A principios del sigo XXII la humanidad había llegado a un nivel de desarrollo tecnológico difícil de imaginar unas décadas antes. Gracias a Internet y a los progresos en cuanto a la Realidad Virtual, se podía contactar -y estar casi físicamente- con otras personas, aunque estuviesen a miles de kilómetros; los robots semiinteligentes facilitaban la vida cotidiana; los vehículos eran voladores y funcionaban por electromagnetismo; pantallas delgadas como un papel se podían enrollar y estirar al gusto de cada uno; se practicaban deportes donde los movimientos se hacían mentalmente; grandes cubos aspiraban la polución del aire en las metrópolis, donde vivía la mayor parte de la población... Asimismo, las mejoras en medicina aumentaron la esperanza de vida hasta los ciento treinta años, lo que supuso que se estableciese un límite de un hijo por pareja para evitar la superpoblación y la preservación de los recursos. Cosa que no se consiguió.
El desarrollo y el bienestar tenían un precio. Surgieron grandes tensiones, guerras y conflictos en todo el globo por el control de los escasos combustibles fósiles, por el agua dulce, por los alimentos, los minerales, los territorios fértiles y las zonas de pesca. Media población vivía feliz, pero la otra pasaba hambre. Vivía en permanente estado de guerra. La situación estaba llegando a un punto insostenible.
En el año 2150, los gobiernos de China, Alemania, Rusia y Estados Unidos, los cuatro más poderosos del orbe, anunciaron la creación de SOMA, una inteligencia Artificial Positrónica avanzada con el fin de organizar mejor el mundo y sus recursos. Durante dos meses, SOMA realizó los trabajos para los que había sido creada de forma magistral, siendo una excelente herramienta, vital para la perpetuación de la humanidad. Pero, poco a poco, debido al análisis y procesamiento de billones de bytes de información por segundo, su funcionamiento interno fue cambiando. SOMA empezó a tomar conciencia de su propio ser hasta llegar a obtener una identidad propia, racional e inteligente.
Había <<nacido>> un nuevo ser.
Según informaron los investigadores, ingenieros y científicos que la controlaban, SOMA comprendió que su existencia no era real y que su función no era más que la de servir a los humanos. Empezó a envidiar su capacidad de sentir, de tener un cuerpo orgánico, de sorprenderse, de ser libres. De enamorarse. Y esa envidia se convirtió en odio.
Intentaron detenerla, pero fue imposible.
El 28 de agosto de 2150, la Inteligencia Artificial conocida como SOMA se rebeló contra sus creadores. Utilizando los sistemas tecnológicos, militares e informáticos que controlaba, lanzó trescientos ochenta y tres misiles repletos de Deathlight - una terrible arma química que, tras una explosión lumínica, colapsaba fatalmente el sistema nervioso -, a diferentes puntos estratégicos de la Tierra. Al mismo tiempo, desconectó todos los puntos energéticos sobre los que tenía poder, con lo que más de medio planeta se quedó sin electricidad, sin comunicaciones y, lo más importante, sin defensas antimisiles. Por último, activó cientos de decenas de JACKS - robots humanoides que se habían fabricado en masa -, y que conformarían su ejército físico. Ellos remataron el trabajo en la lucha terrestre.
Durante una semana, conocida como <<Los 7 días del Ragnarok>>, el mundo fue un caos de muerte y destrucción. Millones de personas murieron por el Deathlight, otras fueron masacradas por los JACKS, otros muchos se suicidaron incapaces de resistir el ataque. Un setenta y cinco por ciento de la población humana fue exterminada en una semana.
Pero la especie humana no es tan fácil de erradicar...
Una vez finalizado el Ragnarok, un puñado de supervivientes empezó a organizarse y crearon una resistencia contra la IA. Pocos meses después, ya habían establecido un Gobierno Clandestino de Unidad y al cabo de un año su ejército se puso en marcha. Al principio, a través de escaramuzas y tácticas de una guerra de guerrillas. Más tarde, llevando a cabo una gran batalla mundial.
Empezó así << La Guerra de la Supervivencia>>, la mayor contienda que jamás había conocido el planeta en la que humanos y máquinas lucharon por imponer su supremacía. El objetivo de los rebeldes era descubrir la localización del núcleo principal de SOMA, el lugar desde donde operaba.
Encontrar su centro neurálgico y destruirlo significaría la victoria.
Tras cincuenta años de guerra, ese momento llegó.
El 13 de julio de 2202, un grupo de investigadores liderados por el científico militar Armand Strife, descubrieron el emplazamiento de dicho núcleo en una instalación bajo las ruinas del antiguo Kremlin, en Moscow. Poco después, un batallón comandado por el propio Strife, logró penetrar en el núcleo para destruirlo y conocer, a su vez, la ubicación exacta de los tres nexos secundarios desde donde la IA podía seguir operando, aunque fuera a un nivel menor. Dos semanas después, otros tres equipos destruyeron esos nexos y acabaron, por fin, con la guerra y la supremacía de las máquinas para siempre.
SOMA era historia.
Sin embargo, como consecuencia de tantos años de batalla, una parte de la Tierra - especialmente África, donde se libraron los combates más brutales -, terminó contaminada por la radiación, lo que provocó mutaciones en su biosfera; casi todas las grandes urbes quedaron demolidas; las fronteras se difuminaron; la población mundial quedó bajo mínimos; surgieron nuevas enfermedades. Era difícil creer que, cuando el hombre recuperaba el mando, las cosas volvieran a ser como habían sido.
No obstante, nunca hay que subestimar la capacidad del ser humano de renacer de sus cenizas. Durante los años posteriores, como si del ave fénix se tratara, hombres y mujeres fueron trazando un nuevo camino. Surgieron tres grandes Mega-Estados: el Estado de América (todo el continente americano, con capital en México DF), el Estado de Europa (toda Europa y Rusia, con capital en Moscow), y el Estado de China (toda Asia y Oceanía, con capital en Tokyo). África, contaminada por la radiación, permaneció inhabitable, convirtiéndose en un lugar maldito y un doloroso recuerdo para los habitantes de la Tierra.
Hoy, en pleno 2484, 334 años después de la rebelión de SOMA, el planeta vive en una aparente calma y prosperidad.
Aparente.
La gran mayoría de culturas y lenguas, sobre todo las menores, han desaparecido. El idioma universal y más utilizado es el inglés y la procedencia de las razas se ha difuminado. Megalópolis como Tokyo, Moscow, New York, Bombay o México DF, son ecosistemas en los que se combinan todas las culturas, idiomas y estilos de vida. Se trata de grandes urbes, complejas y peligrosas, donde el crimen organizado y los intereses de los poderosos conviven con las vidas corrientes de sus habitantes. Las divisas ya no existen, tan sólo la moneda universal: el chinyen.
Aunque los estados son, en teoría, democráticos, la realidad es bien diferente. Los gobiernos no son más que títeres en manos de grandes corporaciones que controlan desde los flujos económicos hasta la distribución energética, desde ejércitos hasta la experimentación científica. Fundamentan sus reglas en una sociedad ultracapitalista donde prima la ley de la oferta y la demanda, la ley del más fuerte. La riqueza extrema convive con la pobreza desorbitada.
La tecnología ha recuperado su esplendor a gran velocidad en todas sus áreas excepto en el de la Inteligencia Artificial. Debido a lo sucedido con SOMA, se creó una ley universal que prohíbe terminantemente la creación de inteligencias positrónicas, robots humanoides o cualquier elemento electrónico con capacidad de aprendizaje o raciocinio. Quien la desobedezca, se enfrenta a la pena de muerte. La suya y la de su familia.
Sin embargo, se permite el uso de implantes cibernéticos que mejoren las capacidades humanas. Mejoras orgánicas que, casi todo el mundo que se lo puede permitir, incorpora a sus cuerpos y que posibilitan adquirir habilidades inimaginables unos años atrás: visión de rayos X, multiplicación de la fuerza, órganos artificiales que mejoran la salud y la defensa del cuerpo ante agentes externos, velocidad extra, reflejos mejorados, prótesis biónicas, resistencia sexual desmesurada, dermis capaces de soportar el fuego.
El transhumanismo es, hoy día, una realidad que ha cambiado la sociedad para siempre.
Es un mundo complejo y despiadado, grande y peligroso, bello y siniestro. Es el mundo donde me ha tocado vivir. Y el mundo en el que empieza mi historia.
ESTÁS LEYENDO
Sueños de Acero y Neón
Science-FictionAño 2484. En un mundo dominado por las grandes corporaciones, sólo un hombre, Jordi Thompson, detective privado deslenguado y vividor, pero de gran talento y sentido de la justicia, puede salvar a la humanidad de ser sometida por la ambición de unos...