9 de noviembre de 1989. El Knight Fisherman llegó a puerto antes de la puesta de sol, como cada día. Serían más de las dos de la tardeen San Juan de Terranova. Era un barco de pescadores más de la zona. Este era pequeño. Tan sólo trabajaban tres hombres en él. Robert Knight, el dueño del barco, Jake Owens, un canadiense grandote y guasón, y Frantz Deutsch, un joven alemán callado y taciturno.
Como cada día, Jake y Frantz descargaban la pesca en el puerto mientras Robert se encargaba del papeleo.
Jake era alto y grande como un oso. Frantz estaba en forma y era musculoso, pero como siempre caminaba encorvado, con la cabeza gacha y encogido, parecía poca cosa al lado del canadiense. Y no nos engañemos, Jake Owens era un tipo realmente grande. Incluso tenía manazas en lugar de manos.
Pero era un tipo de lo más amigable y bonachón. Se pasaba la vida intentando convencer a Frantz de que confraternizara con otros compañeros. Pero rara vez conseguía que entrara al pub de Harbour Drive donde se solían reunir todos por la tarde. Normalmente Frantz salía escopeteado del puerto y se iba a su casa en el faro de Fort Amherst.
Frantz había elegido esa casa por un claro motivo: estaba alejada de todo y de todos. Podría mentir y decir que fue por las maravillosas vistas, por la tranquilidad, por la musicalidad de las olas rompiendo contra las rocas... Pero realmente lo que buscaba era huir del mundo. Desde su llegada a Canadá, en 1980, hasta aquel 9 de noviembre de 1989, todo lo que hizo Frantz fue con el único propósito de pasar cuanto más desapercibido pudiera, de no relacionarse con nadie, de volverse invisible, de aislarse del mundo.
No se le puede culpar. En capítulos anteriores hemos hablado de la infancia de Frantz y los años que vivió en Alemania. Cuando huyó a Canadá, el pobre chico no había visto más que lo peor del ser humano.
Pero volvamos a esa tarde de 1989. Como siempre, Jake intentaba sacarle alguna palabra mientras descargaban. Y, como siempre, Frantz contestaba con susurros monosilábicos sin apenas levantar la cabeza.
"Siempre llevaba esa horrible capucha de la sudadera calada hasta los ojos", recuerda Jake, "A veces resultaba difícil saber si realmente escuchaba lo que le decías. Eran más de las tres cuando terminamos la faena y, como tantas otras veces, le invité a venir al pub conmigo. Ese día me sorprendió al aceptar".
Ese día el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) daba una rueda de prensa en directo. Frantz se decidió a ir al pub porque sabía que allí tenían televisión por cable. Cualquier otro en su lugar habría dejado atrás todo su pasado y se habría desconectado de lo que sucedía en Alemania. Pero Frantz no. Él seguía los acontecimientos del que era su país con avidez.
Se quedó en un extremo de la barra con su jarra de cerveza en la mano y la mirada fija en la pantalla. "Yo me quedé cerca de él, charlando con otros compañeros, pero él no perdía detalle de las palabras de Günter Schawoski. Todos nos quedamos callados cuando dijo aquellas palabras que desataron la locura en Berlín aquella noche".
Schawoski leyó un proyecto de ley del consejo de ministros que tenía entre sus manos y entonces un periodista le preguntó cuándo entraba en vigor. "De inmediato", contestó tras ojear sus notas.
Se produjo el revuelo en el pub canadiense, las reacciones no se hicieron esperar. Todos comenzaron a comentar aquellas palabras. Jake se volvió hacia Frantz y lo miró. Éste se había quedado de piedra. Se preguntaba lo mismo que todos: ¿Habla en serio? ¿Realmente se abren las fronteras?
La cerveza corrió por el bar aquella tarde como si no hubiera un mañana. En un rato se llenó de vecinos que habían escuchado la noticia por la radio. Aquello era una fiesta. Cualquiera hubiera dicho que a aquellos canadienses les iba la vida en ello. Frantz era el único alemán que conocían pero fue uno de esos extraños comportamientos típicos del ser humano. Tener a un alemán a su lado les hacía sentir la alegría como si fuera suya.
En todo ese tiempo Frantz no dijo nada. Lo felicitaron, le daban palmaditas en el hombro, lo que lo asustaba como si lo amenazaran de muerte. Le preguntaban si tenía familia en Berlín, si iba a ir allí a reunirse con ellos.
Jake lo miraba continuamente sin decir nada. Aunque Frantz era un chico de pocas palabras, había aprendido a conocerlo. Aquello de ser el centro de atención no le gustaba en absoluto.
Miles de berlineses del Este se presentaron en los puestos fronterizos. Aquello era increíble. Las tropas de control de fronteras se vieron superadas. No sabían qué debían hacer. Al final, bajo la presión de la gente, decidieron abrir los puntos de control a las 11 de la noche. Y miles de personas más salieron a la calle. De todos es conocido lo que ocurrió después.
Con emoción, Frantz vio cómo la gente echaba abajo el Muro de la Vergüenza. Fue una noche muy larga, en Berlín y en aquel pub de Canadá.
"Me di cuenta de que Frantz no iba a aguantar aquello mucho más tiempo, ni emocional ni físicamente (llevaba bebiendo desde que habíamos llegado)" dice Jake, "En serio, es el primer alemán que conozco con tan poco aguante con el alcohol".
"Le pedí las llaves de su camioneta y lo llevé a su casa. No dijo nada en todo el camino. Se hizo el dormido pero en cuanto llegamos se bajó como si le quemara el culo. Pensaba acompañarlo hasta la cama si hacía falta, se bamboleaba más que un barco en alta mar, pero me despachó con un escueto 'Danke'. Así que supe que con haberme dejado llevarlo hasta allí habíamos hecho un gran progreso en nuestra amistad."
Alrededor de las 5 de la mañana, la nave de la oficial Lúa-Naldar se estrelló en el mar, frente a las costas de San Juan de Terranova. "Sin duda estaba despierto", afirma la capitana, "De no ser así, hubiéramos muerto ahogados allí. Llegó hasta nosotros muy rápido por lo que debió vernos caer."
Es uno de los puntos de la vida de Frantz Deutsch sobre el que sólo cabe especular. Nadie de su círculo más cercano conoce la verdad. Por qué se ha negado siempre a contar lo que ocurrió, es algo que ignoro por completo. Conociendo su carácter, tal vez se deba a que nunca ha querido poner el foco sobre su persona. Quizá algún día descubramos la verdad.
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La entrevista
Ficção CientíficaA lo largo de los diez años que han pasado desde los sucesos de 1989, mucha gente ha tratado de retratar a Frantz Deutsch, líder popular del Ejército de Liberación de Urano (U.L.A.). Se han escrito cientos de libros sobre él sin que nadie consiga ac...