Primera parte

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Detestaba los días de tormenta. Me obligaban a encerrarme en casa, esperando a que Thor terminara de ahogar a la tribu en lluvias torrenciales y poderosos truenos. Lo convertía todo en un extraño baile entre la luz y la oscuridad, entre el silencio y el bullicio. Me sentía impotente y prisionera.

Cuando la tempestad era más violenta, se auxiliaba a todo el pueblo y se resguardaba en el Gran Salón. Era el único lugar relativamente seguro cuando el clima se torcía de esa manera.

Aunque contar con compañía me distraía, a veces resultaba aún peor que el aislamiento en mi habitación. Tener a Patán Mocoso y a sus patéticas intentonas de conquista a mi lado durante toda la ventisca, que a veces podía dilatarse por días, era un serio fastidio. Cada vez que ocurría, el brillo de mi hacha parecía volverse más tentador ante mis ojos. Me obligaba a mí misma a apartar la mirada.

Esos largos periodos de reclusión solo tenían una ventaja. Hipo. El débil, torpe, sensible, solitario, ágil, ingenioso, imaginativo, inteligente, valiente, artístico y atrayente Hipo. Era curioso como muchas de las cosas que le definían eran básicamente opuestas, pero no dejaban de ser parte de él. Hipo podía tropezarse con sus propios pies al ensimismarse en sus pensamientos, pero al mismo tiempo podía recorrer todo el bosque sin ser visto o trabajar en la más fina pieza con un cuidado sin igual. De la misma forma en que podía diseñar las invenciones más atrevidas y mostrarlas al mundo con una valentía sin paragón, aun cuando los nervios le invadían por su temor al rechazo.

Entre las escapadas del vikingo al bosque, buscando Odín sabe qué, y mis intentos de no fijarme demasiado en él, rara vez nos encontrábamos. Salvo cuando iba a la herrería, esperando que fuera él quien pudiera afilar mi hacha. Podía hacerlo por mí misma, pero disfrutaba de esos breves momentos de conversaciones frenéticas por su parte.

Sin embargo, durante la tormenta, podía verle tanto como quisiera. Estábamos encerrados en una misma habitación, así que podía disfrutar de sus ojos refulgentes y emocionados al centrarse en su libreta o de su mirada nublada cuando se perdía en sus reflexiones. Me fascinaba pasar las horas admirando los distintos tonos de verde de sus ojos según sus emociones.

Allí me encontraba yo, en medio del Gran Salón, encerrada gracias a un nuevo tornado, preguntándome cuánto cambiaría el color de sus iris turmalina, ante las expresiones que ya conocía, frente la luz del sol. Le observaba de refilón, ocultando mi atención gracias a mi fleco, enmascarando mis acciones afinando mi hacha. Mocoso, sentado a mi lado, me hablaba, pero le ignoré. Estaba tan centrada en observarle sin ser descubierta que no me percaté de como Cubo anunciaba a voz de grito que los dolores habían remitido, que todo había pasado. Solo descubrí lo que ocurría cuando Hipo parpadeó sorprendido ante la luz que invadió la estancia al abrirse las puertas. Sus ojos adquirieron un brillante color esmeralda, resultante de su entusiasmo. Al momento, recogió sus cosas y marchó hacia la puerta. Me sorprendí de su velocidad. Demasiado intrigada para ser consciente de mis actos, le seguí.

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