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"Eureka"

<<Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes>>
Isaac Newton.

Mi primer pensamiento al ver la carta esa mañana había sido un enorme "eureka".

Eureka es la palabra que se utiliza para demostrar satisfacción cuando resuelves algún problema difícil o logras algo que te habías propuesto; en mi caso, mi eureka se debía a lo segundo.

Tener un eureka en tu vida era algo realmente importante, o al menos para mí lo era en aquel momento. Sí, se podría decir que era una de mis principales metas.
Había aspirado a ese logro durante gran parte de mi adolescencia.

Recuerdo haber gritado aquella palabra mientras agitaba la carta con entusiasmo.

Por que por fin lo había conseguido, había logrado entrar en la feria internacional de ciencias. Había sido seleccionada, junto a otros noventa y nueve adolescentes estadounidenses, entre alrededor de dos mil aspirantes; era un logro para nada cuestionable.

Todo aquel que quería ser alguien en el mundo científico tenía que al menos ser nominado a ella una vez durante toda su adolescencia. Sí, había otros concursos menos importantes (los cuales me había dedicado a ganar, todos y cada uno de ellos).

Los jueces habían calificado todos mis trabajos escolares de ciencias alegando, cuando acabaron de verlos, que eran excelentes.

Y sí, lo eran. Principalmente porque el profesor Harper no representaba un gran reto a superar, bastaba simplemente con acoplarse a su ritmo histérico y descarrilado; todos los que fallaban su clase tenían una misma cualidad: eran demasiado tranquilos.

El señor Harper era un hombre de mediana edad, con el cabello rubio siempre engominado y los ojos grises detrás de unas enormes gafas. Parecía sacado de alguna foto de perfil de taringa, y aquello resultaba especialmente gracioso al tenerlo parado durante las clases.

A veces, al verlo, agradecía internamente a mi madre por obligarme a usar lentillas para ir a clases, la cual había dicho siempre que necesitaba verme guapa y presentable porque el recuerdo del instituto iba a estar siempre presente; realmente no me hubiera gustado tener que usar unas gafas enormes y verme como él.

Mi madre era la clase de mujer que tú simplemente sabias que en algún momento de su vida había sido la reina del baile, la clase de mujer que agradaba a todo el mundo.

Quizás por eso éramos tan opuestas, ella era y parecía todo lo que yo no.

El timbre sonó, alejándome de mis pensamientos; era lunes y solo quedaban un par de clases luego del almuerzo.

Guardé la carta en mi mochila, junto a mi cuaderno y mi estuche; me colgué mi hollister al hombro y tomé varios libros en brazos.

Sabía que Ellie, mi mejor amiga, estaría fuera del aula esperándome, así que me apresure a caminar hacia la puerta. Habíamos sido vecinas desde los trece, y amigas inseparables desde poco después; íbamos a todos lados juntas, y hacíamos todo una con la otra.

-Señorita Evans-el señor Harper alzó la vista hacia mi antes de que yo lograse escapar del salón de clases, con mi pila de libros en las manos. Repentinamente la corbata roja del uniforme se sentía asfixiante y molesta. Alce la mirada y le sonreí al hombre.

-¿Pasó algo, señor Harper?-pregunte, acercándome con sigilo hacia su escritorio. No estaba acostumbrada a que los profesores me llamasen la atención, aunque su tono de suplica logró suavizar mis nervios en un alto porcentaje.

Solo había tenido una llamada de atención en toda mi vida escolar, y había sido cuando tenía siete porque comí en clases. Sí, probablemente era un fracaso en todo lo que se refería a crear lio.

-Necesito hablar contigo, Sophie-explicó el hombre, mirándome por sobre sus gafas de montura. Apreté los libros contra mí y mantuve mi mirada fija en él, temiendo lo peor, ¿qué iba a hacer si me entregaba una mala nota? ¿Cómo iba a seguir adelante con menos de una A?-Sé que te has negado a impartir tutorías todos estos años, pero realmente necesitamos que ayudes a otro alumno-

Me había resistido a las tutorías una y otra vez durante varias ocasiones, siempre alegando que no contaba con el tiempo suficiente (lo cual no era del todo una mentira). No piensen mal; simplemente no tengo la suficiente paciencia como para explicarle muchas veces algo a una misma persona, me exasperaba de forma bastante rápida. Era mentalmente, en palabras de mi propia madre, más madura que otras personas de mi edad; y aquello se debía mayormente a mi infancia.

Había crecido en una familia que se pasaba el tiempo debatiendo, nunca había tenido noches de juegos. Mi mamá era una psicóloga infantil bastante reconocida, y mi padre un historiador; no era extraño escuchar teorías científicas en medio de la cena de acción de gracias o de navidad, como tampoco era raro para mis padres despertarse en las mañanas y encontrar todos los muebles de la sala cambiados de lugar. Ellos no se quejaban, a veces, y yo no me quejaba.

La última vez fue la peor, mamá estaba a punto de comenzar a echar humo por las orejas, gracias al hecho de que su precioso adorno de porcelana había sido cambiado de posición. Papá simplemente se había reído, y se había pasado todo lo restante de la semana buscando sus vinilos por la planta baja de la casa.

La gravedad del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora