FAITH.
—Llegas tarde, Faith. —gruñó malhumorada esperando fuera del auditorio.
—Tuve un pequeño percance esta mañana. Mi auto... —me interrumpió de manera desagradable.
—No me interesa su "pequeño percance" respondió la profesora Lydia Morrison—. Es la primera y última vez que permito que entres casi una hora atrasada.
Asentí con la cabeza. Ella se alejó de la puerta para que yo pudiera acceder al salón. Me quedé petrificada al verlo. Él estaba concentrado en lo que escribía en su cuaderno, por lo que no me había notada, pero yo a él sí. Estos encuentros se estaban volviendo muy comunes entre los dos y comenzaba a fastidiarme. Hailee estaba sentada detrás de él, mirándome sorprendida sin dejar de apuntar a Mackay. Cuando la profesora se sentó en su escritorio, tuve que reaccionar. Caminé al pupitre que estaba en el lado derecho de mi amiga. Mis piernas flaqueaban con cada paso que daba, pero no dejé que eso me derribara. Cerré los ojos con fuerza cuando dije:
—Dime que no es quién estoy pensando.
—¿Quieres que te mienta? —susurró sin mirarme.
—¿Por qué me persigue la desgracia?
Miré al cielo en busca de una explicación. Últimamente los problemas me rodeaban como si yo fuera un maldito imán que los atraía. No podía dejar de mirarlo. Incapaz de prestar atención a lo que la maestra explicaba, me perdí entre mis pensamientos. No podía permitir que él descubriera mi secreto. No podía permitir que él invadiera mi vida sólo para arruinarla. Quizás podría buscar alguna manera de mantenerlo cerca, pero no tanto como para que sospechara.
—Presiento que ustedes terminarán juntos.
—¿Es que acaso no ves el problema? —repliqué atónita.
—¿Cuál problema?
—¡Va a vivir en mi casa! ¿entiendes lo que trato de explicarte? —negó con la cabeza— ¡me descubrirá!
—¿Qué haremos entonces?
—No lo sé.
Horrible mañana. Todo mal. Suspiré mientras veía como Hailee se alejaba. Tenía que apresurarme para poder alcanzarla en la cafetería. Estaba cansada, pero después de todo lo que había sucedido el fin de semana, era completamente normal. Ayer había despertado con una resaca horrible y para aumentar el dolor de cabeza estaba Jason Mackay, quién se estaba mudando a mi casa esa misma tarde. Terminé de guardar mis pertenencias en la mochila, la acomodé sobre mi hombro y me dispuse a caminar. Mi pie quedó atrapado en uno de los pupitres y mi cuerpo se inclinó por inercia al suelo. Observé en cámara lenta las baldosas de cerámica que estaba a punto de conocer más de cerca, pero unos brazos rodearon mi cintura. Tenía los ojos cerrados y, aun así, podía recordar perfectamente la sensación de sus brazos atrapándome antes de caer.
«No de nuevo, por favor.»
—Se te está haciendo costumbre, ¿eh?
—Cállate, Mackay. —mascullé.
—Eres casi como una cenicienta bastante torpe. —añadió.
Mis pies tocaron el suelo nuevamente y me aparté. Sacudía mi ropa sin mirarlo. Aproveché para acomodar mi remera mientras intentaba escapar. Él se cruzó en mi camino antes de que pudiera hacerlo. Le encantaba joderme la vida. Levanté la mirada antes la suya. Mi postura era desafiante, pero no causaba el efecto que pretendía al hacerlo. No se alejó, no se asustó ni mucho menos se dio por vencido. Sus ojos se encontraron con los míos y por unos segundos eternos ninguno emitió palabra alguna. Quería moverme, deseaba caminar lejos de su presencia, pero no podía. Literalmente, él me mantenía anclada al suelo con su mirada avellanada.

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Prohibida (+16)
Teen Fiction¿Qué puedes hacer cuando lo que deseas se te prohíbe? Solo existe una respuesta. Romper las reglas. ¿Por qué? Porque las cosas prohibidas son las más tentadoras.