Capítulo 9

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Capítulo 9

Cinco días

Son las siete de la mañana de un día caluroso y tranquilo cuando noto la mano de Luis sobre mi mejilla, me acaricia suavemente haciendo círculos mientras intento abrir los ojos. Tras haber hecho un gran esfuerzo por hacerlo, lo primero que veo son unos ojos grises. Me incorporo en la cama quedándome a su lado. Escuchar sus buenos días ha hecho que sonría y me levante, a buscar mis zapatillas. Una vez encontradas salgo por la puerta dirigiéndome hacia el comedor y siento a Luis andar detrás de mí, dando grandes zancadas. Huele a café recién hecho. Michelle está despierta, o eso creo porque la tostadora está en funcionamiento. Me siento en una de las sillas del comedor que está en este momento solitario, bueno, no del todo, se escuchan las agujas del reloj de pared que hay colgado encima de la chimenea.

— Buenos días. — Dice amablemente la señora de la casa entrando por la puerta.
— Buenos días.
— ¿Has podido dormir bien?
— Sí, no puedo quejarme. — Noto su sonrisa a pesar de no estar mirándola en este instante.
— He preparado café. — Pone la bandeja con las tazas encima de la mesa rectangular de madera. — Hoy nos espera un día muy largo...
Suspiro.
— No te veo con muy buena cara, ¿seguro que has dormido bien? — Pone su mano en mi hombro.
— Sí sí, seguramente sea cansancio acumulado.
— En ese caso, el café te vendrá bien.
— Seguro. Muchas gracias. — Sonrío levemente.

Luis entra en el comedor removiéndose el pelo, me sigue haciendo gracia que lo tenga despeinado. Se sienta en una de las sillas que había libres a mi lado, y coge una de las tostadas que hay en la bandeja. Me mira sorprendido, gesto que no entiendo, ¿tendré algo en la cara?
— ¿Qué ocurre? — Enarqué la ceja izquierda.
— Que tienes unas ojeras enormes. — Dice mientras hunta la mermelada en su trozo de pan cuadrado.

Vuelvo a suspirar, esta vez fuertemente.
Cojo una tostada y la hunto con mantequilla y mermelada de melocotón, mi favorita. La muerdo, la mastico y saboreo muy despacio, disfrutando de aquel sabor que me satisface a estas horas de la mañana. Bebo un trago del café que Michelle preparó anteriormente y siento el líquido caliente viajar por mi garganta.

Una vez terminado, recogemos la mesa con cierta ligereza que hasta yo misma me sorprendo. Me veo apurada para seguir el ritmo que llevan. Pero lo consigo exitosamente.

Nos subimos para cambiarnos de ropa. Michelle se fue a su habitación, de paso para coger algo dinero y todo su equipaje de mano. Luis se entra en el baño dejándome a mí la habitación de los sobrinos. Me puse mis pantalones vaqueros y mi camiseta negra de manga corta. Me desenredo el pelo con el cepillo que saqué de mi mochila y me hago una coleta torpemente, debido a que no tengo ningún espejo. Me limito a salir por la puerta cuando el chico de ojos grises está tras ésta. Suelta una sonrisilla muy propia de él y niego con la cabeza. "Este tío cada día va a peor" me dije a mí misma riéndome. Sin embargo, ahora su pelo está mucho más gracioso que nunca, a pesar de su negro intenso, está mojado y alborotado. No dudé en mirarle un par de veces antes de perderle de vista.

Pasados unos veinticinco minutos ya estábamos sentados en el viejo coche de Michelle. Se nota que lo usa poco, básicamente por el sonido del motor y porque costó ponerlo en marcha.

Conforme avanzábamos, sentía una conexión extraña que unía mis pensamientos con el paisaje que tenía ante mis ojos. Quiero decir, mientras que el entorno cambiaba constantemente, mis pensamientos hacían lo mismo. Me gusta muchísimo esta sensación... Es como ver evolucionar un conjunto de recuerdos o sentimientos con tus propios ojos, gracias a lo que había fuera del coche, que por suerte era todo de color verde.

Poco después me di cuenta de que Luis y Michelle estaban hablando sobre la historia de aquella cuidad de papel, y esa conversación me interesaba, y no poco. Tenía bastante curiosidad por saber todo lo que pasó así que presté atención a todo lo que decían. Resulta que todo empezó con un arquitecto que estaba haciendo unos bocetos para una gran cuidad cerca de París, y que su jefe no estaba de acuerdo con lo que hacía, así que tuvo dos opciones: dejarlo como estaba o hacerlo de nuevo. Pues éste optó por las dos, quedaría aquella pequeña cuidad sin terminar y crearía otra nueva. Con su propio dinero, construyó las pocas casas de aquella que era su única cuidad, que serían hechas por él, a su manera. Y el mini pueblo pasó a ser de unos franceses que buscaban una casita de campo para pasar los domingos lluviosos, alrededor de una chimenea que los calentara. Y de esta manera, tuvo un poco de vida. Pero de esto ha pasado bastante y ya nadie habita en aquellas humildes casitas. Pero sin embargo, llegué a entender el por qué de un motivo, sin que Michelle lo dijera. Y era que aquella pequeña cuidad, estaba demasiado alejada de todas las demás, a parte de que las paredes no tenían ventanas, por tanto, no eran a duras penas luminosas.

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⏰ Última actualización: Mar 17, 2016 ⏰

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