Me levanté a causa de unos fuertes golpes en la puerta de nuestra habitación. El sol atravesaba el ventanal junto con las cortinas. Eran blancas, junto con las paredes y las camas. El piso era de un blanco grisáceo, reluciente. Brillaba.
— ¡PHOENIX! ¡DESPIÉRTATE! ¡APURATE! —dijo una voz femenina.
Phoenix saltó de la cama. Tenía el pelo recogido en un rodete verde. Su "her" se encontraba borroneado. Se quedó en ropa interior y abrió la puerta.
— ¿Arriane? Me has despertado. ¿Qué sucede? ¿por qué lloras de esa forma? —Arriane entró rápido y se colgó sobre él. Tenía una botella de agua en su mano. Tenía el rostro empapado en lágrimas.
— ¿Phoenix? ¡¿PHOENIX?! Dime...—exclamó, su voz y manos temblaban. Tenía ojeras. Le revisaba los cajones a la mesa de luz de Phoenix.
— ¡Arriane! Cálmate, nena, está bien. Tranquila—la consoló. Con un brazo la abrazaba, y con su otra mano le acariciaba el pelo. Si bien seguía con sueño, no quise volver a dormirme. Esa chica parecía peligrosa.
—Dime que tienes pastillas, por favor. Dime que te han recetado pastillas—dijo con su voz todavía temblorosa.
—Arriane, ya hablamos de esto. Sabes que puedo darte cuando quieras, pero hay veces que me pongo a pensar. Mi conciencia me pesa hasta el piso. Te he dado mi caja anteayer. Recuerda que sigo con depresión y no tomo pastillas. Te las he dado a ti.
—Lo se... pero. Por favor. Será la última vez que te las pediré. No he podido dormir anoche. Mira mis ojeras—dijo estirándose un ojo para abajo. Yo seguía en la cama. Por lo visto, ella no se había dado cuenta de mi presencia.
Phoenix abrió un cajón de su mesa de luz, y sin que la chica viera, abrió una caja y solo sacó seis pastillas.
—No me queda más que esto. Cuídalas. Consúmelas de a poco. Y ya no te daré más. Por favor Arriane, cuídate un poco.
—No quiero cuidarme—expresó, mientras que tragaba una pastilla sin agua. No se acordó que tenia su botella, o no necesariamente la utilizaba para tragarlas—sabes que no tengo con quién ir luego de aquí. Prefiero vivir en este lugar.
Luego de aquella escena, Arriane se calmó. Se sentó al pie de la cama, en el piso, apoyando su espalda en la ya mencionada.
—¡Oh, este debe ser el chico nuevo! —sonrió. Tenía lo que parecía un pequeño ojo de plástico pegado sobre su ceja.
—Hola—me llamo Miles.
—Qué vergüenza, Miles. No me he dado cuenta de que estabas aquí—suspiró—no puedo dejarlas.
—Entiendo, me pasa exactamente lo mismo. Por eso estoy aquí. Cocaína.
—¿Cocaína? Pues qué lástima, porque ya no podrás consumirla, a menos que la consigas a escondidas. Es lo que hago, probablemente si me descubrieran pidiéndole a Phoenix sus pastillas, ya no estaría aquí. Ten cuidado con las reglas... no siempre todo resulta bien.
—Me imaginaba, de todas formas, gracias. Pero podré arreglármelas con este tema.
—Perdón, pero solicito espacio y ambiente para volver a descansar debido a que alguien—resaltó la palabra "alguien" mirando a Arriane—me despertó a portazos. ¿Permiso concedido?
Arriane soltó una pequeña risita.
—Okay "señor buen vocabulario" —volvió hacia a mí—¿Te gustaría ir a dar una vuelta por ahí? Puedo mostrarte el piso.
—Muy bien, pero espera a que me vista—y ella volvió a reir. Era agradable, al igual que Phoenix. Por eso deduje que eran buenos amigos.
Luego de vestirme, con vergüenza, puesto que Arriane seguía en la habitación, salimos de allí. Obviamente le apagué la luz a Phoenix. Era algo quisquilloso.
—Supuestamente me han dicho que mejoré. Y eso que no tienen idea sobre mis pequeñas mentiritas.
—¿Y cuánto tiempo llevas aquí?
—Unos 8 meses. Se ha pasado muy lento. Espera a ver a los más locos—rió de nuevo.
—¿Locos? Pensé que no habían más como tú.
—¡Yo no estoy loca Miles! Tú porque todavía no conoces a Lisange, es todo un universo aparte —soltó una carcajada. Captaba el sarcasmo perfectamente, al igual que mi compañero de habitación. Por lo que noté, con lo siguiente se refirió a las pastillas—solo que... bueno, ya sabes. Te pasa lo mismo. Necesito de ellas, siento que de otra forma, no puedo estar feliz. ¿La felicidad ante todo, verdad?
—Verdad, aunque, muchas veces lo que es "nuestra" felicidad puede destruirnos.
—Al fin y al cabo, todos morimos—iba a decir algo más, pero una chica cruzó el pasillo y Arriane paró a saludarla.
Mientras ambas hablaban, me dí cuenta que era la misma pelirroja que noté cuando llegué al hospital. Sus ojos eran celestes, al igual que los de Arriane. Con la diferencia de que la última tenía el cabello azul, ojitos de plástico pegados en su rostro y tenía una personalidad un tanto fuera de lo común. Extrovertida, muy inquieta.
Luego de que se fue, seguí mi camino con Arriane.
—¿Arriane?
—¿Quieres saber su nombre, verdad? —preguntó, sonriendo. Me abrazó con un solo brazo.
—¿Qué? No, para nada. Iba a decirte que me digas dónde se encuentra el baño.
—Vamos, Miles. Lo noté en tus ojos. Se llama Katja.
—Y yo noto algo, también en tus ojos. Tienes las pupilas tan dilatadas.
—Oh, efectos secundarios. Es lo que sucede cuando tomas éxtasis.
—Lo se. Ahora, ¿puedes guiarme hasta el baño?
Arriane rió de nuevo. Sus dientes eran pequeñitos y sus colmillos parecían filosos. Luego de hacer mis necesidades (y de pensar en la chica pelirroja) me encontré con Arriane en la puerta. Estaba sentada en el piso con las piernas cruzadas, mirando a la nada.
—Aquí estas. Debo decirte que si quieres bañarte, pon el seguro a la puerta para que el resto de los chicos que vayan, se den cuenta de que está ocupado. A menos que quieras que te vean desnudo.
—Me encantaría—reí.
Salí de la entrada del baño para hombres, y dimos la vuelta al pasillo. Fuimos hasta una sala en la que había un cartel que decía "música".
—Esta es una de las actividades que más me gustan, además del dibujo obvio. Cada uno puede tocar el instrumento que quieras. No se trata de aprender a tocarlos, solo de hacer ruido y divertirnos. ¿Entiendes?
Asentí y seguimos caminando.
—En este espacio—dijo señalando a través de una gran entrada—se come. La comida no es tan mala aquí. Oh, y me olvidaba. Sígueme.
Se paró delante de un teléfono y un buzón.
—¿Miles? Aquí puedes comunicarte con quien quieras. También, puedes recibir llamadas. Pero solo está permitido los domingos, a menos que sea una urgencia. Puedes enviar cartas si no quieres hablar. Pero a mí nunca me las responden...
—¿Por qué no?
—Pues de hecho, no tengo ni la menor idea. Razones que ignoro—su sonrisa se bajó—Creo que ya es la hora del almuerzo. Debería despertar a Phoenix pero, viste como es. Está tan depresivo que seguro lo único que coma es el dolor que sale de sus cortes. A veces, me hace enfadar. ¿Haz visto sus piernas?
—He visto un poco, sí.
—En dos horas es la terapia de grupo en el salón principal. ¿Te veo ahí? No es obligación ir.
—Te veo ahí.
Al terminar ese diálogo, Arriane se fue al almuerzo. Ya era hora de comer. Mi primer almuerzo en el hospital. Arreglé que la vería ahí, descarté a Phoenix. Fui a la habitación a ver si se encontraba despierto, pero solo encontré una pequeña navaja sobre mi mesa de luz. "Gracias, Phoenix, sigue durmiendo tranquilo" pensé. Me dirigí al baño con un poco menos de un gramo, luego de tomar un billete y la navaja.
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Hospital para almas ©
SpiritualMe encontré confundido, algo aturdido. Específicamente, en una sala de recepción. Fue lo que noté cuando mis ojos se abrieron y observé mi alrededor. Dos enfermeras me ayudaron a incorporarme y a bajarme de la camilla. Me condujeron a un escritorio...