1. Esa chica

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JASON.

—¡Jason! —gritó mi padre desde la planta baja de la casa.

Bajé las escaleras rápidamente. Los pensamientos pesimistas aparecieron en mi mente en cada escalón que mis zapatillas tocaban. El tono de su voz no era normal y presentía que nada iba a salir bien después de que lo enfrentara. Existía un solo secreto que nadie podía saber de mi vida personal, y por supuesto, gracias a eso temía ser descubierto por mi padre. Caminé con lentitud hacia su despacho, y en la cocina me interceptó mi madre para darme un beso en la mejilla. Continué con mi camino y reí por lo bajo al escuchar el susurro divertido de mi madre.

—¿Qué hiciste ahora?

—Nada, Rachel. Te lo prometo. —respondí.

—Mamá. —corrigió.

Mi pequeño hermano Alex jugaba a unos metros de nosotros con su juguete favorito de la película Cars. Sí, mi hermanito era fanático de aquel maldito auto con ojos. La verdad era que a todos nos tenía mareados con su extraña obsesión con el Rayo Mcqueen. Negué con la cabeza. Mi mente divagaba por culpa del miedo que se aferraba a cada centímetro de mi piel. Tenía que dejar buscar distracciones a propósito, ninguna de ellas me salvaría de tener que enfrentar a mi padre. Me enfoqué en lo que realmente me tenía preocupado. Sacudí mis manos antes de golpear sutilmente con mis nudillos la puerta extremadamente blanca del despacho de mi padre.

—Entra.

Cuando abrí la puerta, su expresión fue como una ráfaga de aire frío, me dejó perplejo, paralizado y hasta congelado en mi lugar. Él lo sabía todo. Lo veía en su mirada cargada de decepción y furia contra su mentiroso hijo. Ethan Mackay estaba sentado en la cómoda silla negra con ruedas, meciéndose en ella de atrás hacia delante, detrás de un muy elegante escritorio y a más de seis metros de distancia, pero aun así podía sentir sus manos alrededor de mi cuello, presionándolo hasta quebrarlo. Tragué con dificultad. Estaba nervioso, pero caminé hacia él con pasos firmes. Una vez frente a su escritorio, pregunté:

—¿Sucede algo, papá?

—¿Cuándo pensabas decírmelo? —replicó sin rodeos.

—Yo... —solo balbuceos incoherentes salieron de mi boca.

—¡Estás metido en la droga! ¡eres un maldito delincuente! —vociferó indignado— ¡yo no te eduqué así!

Tuve que pestañear varias veces para asegurarme de que aquello que estaba sucediendo justo en este preciso momento, era real. Todo comenzó a derrumbarse. Las paredes llenas de mentiras que había construido para que mis padres no se decepcionaran, ahora estaban en pedazos, esparcidos por el suelo debajo de los pies de mi padre, recordándome una y otra vez que jamás podré ser el hijo perfecto que ellos habían criado. Sus ojos estaban fijos en los tatuajes de mi muñeca. Rápidamente deslicé la manga de mi camiseta hasta mis muñecas. El Joker que tenía tatuado en mi antebrazo derecho era el símbolo de la organización para la que trabajaba. Tragué ruidosamente. Ahora que él sabía la verdad, el simple hecho de que lo viera, me hacía sentir avergonzado.

—Papá, yo te lo puedo explicar.

—Quiero que te alejes de nosotros, de tu hermano, de tu madre y de mí.

Mi mandíbula cayó al piso. Estaba escéptico mirando a mi progenitor. Si, probablemente me lo merecía, pero eso no significaba que no doliera como el infierno. Era mi propio padre quien me estaba exigiendo que me aleje de él y de mi familia. Muchos recuerdos de mi infancia junto a él me invadieron. Éramos los mejores amigos, la mejor relación padre-hijo que alguien pudiera desear y ahora todo se había ido al demonio en menos de un minuto. ¿Me arrepiento? Sí. Por supuesto. Mi intención era demostrar que podía hacer cosas por mi cuenta, como pagar mis estudios para enorgullecer a mis padres y, en realidad, terminé haciendo absolutamente todo lo contrario. Qué porquería de vida, tan incierta y ambigua, hasta sentía deseos de morir.

—Papá... —me interrumpió.

—No quiero que nos veamos involucrados en tu mierda, así que toma todas tus cosas y lárgate. Por tu propio bien, espero que tu madre no se entere de que fui yo quién te echó de la casa.

—¿Qué? ¿me estás amenazando? —mascullé.

—Te estoy advirtiendo. —contestó.

—Tú no me puedes impedir ver a mi familia —farfullé—. No tienes derecho.

—¡Sólo los estoy protegiendo de tus jodidos errores! —bramó.

—¡No me iré de mi propia casa! —grité completamente reacio a seguir sus órdenes.

—¡He dicho que te vayas!

Mi respiración estaba agitada y, por la rapidez con la que su pecho se elevaba, podía divisar que la de él también lo estaba. Mi puño golpeó el escritorio. No quería irme, no era justo, pero mi lado racional sabía que era lo correcto. No podía poner en peligro a mi familia por mis malas decisiones, ellos no tenían la culpa. Mi madre se preocupó al escuchar el portazo en el despacho de mi padre. Se acercó a mí intentando tomar mi rostro entre sus suaves manos, pero la esquivé. Subí las escaleras corriendo. Debía irme. No quería estar aquí cuando mi madre supiera la verdad. No. No quería estar ahí cuando él decidiera explicarle la razón por la cual me fui. Algunas lágrimas cayeron en mi ropa mientras empacaba toda mi vida en dos maletas negras. No sabía hacia dónde ir ni por dónde empezar. Tenía dinero suficiente para sobrevivir por tres meses cómodamente, pero eso no era lo que me tenía tan inquieto. Temía que a mi jefe no le agradara la idea de irme a otra ciudad. Bajé lentamente por las escaleras con ambas maletas sujetadas por mis manos para no llamar la atención de nadie con el ruido. La voz de mi madre invadió mis oídos y no fui capaz de girarme, así que continué con mi camino hacia la puerta principal para guardar las maletas en mi Camaro blanco. Los pasos apresurados de mi madre detrás de mí me ponían aún más nervioso.

—Hijo... —susurró desconcertada— ¿por qué te llevas esas dos maletas?

—Mamá —dije con los ojos cerrados—, tenemos que hablar.

—¡Jay!

Mis manos estaban apoyadas en el maletero del auto cuando lo escuché. Al final, de igual forma, tuve que ver el rostro de mi madre mientras me marchaba. Sus ojos estaban llorosos y en su mano derecha sostenía la de Alex, quién luchaba para que ella lo soltara. Me acerqué a él con el corazón destrozado. Me senté en cuclillas para quedar a su misma altura y lo abracé con fuerza porque sabía que sería la última vez que lo haría. Su llanto me desgarraba el alma. Jamás me perdonaría por todo el sufrimiento que le estaba causando en mi familia. Besé su cabeza y lo aparté. Mi madre me miró fijamente mientras su mentón alerta su llanto.

—Me tengo que ir, pero les prometo que volveré ¿sí?

—Está bien, Jay. —respondió.

Quería memorizar todo. El cabello rubio y liso de Alex, sus ojos azules, su piel blanca como el papel, su nariz pequeña y respingada, sus labios rosados, su sonrisa... esa que extrañaré todos los días. Luego estaba mi madre, su cabello castaño y ondulado, su nariz fina y recta, sus ojazos azules que a veces lucían grises, sus labios rosados y delicados, sus facciones definidas y elegantes, su pequeña estatura que me producía ternura, su sonrisa y su mirada comprensiva, de esas que te hacían sentir que, independientemente de todo lo malo que suceda, ella estará ahí para escucharte y comprenderte sin juzgar tus acciones. Ella me abrazó antes de que yo diera un paso hacia ella.

—Te amo, hijo.

—Y yo a ti, mamá —nos separamos con dificultad, como si nuestros corazones estuvieran unidos por un hilo muy grueso y la distancia no hiciera más que causarnos dolor—. Adiós, Rachel.

Mi madre abrió la boca para intentar detenerme, pero negué con la cabeza dándole a entender que no cambiaré de opinión. En el ventanal que estaba a unos metros de la puerta principal, estaba él, mirándome detenidamente con ambos brazos en su espalda. Lo odiaba con todas mis fuerzas y lo haría hasta que el mundo se acabara, aunque en realidad todo se hubiera destruido solo por mi culpa.


Cerré los ojos y suspiré. Ese recuerdo me invadía cada mañana después de despertar. Negué con la cabeza. Lo último que reparé frente a mi reflejo en el espejo era mi nuevo tatuaje. El nuevo símbolo de mi nuevo trabajo, una espada larga con una serpiente enroscándose hacia el mango, sin tocar realmente el filo de la espada, justo en la esquina izquierda de mi cadera.

Después de vender mi auto para ahorrar un poco de dinero mientras mi antiguo jefe buscaba la posibilidad de que un colega suyo me recibiera en Los Ángeles, CA, tuve que vivir unas semanas Phoenix, en un departamento pequeño hasta conseguir un medio de transporte menos costoso. Finalmente me ofrecieron un trabajo con buena paga y, aunque Wade se mofó de mí cuando le pedí ayuda para poder entrar a UCLA, logró mover sus influencias para permitirme el acceso en esta época del año. Fue una sorpresa encontrar a mi viejo amigo Connor Tucker en una de las visitas que le hice a la universidad para preparar todo el papeleo que se requería. Tuvimos una pequeña charla en donde me hizo saber que vivía en un departamento en los alrededores de la universidad con un compañero que lo ayudaba con la renta. Estaba nervioso, era mi primer día oficial en una de las universidades más prestigiosas en el distrito. Casualmente, su localización estaba muy cerca del distrito de Bel Air, donde los riquillos lucían sus lujosas casas y mansiones. Extrañamente, era en ese lugar en donde iba a trabajar. Se sentía… raro. Bajé en el ascensor hasta el estacionamiento en donde tenía mi Harley Davidson aparcada. Gracias a Dios la persona que pretendía contratar mis servicios me permitirá vivir en su casa sin mayores complicaciones. Mientras me subía sobre ella, no conseguía dejar de pensar en los negocios ilegales y cómo estar involucrado en ellos acabó con todo lo que me importaba y, sin embargo, continuaba metiéndome en la misma porquería. Pero no me podía detener, no ahora que todo parecía mejorar, o por lo menos no hasta terminar mi último año en la universidad y demostrar que podía ser alguien y conseguir dinero para mi familia, un dinero que no estuviera manchado con sangre o con residuos de cocaína. Me estacioné junto a un precioso BMW i8 negro. Por unos breves segundos sentí que perdí el conocimiento mientras una brisa templada arrastraba un sutil olor a frutillas hacia mi nariz. Una chica estaba descendiendo de ese espectacular auto mientras la brisa sacudía su cabello con suavidad.

—¡Bonito modelo! —grité llamando su atención— ¡y no hablo del auto, preciosa!

La castaña me miró sonriente y me enseñó su dedo de en medio. Uf, qué atrevida. Repasé su vestimenta; nada fuera de lo común, pero hasta con una bolsa de basura puesta sobre su cuerpo, llamaría la atención de toda la ciudad. Ella no podía ser del mismo planeta en el que yo habitaba, era imposible. Mi interés en ella creció aún más cuando me gritó totalmente iracunda.

—¡Deja de mirarme, pervertido!

Aquello me dejó perplejo en mi lugar. No respondí, no grité, no respiré ni corrí detrás de ella, pero deseaba hacerlo, solo para verla enojada nuevamente mientras me mostraba su dedo con tanta seguridad.

—No te metas con ella, hermano. —advirtió Connor segundos después, apareciendo por la acera.

Reí al ver como se borraba el pequeño rastro de lápiz labial extremadamente rojo de los labios. Definitivamente él no perdía el tiempo. Seguía siendo el mismo cabrón mujeriego de siempre. Connor tenía una fascinación muy grande con las rubias, así que lo más probable era que se estuviera cogiendo a alguna. Me saludó y palmeó mi espalda, pero yo no dejé de mirar a la chica mientras desaparecía del estacionamiento.

—¿Quién es esa chica?

—Faith Crawford. —respondió.

—Con que así se llama. —lamí mis labios, sin dejar de sonreír.

—No te metas con ella o su padre te matará.

—¿Conoces a su padre? —fruncí el ceño.

—No, pero tú deberías conocerlo. Es tu jefe.

Mi sonrisa desapareció al instante. Muchas veces había nombrado a Michael Crawford frente a él, pero nunca creí que él tuviera una… hija. Muchas preguntas embargaron mi mente. ¿Cómo era posible que aquella chica fuera hija de un narcotraficante? Si, tenía aspecto de chica ruda, pero no pareciera ser consciente de que su padre era un hombre muy poderoso en la ciudad. Connor permanecía callado sin dejar de mirarme. Presentía que el ver mi rostro tan desconcertado le agrada.

—Debes estar bromeando. —aseguré.

—No, para nada. —canturreó antes de sacar el celular del bolsillo de su chaqueta y escribir algo con rapidez en la pantalla.

—Así que la hija de mi jefe…

Qué tentador.

—Hoy hay una carrera, ¿te apuntas?

—Claro, no me la perdería.

Prohibida (+16)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora