Diez.

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Quizá todo les recuerde a ella. Cada casa, cada familia, cada bello hogar. Cada prenda, cada foto, cada habitación, cada par de zapatos, cada silla en la que ella se había sentado alguna vez. En especial cada programa de televisión.

Así que allí se encontraba la familia de Juliette, viendo un programa de concursos. Eran las tres de la madrugada, y ninguno de ellos podía permitirse decir su dolor. No tenían que hacerlo, porque sino recordarían aún peor que jamás volverían a verla.

Se hicieron las tres y media de la madrugada. Siete llamadas en el concurso y ninguna correcta.

Tocaron la puerta con aire desenfrenado, haciendo que todos posen su atención hacia aquel objeto de madera. Elaine corrió a atender.

—Demonios, dime que lo de Juliette no es cierto. Dime que volveré a verla, que volveré a ver su hermosa sonrisa todos los días, que reiré una vez más con ella. ¡Maldita sea, que alguien deje de darme estúpidas palabras de compasión y me grite que Juliette volverá, que podré abrazarla y contar con ella para matemáticas! ¡Dímelo, Elaine! —gritó un chico con los ojos llorosos y un papel arrugado en su mano. Elaine suspiró, al mismo tiempo que él pasaba y sus padres corrían a ver por qué tanto alboroto. Se tranquilizaron al ver que era Ethan, el mejor amigo de Juliette.

—No puedo hacerlo, Ethan. No quiero darte falsas ilusiones.

Ethan se tapó la cara con la manga, al mismo tiempo que una gota de su llano resbalaba por su mejilla.

—Encontré esto debajo de un arbusto en mi casa. Es probable que hayan pasado por ahí —susurró Ethan, mientras les pasaba a los padres de Juliette el papel.

"Mamá, papá;

Espero que esta carta llegue a mamá y papá. Ha decidido tenerme con él un poco más de tiempo.

Quiere sacarme del país. No queda mucho tiempo". 

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