Deja Vú

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Capítulo 3

Lo primero que quiso hacer después de despertar, fue morir.

En cuanto había abierto los ojos la cabeza comenzó a dolerle como si miles de taladros le golpearan sin descanso.

No podía pensar en nada gracias al dolor de cabeza, y lo único que podía reconocer era que estaba en una cama desconocida.

¿Era la habitación de Debbie? No.

¿Era la habitación de Dimitri? No.

¿Entonces dónde mierda estaba?

Se removió de la cama asustada y eso le causó una punzada más de dolor en todo el cuerpo.

Algo no estaba bien, lo podía presentir. Ni siquiera recordaba cómo había llegado ahí, mejor dicho, ni siquiera recordaba qué había pasado anoche después de que Dimitri la había dejado en la fiesta.

¡Dimitri!

María buscó su bolso y, al levantarse de la cama, notó que estaba sólo en ropa interior.

Un gritito agudo salió de su garganta.

Su ropa estaba echa bolas en una esquina del piso, y para terminar de joder el asunto, su bolso no estaba por ningún lado.

Sus sospechas hicieron que el miedo se adueñara por completo de ella.

No se había acostado con nadie, ¿verdad?

Estaba en un hotel y había dormido sola, ¿verdad?

Corrió a ponerse su ropa y se metió enseguida al baño para lavarse la cara.

Abrió el grifo y esperó a que el agua saliese para poder echarse un poco en el rostro.

Se miró en el espejo; el maquillaje estaba corrido, tenía unas ojeras enromes y el cabello era una maraña de pelos.

Sin embargo, quiso llorar al momento de voltear y posar su vista en el bote de basura, donde un condón usado se encontraba tirado.

Maldita sea.

María rompió en llanto.

—¿Qué hice, Dios mío? —se sentó en el piso y dejó que el llanto y la culpabilidad fluyera por su cuerpo.

Al pasar casi una hora se levantó, se colocó unos lentes de sol que había en el cuarto y luego salió dispuesta a marcharse.

Quiso pagar la cuota del hotel, pero la recepcionista le comunicó que su acompañante ya lo había pasado horas antes.

Qué ladrón tan más amable, pensó María.

Ni siquiera alcanzó a poner los dos pies en el asfalto cuando un mar de periodistas se le aventaron.

María no sabía qué demonios estaba pasando, los periodistas le bombardeaban con preguntas que no lograba captar. Excepto una.

—¿Por qué su seudónimo de artista es Robin?

Todo le daba vueltas y no sabía si era de la impresión o porque quizá seguía con la resaca.

De alguna manera María logró zafarse y tomar el primer taxi que pasó cerca de la acera. Le dio la indicación de su casa al conductor e intentó tranquilizarse.

Observó por la ventanilla la bola de periodistas amontonados de la que había escapado. Suspiró agotada.

Estaba tan conmocionada por todo lo sucedido últimamente que sólo quería dejar todo a la deriva y dormir por mucho tiempo, hasta que todo ese alboroto hubiera pasado.

The Ugly CinderellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora