Tercera Parte:

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  Nada más ingresar en el dormitorio portando en las manos su arma, la porra y las esposas, Max se dirigió directamente al armario de cuatro puertas que había al lado de la puerta y tras abrir la de la derecha, la caja fuerte que había allí dentro, escondida, le dio la bienvenida. Tras ingresar la numeración secreta correspondiente, procedió a guardar allí sus pertenencias, que eran más bien sus <<herramientas>> de trabajo.

   —No guardes las esposas por favor —le suplicó Jane desde la cama donde se encontraba recostada sobre la cubierta de color salmón, llevando como única vestimenta su ropa interior que consistía en un sujetador blanco de encaje y un tanga a juego—. Siempre he tenido la fantasía de hacerlo estando esposada... —reconoció tras ruborizarse al instante tras ser consciente de lo tanio tan atrevido y descarado que era su comentario.

   Max, con una diminuta toalla azul celeste envuelta alrededor de su estrecha cintura, se giró tras haber cerrado la caja fuerte y la puerta del armario, con las esposas en una de sus manos. Le dedicó una sonrisa de suficiencia, mientras que, con andares seguros y firmes, se acercaba hasta ella. Una vez que había tomado asiento en el borde de la cama, al lado de Jane, le retiró un pequeño mechón del rostro para ponérselo tras la oreja y le susurró con voz socarrona:

   —¿No te da miedo pedirle algo así a un total desconocido? —Se notaba en la voz que, aunque la estaba regañando por su osadía, hablaba medio en broma—. Podrías estar ante un loco demente que se dedica a seducir jovencitas para después de gozar de sus cuerpos, asesinarlas... o algo por el estilo...

  —Confío en ti —fue su escueta respuesta ante su pulla.

   —No deberías...

   —Eres un agente de la ley, sé que no me harás daño a drede...

 —Quesea un Guardia Civil no te garantiza que no pueda estar desequilibrado...

   —No creo que te arriesgaras haciendo algo así, nos han visto ingresar juntos en tu apartamento —Él la miró ceñudo—. La recepcionista de las oficinas y tu hermano Sam...

   —Igualmente, no deberías de ser tan confiada... —continuó recriminándola él, devorándola con la mirada y sin dejar de acariciar su larga melena, ahora libre de ataduras ya que no la llevaba recogida en una coleta.

   —Espera... —dijo ella tras razonar un poco—. ¿Acaso crees que me voy con cualquiera a su piso y le pido que me inmovilice? —Lo miró incrédula antes de añadir—: ¡Claro!, no me conoces de nada y me creerás capaz de eso, pues solamente sabes que soy una mujer necesitada que a la mínima que prestaste interés en mí, me lancé a tus brazos... —Él no dijo nada al respecto, pero dejó de acariciar su melena para mirarla fijamente, con los labios firmemente apretados en un mohín serio—. ¿Sabes? Creo que esto ha sido un error... —comenzó a decirle mientras hacía el amago de incorporarse, pero él la detuvo, sujetándola del brazo.

   —Solamente me preocupo por ti, no pienso nada malo sobre tu persona —le dijo con seriedad—. Tú también podrías tener una mala impresión de mí, viendo cómo estoy actuando, siendo además lo que soy... A lo que me dedico... —confesó—. Pero ambos somos adultos y hemos decidido entregarnos uno al otro sin reparos, sin explicaciones, sin censurarnos ni nada por el estilo —admitió retomando con su mano libre, las caricias en su oscura cabellera que tan hipnotizado le tenía.

   —Un año —susurró ella, evitando mirarlo a los ojos, mientras se mordía el labio inferior. Él la miró sin comprender y detuvo de nuevo el avance de su mano sobre sus sedosos cabellos, para poder sujetarle del mentón y obligarle así a que lo mirase, animándola a que continuara con su explicación—. Ese es el tiempo exacto que hace que no me acuesto con un hombre.

Pasión DesenfrenadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora