Capítulo 1: Oldmill Models & Co.

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Pasadas las ocho y media de la mañana la puerta de cristal de la oficina se abrió dando paso a Arthur Oldmill y a su enorme séquito de empleados. El magnánimo director caminaba a paso firme mientras que las diez o doce personas que lo rodeaban, avanzaban en agónico andar haciéndole miles de preguntas que el aludido contestaba tranquilamente y sin elevar el tono de voz.

Cada mañana era la misma rutina: la comitiva entraba por las amplias puertas principales y se encerraba en la oficina de Arthur en donde permanecía durante una hora, tras la cual salía y se dirigía a sus respectivas labores. Aquellos, los "soldados" de Arthur cargaban a cuestas con las mayores responsabilidades de la agencia y acababan dejando sus puestos tras algunos años de incansables jornadas de trabajo que se extendían más allá de la media noche o tras haber cometido algún tonto error que los ejecutivos de la agencia se encargaban de maximizar en proporciones industriales.

Nadie envidiaba aquellos puestos y muchos los habían rechazado cuando les habían sido ofrecidos, teniendo que abandonar sus trabajos luego. Sin embargo era preferible largarse de allí en busca de algo nuevo antes de ascender para convertirse en lamebotas de "Sir Arthur Oldmill".

Sin embargo existía un destino peor dentro de Oldmill Models & Co; y era el de ser la asistente personal del jefe. Ese muy mal remunerado empleo por el que ningún ser humano en sus cabales lucharía...ninguno excepto la joven Lena Tyler, quien desesperada por conseguir un puesto en alguna publicación y sintiendo la necesidad de trabajar para cubrir sus gastos, había aceptado convertirse en un despojo de persona y trabajar a sol y a sombra para aquel chupasangre.

Habiéndose cerciorado de que la última persona se había retirado de la oficina, avanzó por el extenso pasillo alfombrado a paso firme pero nervioso con el pequeño expreso en sus manos. Entró sin llamar y saludó con su mejor sonrisa.

- Buenos días señor Oldmill. Tengo su café y la agenda para hoy.

El aludido apenas levantó la vista del periódico y tomó el vaso que la joven había dejado sobre su escritorio sin decir palabra alguna. Lena aguardó de pie frente a él, impertérrita.

- Cancele todas mis citas para hoy señorita Tyler; por la tarde me reuniré con los accionistas y diseñadores para recibir a las modelos.

- Pero señor, usted...

Su jefe la observó sagazmente durante unos instantes; los suficientes como para que la joven detuviera su hablar y acatara la orden sin más. Lena sintió un espantoso escalofrío que le recorrió el cuerpo entero y asintió sin emitir palabra: cada vez que aquel vejestorio la miraba detenidamente, su corazón parecía helársele en el medio del pecho.

- ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?-, preguntó en tono inaudible.

- No por ahora, pero necesitaré una apuntadora esta tarde y espero poder contar contigo.

- ¿Una apuntadora?-, consultó la joven totalmente confundida.

Arthur emitió un profundo suspiro de resignación y hastío y por fin bajó el enorme periódico y se dirigió por completo a su empleada.

- Un apuntador es alguien que escribe las notas que le dictan. Necesitaré que esté aquí durante la sesión para que pueda asentar todo lo que se diga ¿He sido claro?

Lena tragó saliva antes de asentir temblorosamente. De pronto sentía que las palabras no saldrían por sus labios...aquel maldito cínico había vuelto a lograrlo: paralizarla del susto.

No fue hasta que lo observó volver a la lectura que salió raudamente de la oficina con destino al sanitario. Entró a los tumbos, haciendo que la puerta golpease la pared y se encerró en uno de los cubículos individuales en donde lloró largamente, sin dejar de temblar un segundo.

Muchas veces había vivido la misma escena, en muchas otras ocasiones la angustia le había consumido el alma entera y el llanto se le había escapado de sus preciosos ojos azules. Pero no estaba dispuesta a rendirse y dejar aquel trabajo que tanto le había costado conseguir. De ninguna manera volvería a Nueva York con sus padres o les pediría dinero para cubrir los gastos.

- Debes hacerlo Lena, es solo un hombre...un estúpido y cínico hombre.-, se decía en susurros para alentarse.

Entonces tomó una enorme bocanada de aire y estando notablemente más tranquila, salió del cubículo y se refrescó el rostro lo suficiente como para evitar cualquier sospecha. Lo único que realmente acabaría por destrozar sus nervios, sería que algún compañero malintencionado le hiciera notar al resto de la oficina lo obvio: que había estado llorando encerrada en los sanitarios.

Volvió a su box y se dispuso a continuar con la redacción del artículo que le habían asignado: un tonto comentario acerca de los productos para el rejuvenecimiento de la piel.

Día tras día, al llegar a su apartamento, se preguntaba sobre el sentido de seguir allí: ¿qué era aquello que la ataba a esa maldita agencia de modelos con la que no tenía nada que ver? La única razón por la que había sido aceptada para el puesto era que escribía medianamente bien y sin errores de estilo...eso y que ningún otro ser humano que se respetara como tal, se había presentado a la entrevista.

Lo más triste del caso era que sus padres habían realizado un verdadero esfuerzo para pagar sus estudios y había sido plata tirada a la basura porque Lena jamás había pensado en lo que realmente deseaba para su futuro.

- Sobrevivir.-, se decía día tras día – Lo único que quiero es sobrevivir.-, por muy triste que sonara.

Y así llevaba adelante su vida: sobreviviendo, dejando atrás lo que debía dejar atrás, cerrando capítulos de su vida sin más remedio que el olvido y sin pensar en un mañana concreto.

Sin embargo en el fondo de su ser existía un anhelo de crecimiento y autosuperación ligado a la idea de ser abogada; un sueño que había cultivado durante la adolescencia pero que se había ido diluyendo a lo largo de los años.

Dedicó el día entero a la redacción del artículo y luego de un somero almuerzo a las corridas, volvió a la oficina de Arthur Oldmill en donde ya se encontraba reunida la mesa de accionistas casi en su totalidad.

Se ubicó en una estrecha silla de madera a un lado de la sala y aguardó a que algo sucediera sin despegar la mirada de su jefe, como si esperara algún tipo de señal de su parte que nunca llegaría.

Al cabo de unos instantes y luego de la llegada de los últimos miembros de la junta, Arthur se puso de pie y explicó con voz trémula lo que estaba a punto de suceder.

- Amigos míos, colegas de toda una vida... como saben es imperativo que consigamos estabilizar nuestro actual staff de modelos ya que muchas han sido contratadas por agencias extranjeras. A razón de dichos...contratiempos...nuestra agencia ha sufrido drásticamente y nos vemos en la necesidad de abrir las puertas a nuevos talentos que habrán de representarnos en los múltiples eventos que colman nuestra agenda este año.

Acto seguido hizo saber a la mesa de accionistas que la preselección había reducido el número de aspirante de mil doscientas a tan solo ochenta.

Lena se preguntó cuál habría sido el criterio de selección utilizado como para lograr descartar a más de mil jóvenes ansiosas de lanzarse a la pasarela. Sin embargo interrogantes como ese no le serían respondidos jamás, por lo que se abstuvo de preguntar y dedicó su atención exclusivamente a tomar notas.

Las aspirantes fueron desfilando una a una y a pesar de que los presentes intentaran guardar la compostura, más de uno realizaba comentarios por lo bajo u observaba a las modelos con lascivia, situación que a Lena le produjo una sensación de terrible desagrado. Aquello no solo era poco profesional sino también poco ético: ¿quién demonios supervisaba a esa manada de lobos sedientos? No quería imaginar lo que deberían vivir las modelos que trabajaban a diario en la agencia.

- Entonces escuchó que su jefe pronunciaba el nombre de la próxima "afortunada".

- La señorita Emma Hiddleston.

Solo quería un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora