-Pasa.
-¿Supone que me tengo que acostar allí? - Señaló el nuevo diván de la habitación.
-Sí.
-No quiero.
-Hazlo.
-Cambiemos de asientos.
-No.
-Entonces me voy.
-¿Se supone que tengo que acostarme allí? - Pregunté con una sonrisa en mi rostro.
-Sí. - Respondió con su única cara, neutra.Entonces me recosté en el diván, mirando al techo como cualquier paciente lo haría. Se sentía extraño ser el extraño.
-Bien. ¿Cómo te sientes hoy?- Pregunté.
-Limpió la ventana.
-Ah, sí, lo notaste.
-Es lo único que me agrada en esta sala.Hice como si anotaba las palabras en la libreta. La volví a mirar, y volví a anotar cosas.
-¿Te agrada la música?
-Sí.
-¿Cuál tipo oyes?
-Escucho. La música clásica. Me agrada el violín.
-¿A quién escuchas?- Volví a anotar en la libreta.
-Beethoven.
-¿Lo puedo poner?
-No te lo estoy impidiendo de ninguna forma.Me paré y fui haciendo ruido encima de la oscura y preciosa madera que soportaba aquellos cuerpos en la sala, caminé hasta el toca disco, busqué entre los discos que ya tenía al gran Beethoven, lo coloqué poniendo una de sus más famosas obras.
Antes de volver hacia donde ella, preguntó; -¿Me la presta?- Señaló mi pequeña libreta café con pequeños tonos amarillentos.
-No.- Nervioso respondí.
-No es bueno escondiendo emociones.
-El psicólogo soy yo.
-Y yo la paciente, pero eso no significa que no pueda ser al revés.Miré la libreta y continué con lo mismo, ignorando todas sus palabras.
-¿Mejor con la música?- Reclamé conversación.
-No estaba mal antes, es igual.
-Cuéntame de tu vida.
-¿Cuánto le paga Richard?- Hablaba de su prestigiado tutor.
-Eh, ¿a qué universidad pretendes ir? ¿Has pensado en ello?
-Debe de ser bueno que le paguen tanto por hacer preguntas sin que le importen las respuestas.
-Sí importan, importas.
-No planeo ir a esa mierda.
-¿Por qué?
-Mi tutor tiene mucho dinero como para mantenerme toda la vida.
-¿Entonces planeas ser mantenida?
-Sí.Se quedó en silencio mirando la ventana, como siempre. Bajó la cabeza para mirar sus pequeños brazos cálidos mientras su muerto pelo caía sobre sus hombros. Cuando vi que iba a decir algo me emocioné hasta que las palabras salieron de sus labios; -¿Cuánto falta?
-Poco.
-Especifique.
-4 minutos con algunos segundos. ¿No quieres decirme nada?
-No.En esos cuatro minutos pregunté si quería beber algo pero no respondía y seguía mirando la puta ventana, y yo seguía pasando el lápiz por la libreta. Pasaron, por fin hubo movimiento en su cuerpo, claro que no el que yo esperaba, el de ella dirigiéndose a la puerta, sin un adiós, hasta que se volteó y miró penetrante mente hacia mis ojos, eso no cambiaba.
-Y a usted.-Hizo una pausa que para mí fue eterna.- ¿Le gustan los gatos?
Antes de que respondiera cerró la puerta sin más, dejando la maldita duda siempre en pie.
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Aún psicólogo.
Teen FictionDía 19, 1973. Las terapias continúan sin funcionar, es igual, tiene los mismos síntomas, no reacciones, no sonrisas, no palabras de emoción, nada, un vacío intenso en sus ojos, no se quita.