"El amor"

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(...) La inmortalidad es el objeto del amor, ha dicho Diotima (Diotima es la versión femenina de Sócrates). La inmortalidad de la especie humana está asegurada por el deseo sexual, agregará la adivina. Ese es el sentido divino del deseo de poseer el cuerpo de la o del amad@. Ese es el amor del mundo, que viene no del alma, sino del ánima. Existe en todos los seres vivos, cuando sienten el deseo de engendrar. Los animales, cuando les llega su debido tiempo, estallan en una verdadera orgía de amor, al igual que las flores en primavera, o con los truenos y relámpagos en el invierno. Después del acto de amor, viene la procreación, y he ahí que la mayoría de los seres vivos cuidarán y protegerán lo que han pro- creado, tanto o más que sus propios cuerpos. Por amor a sus hijos, las madres dan la vida; les viene una valentía y una fiereza que nunca antes habían tenido. ¿De dónde les viene esa fuerza? ¿Qué o quién es lo que las anima? ¿No es acaso la lucha por la continuidad de la vida, no es la guerra a muerte en contra de la muerte?

Los animales (los animados), en su mayoría no lo saben; al menos eso es lo que nos parece. Puede quizás que conozcan la muerte; pero no "a la idea de la muerte". En cambio nosotros, los humanos, no sólo sabemos que vamos a morir; sabemos además que muerte y vida no son sólo dos estadios separados del ser, pues cuando estamos viviendo, también estamos muriendo (Heráclito). Mientras vivimos somos los mismos pero al mismo tiempo ya no lo somos. Siempre algo está muriendo en nosotros, pero también algo está naciendo. Los cabellos, las uñas, la carne, los huesos, la sangre, es decir, estamos naciendo y muriendo con todo el cuerpo mientras vivimos.

Sólo hay mortalidad donde hay natalidad, pero a la vez, la natalidad crea inmortalidad en la mortalidad. Todo lo que es mortal participa en la inmortalidad. El deseo sexual no podría entenderse sin esa sed de inmortalidad que anima a todos los seres vivos. Cuando nuestros órganos sexuales nos apremian, en busca del placer y del orgasmo, es que en ellos se encuentra representado todo el deseo de vida de toda la materia del mundo; la continuación de lo que somos en el cuerpo que abriga la posibilidad de ser. La copulación, en el sentido de Diotima, es poética, porque lleva a lo que no es, que es el no ser, a la condición de ser.

Y no sólo el cuerpo muere y nace durante su vida. El alma también.

Mientras vivimos son modificados los hábitos, las costumbres, las opiniones, los deseos, las penas, los placeres, los temores. Pero no únicamente lo que conocemos nace y muere en nosotros: cada conocimiento en particular, también se va modificando. Los conocimientos, como también, a quienes hemos conocido e incluso amado, se borran en el tiempo, es decir los olvidamos. Pero también quienes recordamos, ya no son exactamente los mismos que recordamos. En cada recuerdo hay un olvido. No obstante, en cada olvido, late un recuerdo.

(....) El amor es la fuerza de la vida que produce vida y al hacerlo, lleva sobre nuestra piel, las marcas de una guerra a muerte en contra de la muerte. Ahora, según Diotima, hay dos modos como el ser produce la vida. Una es la producción material de sí mismo, que lleva lo que no es, al ser, mediante la copulación, o poesía de los cuerpos. La segunda, es la producción de la sabiduría. Para el primer amor, son necesarios el hombre y la mujer. Para el segundo caso, puede faltar la mujer (o el hombre, agrego). Pero eso no significa que para Sócrates no existan mujeres sabias. El mismo hecho que Sócrates haya inventado a la Diotima de Mantinea ha demostrado que Sócrates estaba bastante lejos de ser un endiosador de la masculinidad. El problema es que para los griegos no resultaba conveniente mezclar los dos amores como ocurre en nuestro tiempo. El amor a los cuerpos y el amor al espíritu cuando se confunden el uno con el otro, no hacen ningún favor ni al espíritu ni a los cuerpos; eso es lo que sugiere Diotima. De ahí que, para que los cuerpos produzcan sabiduría y no sólo hijos, es conveniente a veces, separar un poco a los cuerpos, no de los hijos, pero sí del espíritu. El abrazo pasional del amor sexual, no siempre es demasiado espiritual, y tal vez es bueno que así sea. El amor filosófico, tampoco es muy sexual; y tal vez es bueno que así sea.

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