VII

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Ryan se dirigió a su habitación. Contempló todo el entorno con aire de nostalgia. Rozó con la yema de los dedos las fotos de familia donde los tres estaban sonrientes mientras los recuerdos plasmados en ellas tomaban su mente.

Abrió la puerta del armario, en el suelo al fondo de él había una mochila que extrajo del interior. Corrió su cremallera y tomó de ella un revolver magnum del calibre .45, y un subfusil de calibre 4.45mm. Ocultó ambos bajo la chaqueta negra que se acababa de colocar.

Empuñó en su mano su cuchillo de caza, colocó el chaleco del club sobre la cama y cortó las costuras que mantenían el parche de “Presidente” cosido a él. Lo observó unos instantes y luego lo dejó caer al suelo. Se puso el chaleco y echando un último vistazo a la casa la abandonó.

Condujo por la calle principal del pueblo con su Harley hasta la comisaría del sheriff. Respiró hondo parado frente la puerta y atravesó el umbral de esta decidido. Todos los policías se giraron a su paso vigilándole al adentrarse hacia la oficina. Los hombres de confianza de éste tenían sus mesas junto a la pared de cristal que delimitaba la oficina de su jefe. Al ver a Ryan aproximarse hacia ellos esbozaron una mueca y dirigieron la mano hacia su arma. Ryan estaba ya con el subfusil entre las suyas y apretó el gatillo sin dudarlo dos veces. Los fogonazos naranja y el estruendo dejaron a toda la comisaría estupefacta. Vació sobre los hombres que habían matado a su mujer el cargador entero, dejó caer el arma al suelo y extrajo el revolver de debajo de la chaqueta y efectuó un primer disparo a través de la pared de cristal. Se escuchó el estallido de éste mientras caía en pedazos al suelo. Al otro lado el sheriff caía sobre su silla con un gran agujero en el estómago. Su rostro reflejaba espanto y desconcierto. Ryan se aproximó a él haciendo crujir bajo sus botas los restos del cristal.

– Esto es por mi mujer.

Dirigió el cañón del arma a la cabeza del sheriff y apretó el gatillo. Sus sesos salieron por la parte posterior de la cabeza que ahora estaba completamente desfigurada y fueron a parar al suelo. Ryan se giró, tras él estaba el ayudante del sheriff con una escopeta apuntada hacia él.

– Vamos, aprieta el gatillo, por favor – el ayudante del sheriff aún no daba crédito a lo que acababa de suceder en el interior de la comisaría –. Dispárame, ya es hora de acabar con esto – Ryan levantó el arma en dirección al hombre con la escopeta. Se escuchó un fuerte estruendo y el revolver se resbaló de sus manos. Ryan cayó de espaldas y de su pecho comenzó a brotar la sangre. A su alrededor se fue formando un charco del espeso liquido filtrándose entre los minúsculos trozos del cristal esparcido por el suelo.

Ryan miraba al tejado, sentía su cuerpo cada vez más frío.

– Acaban de dar una orden de detención contra Ryan Blane, la fiscalía ha recibido unos papeles firmados por él donde confiesa todos los crímenes del club en sí mismo – informó uno de los policías al ayudante del sheriff mientras ambos veían a Ryan en el suelo tirado –. ¿Crees que lo ha hecho para dejar limpio a los miembros de su club?

– Estoy convencido de ello, acaba de cerrar todos los casos contra su club con esa confesión.

Ryan esbozó una sonrisa con el último atisbo de fuerza que le quedaba. Luego unas lágrimas recorrieron los laterales de sus ojos y el recuerdo de su mujer y su hija se fue apagando hasta el último suspiro que exhalaron sus pulmones.

El dia se ha idoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora