La lluvia golpeaba con fuerza las estructuras de la ciudad, una joven bastante bella caminaba apresurada buscando algún lugar en el que pudiese refugiarse. Ya estaba toda empapada, pero sí se quedaba un segundo más bajo aquella lluvia estaba segura de que se ahogaría; rápidamente corrió hasta un edificio y se detuvo para dar un gran respiro en el gran umbral de la entrada.
-Terrible, ¿verdad?- la joven, quitándose varios cabellos de la cara, miró hacia su costado en donde logró ver a un chico vestido con unos jeans oscuros, una camiseta del mismo color y una camisa a cuadros color azul encima de ésta.
-Sí, terrible.- dijo casi murmurando.
Miró de forma más disimulada al chico a su lado, el joven tenía cabello liso, negro y más abajo del mentón -aunque éste parecía mal cortado-.
-¿Cuál es tu nombre?- escuchó decir al pelinegro.
-Soy Annie.
El sonido ensordesedor de la lluvia invadió el ambiente. Annie respiraba de forma profunda y lenta, nuevamente miró al chico, observó cada parte de él, pero mientras más lo miraba, más le incómodaba, también pudo notar que éste parecía bastante tranquilo, como sí no extrañase el calor de una casa o ropa seca.
-Disculpa...- la pelicastaña apretó la correa de su bolso, sus ojos estaban puestos en la mojada acera -¿Cuál es tu nombre?
Hubo un pequeño lapso de silencio y sintió pasos acercarse.
-Esperaba a que lo preguntaras.
Al mirar al chico, se encontró con el rostro pálido del pelinegro, sus ojos verdes que eran oscurecidos por unas no tan marcadas ojeras, la miraban con seriedad, también mantenía una sonrisa que parecía forzada y su expresión era de total diversión y demencia. Entonces, sin esperarlo, el ojiverde tomó la frente de Annie y dió un golpe a la pared con su cabeza.
Un ruido sordo fue lo que despertó a la joven, el sonido de la lluvia era lejano y lo único visible para Annie era el piso y sus extremidades amarradas a una cama.
De pronto, desde la oscuridad, el sonido sordo de una silla ser arrastrada y un silvido la alertó; buscó rápidamente con la mirada a algún ser vivo o alguna salida, pero todo era oscuridad a excepción de la pequeña zona en la que estaba ella, que era iluminada por una luz muy brillante.-¡Estás despierta!
Rápidamente miró hacia su costado, pero sólo pudo ver una silueta delgada y masculina.
-Que tal, Annie.- dijo aquella persona, aquel chico que estaba hace unos momentos junto a ella, esperando a que la lluvia pasara.
-¿Qué es esto?- miró nuevamente a su alrededor -¿Dónde estamos?
-No te apresures.- colocó la silla que antes arrastraba a un lado de Annie y se sentó dejando el respaldo en frente, para así apoyar ambos brazos sobre éste -Supongo aún estás aturdida por el golpe que te dí.
-¿Eh...?- la pelicastaña intentó mover sus brazos, pero el ojiverde la detuvo.
-Ah, ah. No querrás mover tus brazos, cosí tu piel a las sábanas de ésta cama y también hay otra sorpresa.
Annie miró el rostro del joven frente a ella, él parecía bastante entretenido con la situación, pero Annie solo sentía deseos de vomitar.
-Bien, ya estás despierta y supongo prosesaste lo último que dijiste antes de quedar inconsciente.
-Yo...
-¿¡Lo recuerdas!?- cuestionó enterrando unas tijeras en el dorso de la mano ajena.
Un grito desgarrador inundó la habitación. El pelinegro no hizo más que poner los ojos en blanco y bufó con fuerza.