Icecold

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Contemplé la mirada absorta de Bill y no supe descifrarla. Esto no era muy común por lo que adopté una postura nerviosa al instante. Los cámaras estaban preparando su material y decidiendo las tomas que nos harían. Bill evitó mi mirada y supe que algo no iba bien.

- Podemos salir a pasear a Pumba y a Capper, si quieres.- le dije con tono sincero. Bill se limitó a suspirar y asentir, apartando su mirada de mi. 

La situación comenzaba a incomodarme, la pérdida de control era mi punto débil. No recordaba haber hecho nada mal, o haber dicho nada, para que Bill me evitara de forma tan frívola y descarada, totalmente ajena a cualquier broma infantil.

Observé a los cámaras  y les invité a desayunar mientras Bill y yo nos preparábamos para la salida con los perros. Busqué desesperadamente una excusa para acercarme a mi gemelo y salir de esa situación de ignorancia, tan ajena a mi. 

Bill se dirigió a nuestra "habitación principal", habitación que ambos compartíamos, a pesar de  tener nuestro propio espacio. Recuerdo lo diferente que era cuando eramos niños.

Abrí los ojos debido a la intensa luz y, aturdido, busqué aquella molesta e irritante lámpara. Miré el reloj de la mesilla, eran las tres de la mañana. Froté mis ojos y bostecé.

- Bill, ¿me puedes explicar que haces?.- lo vi tendido boca abajo a los pies de mi cama, a poca distancia de la suya, sobre la horrible alfombra que mamá nos había comprado por nuestro cumpleaños. Giró su cabeza ligeramente, por encima de su hombro y puso su dedo índice sobre sus labios, indicándome que guardara silencio.

Estaba leyendo una revista, leyendo una revista a las tres de la mañana, ¿qué clase de persona hace eso?. Le di la espalda y tapé mi cuerpo al completo con las mantas, hacía un frío horrible. Rasqué una de mis rastas y volví a girar sobre mí mismo. Miré hacia el techo, y estiré mi brazo, dejando este fuera de la cama, suspendido.

Sentí como Bill enganchaba su dedo índice a mi meñique y lo rodeaba. Sonreí. Volví a abrir los ojos y le miré. Seguía leyendo, a diferencia de que ahora su respiración era más relajada y tarareaba una pequeña melodía mientras apoyaba su cabeza en la palma de su mano libre. Su codo, rojizo debido a la fricción con la rasposa alfombra, comenzaba a temblar y cambió su posición; tumbándose boca arriba en la alfombra, situando su cabeza bajo mi mano. Alcancé un mechón y aprecié su suavidad, me acomodé en mi cama y me quedé dormido.

Sonreí ante tal recuerdo, miré mis manos. Repasé aquellos números marcados en mis nudillos y entré dispuesto a vestirme. Vi a Bill anudando una camisa de cuadros a su cintura y busqué su mirada. Tristemente, no la encontré y Bill salió de la habitación antes de que yo pudiera decir nada. Me vestí y cogí ambas correas. 

Bill no tenía ningún motivo para comportarse así. Me enfermaba no saber lo que ocurría y por qué ocurría, por lo que acabé ignorando por completo la situación, con el fin de que todo se diluyera y volviera a la normalidad.

Salí de la habitación con total confianza e indiferencia hacia todo lo que me rodeaba, la situación me cabreó. Llamé a Capper instintivamente y la di a Bill la correa de Pumba en cuanto todos estuvimos en el salón. Bill parecía cansado, triste y melancólico. Puede que realmente algo le perturbara, pero no podía hablar con él con todas aquellas cámaras.

Vi la luz roja que indicaba que a partir de ahora todo quedaría grabado y sentí como mi piel se estiraba al sentir el contacto del viento. Procuré parecer lo más despreocupado posible.

- ¿Soléis pasear vosotros siempre a los perros?.- Preguntó uno de los cámaras. Dispuesto a responder, Bill se me adelantó. Su actitud había cambiado de forma drástica; se le veía animado y dispuesto a conversar, además de que sonreía de forma natural.

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