Ella le sujetaba la mano a él. Podía ir a la Luna y volver tan solo cogidos de la mano. Ella tenía que volver a su castillo pronto, a su padre no le gustaba que saliera sola, o eso decía ella. Cada día, la despedida se alargaba más y más. Él recitaba todos los porqués de su amor hacia ella. Ella, tan solo se sonrojaba y sonreía.
Lo que más le gustaba era pasear, agarrados de la mano, por la playa. Ellos solos contra el mundo. No había nada más maravilloso. Un día, con el sonido de las olas chocando contra las piedras e fondo, apareció el padre de él. Ciego de ira. Los ojos encendidos no le apartaban la vista a ella, apenas había notado la presencia de su hijo. "¿Qué le ocurre, padre?" dice él "¿Se encuentra usted bien? Tiene mala cara". Ellos, aún cogidos de la mano. El padre de él lo percibe y baja la vista hasta el lazo que crean sus dedos. "Suelta la mano de esa mujerzuela" dice el padre fuera de sí. "No, padre. La amo. Voy a casarme con ella" dice él muy decidido, "Es la futura madre de mis hijos" dice mirándola a los ojos, ella aparta la mirada. "Tú. Puta. Súbete las faldas" grita el padre de él. Él se pone delante de su amada. "No, padre. Déjenos" le suplica él, sabe que su padre es un hombre fuerte y hará lo que desee. "Hazlo, mujer" obliga el padre de él. Ella separa sus manos, suspira profundamente, baja sus finas y delicadas manos hasta llegar al dobladillo de su larga falda. Lo agarra, suelta el aire que contenía y sube sus manos lentamente. "¿Por qué lo hace, padre?" lloriquea él. "Lo hago por tu bien, hijo mío", dice el padre. La falda continúa con su viaje ascendente. Asoman unas piernas terriblemente fuertes y peludas, continúa subiendo hasta llegar a su pelvis. En esa zona se halla un bulto sospechoso, bulto que no tienen todas las mujeres. Él mira a ella. Ella mira al padre de él. Él, atónito, mira a su padre. El padre no deja de reír. Su amada tiene pene. La mujer que ama, es un hombre.