Oliver

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Salí del baño y recorrí el pasillo hasta la cafetería. Había mucho movimiento de adolescentes, por todos lados. Aunque la mayoría, ya se encontraba almorzando. Acepté la comida que me dieron, no elegí nada y me fui a sentar en una mesa donde se encontraba Phoenix, Arriane y un chico rubio. Claramente, era teñido.

—¡Miles! Siéntate aquí—dijo Arriane, señalándome un espacio entre ella y Phoenix.

—Gracias, díganme, ¿la comida es buena? —pregunté moviendo el puré de papa con el tenedor. Sentí que las dos salchichas me observaban. Hasta que volteé la mirada hacia enfrente. A dos mesas, la misma chica pelirroja me estaba observando. Miró para abajo y sonrió. ¿Tan ridículo me veía observando fijo una salchicha?

—Sí, no es tan mala—dijo Phoenix. Arriane se estaba terminando su plato de pastas.

—En realidad, yo la detesto—dijo el chico rubio. Tenía un plato delante de él, lleno de comida. Una manzana y una banana a su lado, un pequeño sándwich y un vaso de jugo de naranja.

—¿Y entonces para qué te has pedido todo eso? —le pregunté.

—No lo pidió él, Miles. Su comida es asignada por su psiquiatra, quien le informa a los cocineros—dijo Arriane. Tenía salsa de tomate bajo su labio inferior. Me reí y le dí una servilleta.

—Dicen que tengo anorexia. Pero no es así para mí, no me gusta mi cuerpo. Punto final—dijo. Tenía los cubiertos en las manos y no comía, solo cortaba la comida en pedazos muy pequeñitos.

—¿Oliver te haz visto tu cuerpo? Eres extremadamente flaco—le dijo Arriane.

Phoenix estaba muy caído. En realidad, como de costumbre. Cierto que es depresivo. Su "her" había sido remarcado por lo que noté.

—Cállate Arriane, no estamos para juzgarnos, estamos para ayudarnos y ya—dijo poniendo los ojos en blanco—Y por cierto Miles, mi nombre es Oliver. Y sí, detesto mi cuerpo.

—Un placer conocerte, Oliver. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Aquí te conocemos todos ya. Eres el "nuevo" —siguió cortando la comida hasta que paró con su acción—¿Quieres que te muestre la mejor parte de este edificio?

—Me encantaría conocerlo—dije.

Se levantó de su asiento y me indicó con sus ojos que lo siga. Por las dudas, cuando se dirigía hacia aquel lugar caminando, volví rápidamente y me acerqué al oído de Arriane. Phoenix miraba a la nada, tampoco comió su comida.

—No es gay, ¿verdad?

Arriane soltó una fuerte carcajada, que seguramente, se había escuchado desde la sala de psiquiatría.

—No Miles, te llevará a un lugar al que ha llevado a todos sus amigos. Un lugar prohibido, al que él pudo acceder burlando la seguridad. No es gay. Para que no dudes de mí, tiene novia.

—Oh, bueno. Confío en tí—sonreí y le guiñé un ojo. Arriane seguía riendo.

Casi pierdo a Oliver. Para cuando salí de la cafetería, él ya se encontraba subiendo una escalera del pasillo. Se ve que no sabía que yo había vuelto a la mesa de la cafetería.

Se dirigió al último piso. Me dijo que espere un segundo en donde me encontraba, que el me avisaba cuándo se podía pasar.

—Listo, ven ahora Miles—dijo abriendo una reja que daba a una gran terraza.

Atravesé la reja y quedé tan asombrado. Una terraza gigante, cercada por una reja de pequeños cuadrados de alambre, en forma de pared y de techo, de modo que nadie tuviese la posibilidad de tirarse. Suicidarse, específicamente.

—Wow, esto es genial—dije.

—Sí que lo es. Y mira, he conseguido cigarrillos.

—¿Se puede fumar? ¿De dónde los haz conseguido?

—Mi compañero de habitación. Consigue buenas cosas. Y solo se puede fumar al aire libre. Pero adivina qué: no hay ningún espacio al aire libre. Pero adivina dónde estamos.

—Entiendo, ¿pero por qué hay alambres si no se permite el paso?

—Pues yo no tengo ni la más pálida idea. Tal vez, saben que hay personas como yo que saben burlar la seguridad.

—Enséñame.

—Estas loco, Miles. Podemos tener problemas—rió. Cuando reía, su cuello se marcaba más. Era extremadamente flaco. Sus brazos eran la mitad de los míos, y sus costillas se notaban a simple vista. Y eso que tenía una remera, de manga corta y larga.

—Soy una persona muy confiable.

—No sé por qué hago esto, pero te diré. Es simple: hay una pequeña caja blanca en la pared, en donde debes poner una clave. Pero debes ser preciso, porque si te equivocas, saltará una alarma. Corta, pero muy ruidosa. Y asegúrate de que el hombre de seguridad no esté en este piso. Para eso, puedes organizar algún tipo de disturbio abajo, como para que baje. Yo he tenido suerte, esta vez no está aquí.

—Perfecto. Gracias. ¿Puedo visitar este lugar las veces que pueda? Es muy relajante.

Y mientras decía esas palabras, sentía una especie de necesidad. Necesidad de mi amiga. Pero estaba dentro de mi cajón en la habitación. Comencé a sentirme nervioso, mientras Oliver me contaba a quienes había traído. Ansioso.

—Disculpa Oliver, pero no me estoy sintiendo bien. ¿Podrías convidarme un cigarrillo?

—Por supuesto, me debes uno ahora—sonrió—es broma, te lo regalo. Es solo un cigarrillo. Tengo más.

—Oh, gracias—el cigarrillo hizo que me calmara un poco, pero ni bien bajase, tomaría un poco.

No había notado que Oliver había estado sosteniendo una botella de agua por un largo rato. La destapó y la bebió. Toda. Como un adicto al alcohol, pero al agua.

—¿Tanta sed tienes? —le pregunté riendo bajo.

—No, para nada. Pero para quien no ha comido en todo un día y quiera sentirse lleno, sin comer ni una galleta y tampoco sentirse hinchado por la comida, no le viene nada mal un litro de agua. El agua llena, pero no engorda.

Hospital para almas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora