Alekséi se alejó uno milímetros, lo justo para que nuestras miradas se encontraran.
—¿Es qué no está claro? Me has tenido entre tus garras desde que te besé por primera vez.
Era tan extraño. Sentía como si todo por fin tuviera un sentido. Como si el ruso le diera sentido a esa parte de mi vida que jamás eché en falta y en ese momento pasó a ser primordial. Él lo cambió. Me enseñó a comprender que el amor, si era del bueno, te liberaba. Y justamente me sentía así, libre.
—¡Ana! —Oí que gritaban dos vocecitas agudas que reconocí al instante.
Mis ojos dejaron de observar a Alekséi para mirar a Aday y Nayla que se acercaban corriendo, dejando a María atrás, quien trataba de seguirles los pasos.
Abrí los brazos y esperé que sus cuerpecitos chocaran contra el mío para encerrarlos en abrazo. Sepulté la cabeza entre su cabello y aspiré aquel olor que adoraba tanto; amor. Un amor que aquellos niños me habían regalado desde el minuto uno.
—Os he echado tanto de menos—Dije aún oculta, con las lágrimas rodando por mis mejillas.
—No nos vuelvas a dejar—Pidió Aday abrazándome tan fuerte que por poco pierdo la respiración.
—Lo prometo, cariño.
—¿Para mí no hay hueco? —Oí que preguntaba el ruso.
Nayla, con esa bondad que robaba corazones se despegó de mí y se tiró a los brazos de Alek, seguida por su hermano. Y entonces, solo entonces, tuve la imagen más maravillosa que tendría en mi vida; Alekséi seguía de rodillas con su habitual indumentaria negra, sonriendo como solo un hombre locamente feliz podría hacer, sosteniendo en sus brazos a los dos hermanos vestidos de blanco y los rostros iluminados al saber que sí, ahora si estaban con su verdadera familia. Una familia que los querría y protegería siempre.
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Probablemente nunca
RomanceAna era una mujer de armas tomar; segura de sí misma, obstinada y odiaba las historias de amor. Alekséi lo que tenía de belleza le faltaba de simpatía; tosco, testarudo y serio. Se había cansado de encontrar cada mañana un rostro diferente en su cam...