Capítulo 3: Déjà vu.

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Dejó de correr cuando doblamos una esquina. Me bajó y apoyó los brazos en sus rodillas tratando de estabilizar su respiración.

 Mis ojos se aguaron y agaché la cabeza al recordar como éste hombre me había rescatado de lo que iba ser el infierno. 

–Eso está muy mal— No me percaté de su cercanía. Estaba de cuclillas frente a mí con la mirada en mi rodilla y el ceño fruncido. Experimentaba un poco de ardor, pero nada comparado con la agonía de mi pecho. Se levantó y pude apreciar la diferencia de tamaño, me sentía intimidada por eso. Miró a los alrededores y musitó: Ven conmigo.

Esto es como salir de una horrible pesadilla para entrar en un buen sueño.

Lo seguí en completo silencio, confiaba en él a pesar de hasta el momento no haberle dicho una palabra. El hecho de que me haya salvado era suficiente para no recelar de él.

Subimos a un taxi y él dio la dirección de lo que -supongo- es su casa.

–Iremos a mi casa para curarte eso—. Hizo una breve pausa, sentí su vista en mí. –¿Estás de acuerdo?— Asentí sin mirarlo y esperé en silencio.



*

*


–Llegamos...— Onírico, así podría describir la sensación. El atardecer era nublado y me refugié en una casa construida en un árbol. Una casa del árbol. Sonreí por mi estupidez y observé a un niño conocido corriendo y escondiéndose detrás de una maceta... Miró hacia mí y sonrió. Me senté en el arco de la puerta dejando mis piernas moverse fuera de ésta, el niño se levantó y me mandó un beso volado. Sonreí por inercia. Entonces una fuerza brusca me empujó de aquella casa.

–¿Estás bien?— Oí apenas abrí los ojos, mi respiración era agitada pero oculté ese detalle. Qué sueño más raro... –Ya hemos llegado.


Reconocí las calles, observé mi casa y una sensación de angustia me asaltó.

Entré después de él.

El lugar era acogedor, y tal como se veía desde afuera era pequeño el espacio pero inspiraba calidez y venía bien para esta fría tarde. 

–¿Puedes remangar tu pantalón? Y siéntate donde gustes.

Asentí y me senté en un sillón de terciopelo naranja que había en la sala. Hice lo que me pidió y el hombre de ojos esmeralda desapareció por el umbral que dividía las piezas de la casa.


No tardó más de un minuto en regresar con un botiquín entre sus manos. Tragué sonoramente esperando que no lo haya escuchado. Acomodó otro sillón frente a mí y se sentó. El alcohol invadía mis fosas nasales y me esperaba lo peor.

Solté un pequeño quejido cuando el algodón húmedo rozó mi herida, apreté los ojos.

–Con cuidado—... Logré decir entre dientes. Una especie de reminiscencia me invadió.


–Creí que no hablabas— Me ruboricé y bajé la cabeza para que no lo perciba.


–¡Ah!— Abrí los ojos de par en par y noté como su vista estaba clavada en mi inexistente escote. Desvió la mirada y yo bajé la vista a mi pecho. ¿Qué vé si no hay nada aquí? Fue lo primero que pensé, pero me retracte al instante; es un descaro.

Marie ||Harry Styles||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora