Segunda parte

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Hipo se adentró en los bosques. Aprecié el húmedo alrededor, sorprendida de que la tormenta de esa ocasión se hubiera limitado a la lluvia, en lugar de complicarse y sepultarnos en la nieve. Aun así, había resultado tan fiera que nos había obligado a guarecernos en las contundentes paredes de piedra del Gran Salón, excavadas directamente en la montaña y cerradas mediante las enormes puertas de madera.

Lo observé perderse entre la maleza. Imitando sus pasos, llegué a una cala inundada de barro y charcos. Algunos de ellos eran tan grandes que costaba diferenciarlos de la laguna que había en el centro. Hipo descendió por un pequeño sendero que atravesaba los grandes bloques de roca. Era tan enjuto que ningún vikingo normal podría haber pasado por allí. Aguantando el aire y cuidándome de no ser descubierta, continué la senda.

Una vez en la base de la cala, Hipo se detuvo a inspeccionar el lugar. Le estudié desde mi escondrijo en el camino, rezando porque se alejara más, imposibilitando que me encontrara.

Hipo se alzó sobre una roca con cuidado e, impulsándose con las rodillas, saltó sobre uno de las pozas, empapándose de los pies a la cabeza. Asombrada por su reacción, emití una exclamación de sorpresa que lo alertó. El sonido no había sido más que un ligero alarido, pero la distancia que nos separaba era tan ínfima en aquel lugar, en el que el sonido reverberaba con espléndida claridad, que habría sido imposible no escucharlo.

Me miró de hito en hito, apreciando que yo también estaba calada hasta los huesos, aunque no me había percatado de ello hasta el momento gracias a la confusión. Con una sonrisa que danzaba entre la pillería y la sincera alegría, me jaló hacia él, tomando mi mano. Quizás porque el color verde bosque de sus ojos parecía brillar, llenos de magia, de ilusión, acabé saltando de charco en charco con él, riendo como una niña, sin importarme cuan impregnada de agua y barro estuviera.

Entre saltos, calculamos mal la distancia y acabamos cayendo de lleno en el lago, hundiéndonos rápidamente en el agua. Me sentía extraña, pero el impacto contra el agua helada no me permitió reaccionar rápidamente. Aprecié una presión extraña alrededor de mi cuerpo. Abrí los ojos, ansiosa, encontrándome con el cuerpo de Hipo bajo mi peso, rodeándome con sus brazos, en un intento de protegerme. Admiré sus ojos, deslumbrada, que habían adquirido un verdoso y vibrante color aguamarina.

El rostro de Hipo se contrajo débilmente de dolor debido a la falta de aire. Sabiendo que podría valerme de esa excusa en un futuro, junté mis labios con los suyos, compartiendo el aliento y disfrutando de un extraordinario momento bajo la superficie. Grabé en mi memoria el suave contacto de sus labios y su calor rodeándome en medio del agua helada.


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