Bueno, como era de esperarse, comenzó un nuevo ciclo escolar y no estaba emocionada en lo más mínimo; de hecho, debo confesar que tenía miedo. Miedo a que las cosas fueran de mal en peor, que me siguiera sintiendo terriblemente mal conmigo misma, que siguiera rodeada de gente hipócrita que sólo quiere estar a mi lado por lástima o interés; en fin, tenía demasiado miedo de cualquier cosa que saliera mal.
Creo que acerté al pensar que no me iría muy bien el primer día de clases en mi nuevo año, pues, claramente, como siempre lo hace Joy, llegué tarde; ya todo el salón estaba dentro. En cuanto llegué, vi algunas caras nuevas, pero no puse mucha atención en eso, mejor me concentraba en tratar de conseguir un sitio en mi aula.
Por suerte, había uno, sólo uno, casi hasta delante. Me incorporé al asiento y me fijé en una chica rubia que estaba sentada detrás de mí. No era demasiado guapa, pero no era para nada fea; destacaba por su estatura, pues aunque estaba sentada, se notaban a kilómetros de distancia sus largas piernas; su pelo era algo largo y quebrado, creo que su tono de pelo era natural; tenía unos ojazos color miel y pestañas largas; no era para nada delgada, pero gorda, lo que se dice gorda, no era; era algo linda, tenía sus encantos.
Cuando me senté en mi lugar, ella me saludó con una sonrisa amable y al instante me cayó bien. Yo le respondí con un:
–¡Hola! Soy Joy.
Tal vez así pudiera conseguir una amiga –esta vez de verdad– y con ella poder compartir todo lo que pienso, confiar en ella hasta en lo inimaginable, que me aconseje, hacer todo tipo de locuras a todas horas, sólo pido una amiga de verdad.
Para mi sorpresa, ella no me ignoró, como lo hacían algunos desde hace la escena con Eider, y me contestó en el tono más amable que haya escuchado en toda mi vida:
–Yo soy Shirley. Como ya te habrás dado cuenta, soy nueva aquí y me siento algo sacada de onda en todo este lugar.
No te preocupes, amiga. Yo siempre estoy sacada de onda aquí. Creo no pertenecer lo suficiente a este lugar, pero al final uno se termina acostumbrando.
Al darme cuenta de que ya estaba comenzando a divagar, regreso instantáneamente a la realidad y me doy cuenta de que Shirley sigue hablando y yo ni en cuenta. Creo que dijo algo de que se cambió de casa.
–¿Cómo has dicho?– me atrevo a preguntar. A lo mejor y se molesta porque no le he puesto atención y solamente me deja de hablar, como todas las personas con las que he intentado mantener aunque sea una simple conversación.
O tal vez no.
Me volteó a ver a los ojos con una sonrisa (creo que está de más decir que con amabilidad) y soltó una leve risita tímida.
–Te estaba diciendo que me he cambiado de casa hace poco, como un mes, y no me he logrado adaptar del todo a casi nada por aquí –¡Por Dios! ¿Qué acaso no puede dejar de sonreír? Al verla así, tan dulce y tranquila, noto que algo en mis adentros me relaja y comienzo a sentirme un poco mejor. Creo que me ha contagiado de su buen humor.
–¿Ah, sí? Ha de ser difícil adaptarse a varios cambios al mismo tiempo. ¿De dónde vienes?
–Sí, es algo difícil, en especial cuando lo haces seguido, pero luego te terminas acostumbrando tantos cambios tan continuos en tu vida...– baja la mirada y no ve a un punto fijo, en realidad. Creo que he tocado un tema que no debía. Su sonrisa desaparece y su cara se comienza a tomar un tono rojizo, como si estuviera a punto de llorar. Oh,oh –. Lo siento, es que todo está muy reciente, ¿sabes? Vengo de un lugar no muy lejano, mmm... más o menos como a una hora y media en carro. La verdad no creo que lo conozcas.