Cómo explicar.

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Lloré, porque no creí que pudiera ser cierto,
Que puede que tú y yo siempre nos hayamos conocido.
Y que no sólo podíamos evocar, sino también conjurar un lugar nuestro.

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En el vacío antes de un nuevo génesis, hay un impenetrable silencio. Viajar en el tiempo es como ser transportado a través del océano dentro del húmedo estómago de una ballena, sintiendo somnolientamente los golpes de las olas contra las paredes de la nada. Giorno tiene menos de un segundo para pensar en su vida y sus amigos. En lo que desayunó esa mañana, una mañana que ahora ya nunca sucedió. En las páginas de su memoria hay descripciones de sonrisas y roces, y palabras una vez dichas. Él recuerda un murmullo de afecto y una cálida lengua presionando contra su cuello. Luego, hay nada. Es como haber nacido de nuevo, la comodidad familiar de un vientre materno y una inconsciente, irreflexiva mente. El universo exhala y comienza a suturarse de nuevo.

Ocho Meses Después De Despertar. Nueva Orleans, Louisiana.

Marzo 7, Mardi Gras. La Calle Bourbon es una masa palpitante de turistas disfrazados sudando licor, medio desnudos y pintados. El aire está lleno de humo y especias Cajún, multicolores y florales. Chicas con cuentas atadas como sogas alrededor de sus cuellos corren riendo entre la multitud de cuerpos con sus alientos apestando a margaritas. Durante ésta época del año, todos los bares se iluminan. Cuando el vibrante zumbido de los acordeones reverbera por entre la gente, los balcones se llenan de juerguistas de mediana edad, ebrios ya a las cuatro pm. Entre la plaga de doctores y bufones de la corte, sureños con las caras rojas ondean altos signos que leen, «JUICIO A FORNICARIOS & HOMOSEXUALES».

La fiesta es tan imprudente como alegre. Vómito y bebida se mezclan en un lodo espumoso que llena cunetas y callejones, mordaces en el cálido sol primaveral. Mardi Gras, tan comercial como se ha vuelto, todavía felicita la diversidad humana con un vibrante choque de culturas y lenguajes.

Yendo río abajo de Canal St. hay un bar sin marcar, oculto de los turistas tras una puerta color negro liso. Está obscuro y el interior está lleno de humo. También encima de la barra se ha vuelto pegajoso por la cerveza que se derrama, pero se ha convertido en un escape necesario para que los bebedores locales vengan a hacer fiesta los fines de semana. Las paredes son lo suficientemente insonorizadas para mantener la fanfarria de la calle afuera, creando un cómodo vacío adentro. Cuando la puerta se abre, quién atiende voltea.

“¡Giorno!”

Ahí está su asiento habitual: una cabina aislada en la esquina trasera, frente a la puerta. No lo toma. Ésta vez, se sienta en el bar.

“Philippe.” su voz es como un suave murmullo. “Lo usual.”

Aparta sus ojos mientras la botella de Chianti es sacada, sin siquiera atreverse a leer la etiqueta. El vino es servido y deslizado sobre una servilleta a través de la barra. Giorno levanta la copa como siempre, apretando el tallo delicadamente entre sus dedos, y respira hondo en el aroma familiar. No es lo mismo. Las imitaciones baratas estadounidenses nunca han sido tan ricas como el vino de los viñedos de la Toscana. El primer sorbo siempre amarga su garganta.

“¿Viniste de negro otra vez hoy?” El hombre comenta, haciendo que Giorno desee haber elegido quedarse en su asiento usual. “Hoy es Mardi Gras, ¡deberías ponerte más festivo!”

“No me encuentro de un humor particularmente festivo.”

El cantinero ya no lo presiona. Es una de las razones por las que Giorno eligió este bar, específicamente, para frecuentar. No tiene que hablar a menos que quiera y rara vez lo hace. Hablar, Giorno se da cuenta, no mantiene el mismo atractivo en este nuevo universo. Muchas cosas ya no. El nuevo mundo, aunque ciertamente familiar, es extraño. Ni siquiera se le puede llamar una réplica de lo que alguna vez fue, más bien una versión aguada, como el chianti americano. El rubio se siente alienado la mayoría de los días, escondiéndose tras piel humana y apenas pasando.

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