Capítulo I: El Rubio.

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Desperté en el departamento de Martha. Al principio, por lo nublado del día, pensé que serían las 7 u 8 de la mañana (como si en esos viejos edificios se pudiera ver la luz del sol). Tardé en reaccionar al cien por ciento unos cinco minutos, después de eso, mientras veía el televisor, me dí cuenta de que ya pasaban de las 12 de la tarde. Me tenía que ir, pero tenía que esperar a que Martha llegara; no podía simplemente irme de su casa como una malagradecida, después de todo ella me había dado asilo la noche anterior, con todo y la borrachera que tenía encima.

—¡Vaya, por fin llegas! Martha, ¿no sabes que tenía que salir hace media hora? -Le dije con un aire de madre enojada.

—Perdón, se me pasó el tiempo en el centro comercial, pensé que tendrías hambre y pasé a un McDonalds...

—¡¿McDonalds?! -La interrumpí- Con las cantidades de alcohol que tomé ayer, mi estómago no aguantaría una cosa de esas.

—¡No comas, entonces! -se quedó callada por unos segundos y se fue a su habitación.

"¡A la mierda!", pensé. Tenía que irme ya. Se suponía que debía estar en el despacho de mi hermano, rogando por un empleo. Caminé como cuatro cuadras, juro que esos malditos edificios están más escondidos que mi amor por la humanidad. "¡Carajo! Mejor desisto de ir, no quiero que mi hermano me salga con la vieja canción de 'Te dije a tal hora, y llegas cuando quieres. ¿Cuándo vas a crecer, a ser responsable? No tienes 10 años... blah, blah, blah...'", pensaba en el camino. Resolví entrar a un pequeño restaurante-bar, muy de mala facha. "Mejor hubiera comido lo que llevó Martha", pensé.

Entré y había unas cuantas personas en la barra, básicamente señores de unos 40-50 años con cara de "Mátame, por favor". Los vi de reojo y seguí hasta una mesa en el fondo. Mientras caminaba por el pasillo, oí unas pequeñas risitas y me pareció escuchar que me llamaban con el típico "Tch, tch".

"Lo que me faltaba: un maldito borracho que me arruinará la hora de la comida" -refunfuñé en mis interiores-. Seguí mi camino hasta llegar a una mesa en la esquina, quedaba directo viendo hacia la puerta y, por supuesto, al patán que seguramente me seguiría molestando.

Al principio no quería voltear; a veces dicen que es mejor no hacer contacto visual con esas personas, creo que se ofenden, pero escondiendo mi cara entre el menú, trataba de ver al tipo. Eran dos, uno sentado en frente del otro. No les podía ver la cara.

—¿Vas a pedir algo? -me preguntó una mesera cuyo gafete decía Betty.

—Claro. Por favor un café y unos pancakes con fruta.

—En un momento, ¿algo más?

—No, por ahora creo que es todo.

En lo que la mesera regresaba, me dispuse a seguir en mi investigación. Aquellos tipos seguían riéndose, ¿de qué? Quién sabe. En eso estaba cuando, ¡zaz!, uno de ellos, el que me daba la espalda, volteó a verme. Traté de meter mi cabeza en el menú, pero la curiosidad me mataba. Por lo poco que había visto en esa milésima de segundo que topé con el rostro de aquel, resultaba ser un chico de unos 20 o 22 años a lo mucho, bastante joven, con cara de niño, diría yo. Volteé de nuevo y él ya no me miraba, así que los miré con los ojos entrecerrados. Usualmente no haría eso, tal vez me hubiera ido en cuanto escuché los ruidos, me da pereza tratar con patanes o mocosos inmaduros, pero hoy estaba de mal humor, lo suficiente como para buscar cualquier cosa para distraerme de lo demás... hasta de mí misma.

Pasaron apenas unos 15 minutos; ellos estaban callados, quietos, supuse que se habían aburrido de mí antes de tiempo. Y yo agachada, comiendo, cual reclusa en prisión con miedo a que le robaran su comida, no sé por qué tengo esa costumbre, pero siempre lo hago. Volteé de nuevo a los tipos que volvían a hacer ruido con sus risas escandalosas, esta vez los miré fijamente, como queriendo que ellos volteasen hacia mí. Uno, el que me daba la espalda, se recorrió a la orilla, hacia la ventana, y así me dejó el paso libre para ver al otro...

Era un rubio; con el cabello más o menos largo, algo desalineado, con una camisa azul con toques de púrpura y violeta en los cuadros deslavados que se formaban en el estampado y, que a su vez, estaba encima de otra remera blanca de mangas largas. Lo miré y sentí algo raro, como cuando tienes un mal presentimiento... No sé, fue un hueco en el estómago, rarísimo. Él me miró, y cuando notó mi cara, movió los ojos de un lado al otro, no sé si se preguntaba si lo veía a él o si lo estaba incomodando con mi mirada. Se agachó por unos segundos mientras que yo, no sé por qué, si generalmente estaría igual, agachada o incomodada, lo seguía viendo.

Iba a dejar de molestarlo con mi pesada mirada, pero de pronto me miró fijamente a los ojos y sonrió. Me quedé sin habla, como si me hubieran echado encima un balde de agua fría, algo extrañísimo. Pensé que era parte de la resaca, así que mejor empecé a sacar un par de billetes de la bolsa superior de mi chaqueta de mezclilla.

—Oye, perdón, no quisimos incomodarte -dijo con una pequeña risa en su sonar. Era aquel rubio que ya estaba parado a lado de mi mesa, casi a lado mío-. No tienes que irte. Mira, ya nos vamos, es este tipo que me obliga a actuar mal -rió al voltear a ver al otro que ya nos miraba desde su asiento, volteado como niño pequeño hacia nosotros.

—Mira, no te conozco -le dije sin despegar los ojos de mis billetes-. No pasa nada, simplemente tengo prisa, ¿vale?

—No, en serio, estaba bromeando. Jamás molestaría a una chica -esta vez lo decía con un aire serio.

—No te preocupes -le dije.

"Pobre tipo", pensé y volteé a mirarlo. The Beatles... La primera vez que miré a sus ojos azules, casi transparentes, fue como la primera vez que escuché a The Beatles, tan... así... Pero después una emoción casi nauseabunda me llegó de golpe.

—Ho...Hola -dije, seguramente con cara de idiota-. Ya te dije que no te preocupes, no pasa nada, ya me tenía que ir de cualquier modo.

—¿Segura? Escucha, Krist es un majadero, pero juro que no lo hace todo el tiempo, ya lo estoy educando -se rió mientras miraba de nuevo al otro tipo cuyo nombre ahora ya sabía.

—¡Calla, niño, respeta a tus mayores! -dijo el otro también riendo.

—Bueno, Krist -le dije al otro-, ya compórtate; si él es menor, debes darle el ejemplo, ¿no?

—¡Já! ¿Lo ves? ¡Es todo tu culpa! Ya no debería juntarme contigo -dijo el rubio.

—Bueno, y a todo esto, ¿cuál es tu nombre? -le pregunté al rubio, sin mirarlo directo a los ojos, y hundí mi cara en la taza mientras tomaba un último trago a mi café.

—¿De qué tengo cara? -preguntaba con un tono de galán de telenovela casi sarcástico mientras se sentaba en el asiento frente a mí.

—¡De idiota! -gritó Krist desde su asiento.

Me empecé a ahogar con el café al querer reír por culpa de aquel tipo, el rubio simplemente se rió y quiso darle un golpe a Krist pero no lo alcanzó.

—No te ahogues, no querrás morir sin saber el nombre del patán que te molestó lo suficiente como para obligarte a irte.

—No, no he de morir sin saber. Dime cómo te llamas para que pueda morir en paz -le dije con todo el sarcasmo del mundo.

Se quedó callado unos segundos hasta que lo miré extrañada porque no contestaba nada.

—Cobain -dijo, mientras hacia una pausa tipo James Bond-, Kurt Cobain -continuó. 

 

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