capítulo 1: Amor a primera vista

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Era un miércoles como cualquier otro; un aburrido día de verano en la península de México donde hacía un calor insoportable; Mérida, Yucatán se llama la ciudad donde he vivido desde que tengo 8 años. Situada en la península en el sureste del país se puede encontrar uno de los estados más tranquilos y culturales, la amabilidad de los habitantes y el clima misteriosamente agradable a pesar del calor que se sentía en verano volvía todo el lugar un sitio para turista de nivel nacional hasta internacional.

Nací en Bogotá en una familia disfuncional donde lamentablemente mi madre al ser abandonada por mi padre me regaló en una casa en la capital de México donde me maltrataron desde que tengo memoria hasta los 7 años, a esa edad decidí huir y dejar tan horrible lugar; Una noche me escabullí entre los muebles y vestido de negro para no ser notado por alguna persona que estuviera despierto a altas horas de la madrugada llegué a la puerta y la abrí para poder correr por las calles solo. Dormí en callejones escapando de ladrones, pederastas y algún peligro que podía proporcionarme las  calles frías. Durante pocos días viví congelándome y muriendo de hambre hasta que unos turistas me encontraron vagando antes que cayera la noche mientras temblaba del frío.

Era un patético niño de la calle que desconfiaba hasta de mi mismo; pensaba muchas veces en morir pero no quería hacerlo sin antes luchar y esforzarme, hacer lo posible para vivir el máximo tiempo que podía. Una pareja de ancianos me ofrecieron un paquete de comida de algún restaurante o local pero no lo acepté; cuando vieron que temblaba y mi estómago sonaba muy fuerte siguieron insistiendo en ayudarme, me cubrieron con un abrigo que traían y me volvieron a ofrecer alimento pero yo no lo aceptaba; odiaba la vida, a la gente y a todos, incluso me odiaba. Al día siguiente esa misma pareja volvió con alimento y ropa para ofrecérmela e intentar ayudarme pero volví a desconfiar.

- No todas las personas son malas, lo has pasado mal a pesar de ser apenas un niño- la anciana me miraba de una forma que no podía describir; su sonrisa era pacífica y sus gestos me transmitían algo que creí que no sentiría en toda mi vida; eso era creo que confianza. Estiró su mano hacia mí para que pudiese tomarla en señal de aceptación; un impulso increíble me llevó a aceptar voluntariamente su ayuda. Fue así como llegué a Mérida; el cambio de clima y de lugar dañó temporalmente mi salud pero no me importaba porque esa vez ya tenía quien cuidara de mí.

Los ancianos eran personas buenas y educadas; ambos vivían en una casa pequeña con un patio trasero lleno de árboles frutales y flores; justo al entrar se podía ver una escalera que llevaba a un segundo piso donde había 2 habitaciones y un baño; la estructura de la casa no era la más moderna pero era lo suficientemente agradable como para vivir cómodamente ahí. Al llegar fui guiado a la cocina donde me pidieron amablemente que me sentara. La anciana cocinó unos huevos estrellados que olían delicioso; me pidió que la ayudara a servir jugo de naranja en tres vasos de tamaño normal y el señor cortaba pan para poder comer como siempre había soñado; vivir en un ambiente tranquilo donde me cuidaban y protegían, por primera vez en mi vida me sentía amado.

Como siempre lo soñé asistí a la escuela, tenía 8 años de edad y apenas había comenzado la primaria; ciertamente no me daba vergüenza comenzar a aprender a leer cuando los de mi edad aprendían otras cosas más importantes, la razón era porque nunca creí siquiera dar un paso dentro de alguna institución educativa; mi vida había cambiado en días, pasé de vivir bajo el maltrato de personas a estar en las calles como un animal abandonado y justo ahora estar bajo un techo con dos personas que a pesar de su edad me acogieron y enseñaron que la vida no era tan cruel como lo imaginaba.

Crecí como un chico de buen corazón, ayudaba a quien lo necesitaba; todos los días desde pequeño salía a ayudar a los ancianos en sus trabajos después de estudiar. Ellos me registraron como su hijo para poder tener un apellido; tenía familia como las que muchísimas personas tenían, no era igual ni idéntica, mucho menos era común pero era feliz y no dejaría que esa felicidad se fuera tan fácil. Cuando cumplí los 15 años mi “padre” falleció de un infarto dejando a mi “madre” y a mí solos; ella sufrió mucho durante 4 años hasta que murió por un accidente mientras yo estudiaba.

La voz del amor (gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora