Epílogo

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(Hay una melodía en multimedia para ambientar el texto. La última que nos acompañará. Disfruten el capítulo)

El camino se me había hecho eterno. Llegué lo más rápido que mi carro había permitido, pero ahora observaba incrédulo la escena frente a mí.

Miré de nuevo el papel con la dirección para rectificarla por tercera vez consecutiva. Sí, esta era la casa, aquella que estaba rodeada de policías y varias personas husmeando los acontecimientos.

Corrí hacia el lugar y juró por Dios que el tiempo pasó a mí alrededor en cámara lenta, los ojos me escocían y la ansiedad carcomía mis entrañas.

—Permiso, abran paso, permiso —pasé por entre la muchedumbre.

Llegué al punto donde estaba la cinta demarcatoria de "prohibido el paso" y la crucé por debajo.

—¡Hey, hey, amigo! Alto ahí, ¿A dónde crees que vas? —inquirió uno de los policías en tono molesto alcanzándome por el brazo.

—¿Qué ha pasado aquí?

—Eso no es de tu incumbencia, ahora vete.

—Esta es mi casa, aquí viven mi esposa e hijas ¡¿Qué pasó con ellas?! —el policía me miró con expresión sorprendida.

—¿Puede identificarlas?

—¿Qué? ¿A qué se refiere con eso?

—Señor, lo lamento mucho, acompáñeme.

El policía me guió hasta el interior de la casa donde una docena más de personas, entre policías y lo que intuí, algunos investigadores forenses se encontraban examinando diferentes objetos.

Nos dirigimos hacia la parte trasera de la sala hasta que divise el cuerpo de una persona tirado en el suelo, a su lado alguien recolectaba muestras minuciosamente, este posó su mirada sobre mí y se puso de pie. Era un tipo de aproximadamente cuarenta años, cabello negro, ojos azules sumamente fríos, alto al igual que yo y con una presencia imponente. Vestía un pantalón de lino negro, zapatos de cuero negro finamente pulidos y una camisa azul oscuro sobre la que llevaba una chaqueta negra.

—Señor, este hombre afirma ser parte de la familia —el hombre me dedicó una lastimera mirada por un segundo y después se acercó estirando su mano hacia mí.

—Soy Richard Smith, médico examinador encargado del caso, lamento mucho todo esto pero —se hizo a un lado y señalo tras de sí—... ¿La reconoce?

Me quedé sin habla, las lágrimas bañaron mi rostro en cuestión de segundos causando que las palabras quedaran atoradas en mi garganta. Era Elisa.

—Señor, lo lamento mucho —habló el policía que me había acompañado—, creemos que pudo haber sido un robo o algo parecido, el caso aún es demasiado confuso.

—¿Qué paso con mis hijas? —exigí con voz atropellada a causa del llanto.

—Una de ellas está muerta —me giré en vilo hacia el médico ante esta afirmación—, una pequeña de no más de quince años.

—¡Mi hija menor! —chillé al borde la locura— ¿Dónde está? ¡Necesito corroborarlo!

—Señor, me temo que no puede hacerlo —intervino el policía nuevamente.

—Su cuerpo ya fue recogido —secundó el médico ahora—, su muerte fue más... grotesca, no podemos permitir que la vea en esa condición. Debe esperar.

Mi pequeña Katherine ¿Una muerte grotesca? Miré al hombre con desespero tratando de hallar alguna respuesta, algún indicio de lo que había ocurrido. La tragedia nublaba mi cordura, pero aún faltaba algo en esta pesadilla.

—¿Y mi hija mayor? ¿Qué paso con Alexandra?

—Sí, supusimos que eran dos adolescentes al revisar las habitaciones, desafortunadamente no hallamos rastro alguno de su otra hija. Esta desaparecida.

Cubrí mi boca al sentir una arcada atentar contra mi habla. No lograba articular palabra, pero mi cabeza estaba siendo aplastada por el centenar de preguntas sobre lo que había pasado aquí.

—Señor, la carta —indicó el policía.

—Sí, tiene razón —el hombre sacó un sobre de entre su chaqueta y me lo extendió—. Por favor, díganos si esto le da algún mensaje. Cualquier cosa en este momento puede ser de ayuda.

Abrí el sobre y saqué una carta de su interior. Miré la caligrafía e inmediatamente reconocí a letra. Era de Alexandra.

Papá, sigue con tu vida, nosotras ya no podremos jamás volver a estar contigo. Vive la vida que nos fue arrebatada. Huye cuanto puedas de este lugar, tienes aún mucho por lo cual luchar, por ti y por nosotras.

Por favor, no intentes comprender esto, nadie lo hará. Solo acéptalo.

El infierno existe y no es la morada de un demonio, es la morada de un conde, eso jamás lo olvides y jamás intentes buscar ese camino.

Te amo papá, gracias por todo, mi vida fue muy feliz y sé que la de mi madre y Katherine también.

Mi mente quedó en blanco ante la nota, no comprendía absolutamente nada en ella.

El infierno existe y no es la morada de un demonio; repetí en mi cabeza.

Mi hija y su condenada curiosidad. Parecía que esta vez había hallado algo realmente diferente, y ese algo había tenido que ver en todo esto.

Debía hallar al culpable y no descansaría hasta dar con el camino correcto.

Jamás intentes buscar ese camino; retumbó la frase en mi cabeza.

No podía quedarme de brazos cruzados, si estaba desaparecida encontraría lo único que aún me quedaba.

Encontraría a mi hija Alexandra.

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Muchas gracias a todos los que me acompañaron en esta historia.

Si les ha gustado mi forma de escribir, los invito a que lean Draconem: La Reencarnación, una historia llena de giros inesperados, misterios, aventura, acción y romance, pero ojo, nada es lo que parece.

Un beso y abrazo a todos.

Infernalvania: La Morada Del CondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora