Prólogo:

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Según camino hacia el barranco, observo el paisaje: un cielo rojo burdeos en el horizonte, mientras se degrada en una escala de rojos cada vez más llamativos y oscuros. Se acerca la noche y falta poco para que los demonios de la oscuridad surjan del cielo negro y engullan el mundo durante la noche para comenzar la orgía sangrienta nocturna.

Todo está tranquilo, no se oye ni una sola alma en aquel lugar desierto y olvidado, aunque según me voy acercando al borde de aquel abismo, comienzo a oír el sonido de la marea, las olas chocando contra el muro de piedra del espectacular barranco de Nastiyak, y según me acerco más, comienzo a oír también el grito de los condenados.

Al llegar a Nastiyak me siento en el borde observando el mar infinito que se alejaba en el horizonte, un mar morado, por la mezcla del color del mar oscuro y de aquel atardecer rojo sangre, sin duda es mi lugar preferido para pensar, para llorar y desahogarme. Aquí yo soy feliz, no cabe duda.

Bajo la mirada y observo mi escenario favorito, de la pared rocosa del barranco hasta unos cincuenta metros metidos en el océano, surgen unas estalagmitas del terreno, altas y afiladas, en las que se encontraban las víctimas torturadas a mano de los demonios, empaladas de abajo a arriba, y malditas por un conjuro de muerte, seguirán vivas hasta la eternidad, viviendo día a día la tortura infinita de estar condenado al dolor y a la soledad inimaginable del cuerpo y alma.

Pronto se empezó a hacer de noche, poco a poco en el horizonte se comenzaron a ver los contornos de los terribles demonios, volando con sus terribles alas, de las que salían finos hilos de alma, de todos los seres que los demonios habían matado y consumido. En el momento en el que culminó la noche, abrí  los ojos, y me encontré de nuevo en mi cama.

El AskrïchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora