Prólogo

124 26 10
                                    

Antonela estaba a punto de entablarle conversación a una paloma por puro aburrimiento.

Sentada en una banca de la universidad, esperaba a su amiga como era costumbre. Llevaba tres noches sin ir a dormir al pequeño apartamento que alquilaban juntas, necesitaba quedarse fuera porque estaba asistiendo a congresos que la facultad de medicina organizaba. Sin embargo, pasaban un rato juntas antes de entrar a clase, la razón por la que estaba tan temprano era para evitar el embotellamiento de la ciudad; Lucrecia y ella eran sumamente puntuales y preferían interactuar durante ese tiempo, comer algo e incluso, tomar una siesta en algún salón vacío antes que llegar tarde. Era normal que Lucrecia se atrasara unos cinco o diez minutos por contratiempos propios de la urbe. Pero iba a cumplirse una hora desde que se sentó a esperarla.

Le había escrito varios mensajes y le había llamado varias veces, pero no había obtenido respuesta.

Lucrecia, ¿dónde estás?

Escribió de nuevo.

Lucrecia.
Lucrecia.
Lucrecia.
Contesta.

Insistió en escribirle continuamente, como buscando que el teléfono le explotara.

L
U
C
R
E
C
I
A
¿Estás viva?
Lucrecia
Contesta
Por Dios
R
E
S
P
Ó
N
D
E
M
E
Asjajaksjsjs
Jwjwjs

Lucrecia

Tenía que estar en clases en cinco minutos y ya se había preocupado. El teléfono se encendió con una llamada en sus manos. Era Lucrecia.

—Hola —Antonela vio a su alrededor y se colocó un mechón tras la oreja.
—¿Dónde estás?

—¡Antonela! —dijo su amiga del otro lado, la notable preocupación en su voz la alertó.

—¿Qué pasa? —le preguntó, ya con arrugas en la frente.

—Emm... este...

—Lucrecia, ¿qué pasa? —la presionó porque la conocía y sabía que, si no la apuraba, el asunto se retardaría más de lo necesario.

—Solo una pregunta —dijo vacilando.

—Dime —Antonela siempre sonaba contundente.

—¿Puedo ir a la cárcel si atropellé a alguien con una bicicleta? —soltó Lucrecia, después de unos segundos de morderse las uñas.

—¡¿Qué?!

—¿Sí puedo?

—Lucrecia, ¡¿cómo es posible que hayas aventado a alguien?!

—No sé, no sé.

—¿Cómo que no sabes?

—Es que no sé, me distraje por tres segundos.

—¿En qué?

—Comprobando el camino.

—Pero, ¿qué hacías encaramada en una bicicleta, Lucrecia?

—Necesitaba llegar rápido a la universidad.

—¿De dónde la sacaste?

—Andreita me la prestó.

—¡Cómo se te ocurre! —exclamó enérgica.

—Pensé que era buena idea —se excusó la muchacha, mortificada.

—¡Pero si tú tienes accidentes hasta durmiendo!

—Solo quería tomar el atajo que siempre me dices.

—¿A quién aventaste? ¿Cómo está?

—Un chico y está bien. Creo.

—¿Cómo que crees? ¿Respira?

—Sí, sí, se mueve y todo.

—Ok. ¿Tú?

—Con raspones. Nada serio.

—¿Él llamó a la policía?

—No.

—¿Tiene la intención de hacerlo?

Lucrecia recordó lo dulce que lucía el rostro de Mateo y lo bien que se había portado con ella.

—No lo creo —dijo segura.

—Entonces, ¿por qué crees que te va a mandar presa? —Antonela sonaba confundida.

—Porque su abuelo ex militar se ve que sí le gusta encerrar a la gente.

—¿Iba con su abuelo?

—No. Está en su casa.

—¡¿Tú estás en su casa?!

—Ehhh...

Antonela se preparó para un largo, largo día.

LucreciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora