NOTA PRELIMINAR
En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas
inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer; el libro consta de capítulos
breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión
válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general.
El libro nació lentamente, con intervalos a veces largos, como poemas que fui
escribiendo, según las más diversas inspiraciones. Cuando escribo procedo por
series: tengo muchas carpetas donde meto las páginas escritas, según las ideas que se
me pasan por la cabeza, o apuntes de cosas que quisiera escribir. Tengo una carpeta
para los objetos, una carpeta para los animales, una para las personas, una carpeta
para los personajes históricos y otra para los héroes de la mitología; tengo una
carpeta sobre las cuatro estaciones y una sobre los cinco sentidos; en una recojo
páginas sobre las ciudades y los paisajes de mi vida y en otra ciudades imaginarias,
fuera del espacio y del tiempo. Cuando una carpeta empieza a llenarse de folios, me
pongo a pensar en el libro que puedo sacar de ellos.
Así en los últimos años llevé conmigo este libro de las ciudades, escribiendo
de vez en cuando, fragmentariamente, pasando por fases diferentes. Durante un
período se me ocurrían sólo ciudades tristes, y en otro sólo ciudades alegres; hubo un
tiempo en que comparaba la ciudad con el cielo estrellado, en cambio en otro
momento hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día a día fuera de
las ciudades. Se había convertido en una suerte de diario que seguía mis humores y
mis reflexiones; todo terminaba por transformarse en imágenes de ciudades: los
libros que leía, las exposiciones de arte que visitaba, las discusiones con mis amigos.
Pero todas esas páginas no constituían todavía un libro: un libro (creo yo) es
algo con un principio y un fin (aunque no sea una novela en sentido estricto), es un
espacio donde el lector ha de entrar, dar vueltas, quizás perderse, pero encontrando
en cierto momento una salida, o tal vez varias salidas, la posibilidad de dar con un
camino para salir. Alguno de vosotros me dirá que esta definición puede servir para
una novela con una trama, pero no para un libro como éste, que debe leerse como se
leen los libros de poemas o de ensayos o, como mucho, de cuentos. Pues bien, quiero
decir justamente que también un libro así, para ser un libro, debe tener una
construcción, es decir, es preciso que se pueda descubrir en él una trama, un
itinerario, un desenlace.
Nunca he escrito libros de poesía, pero sí muchos libros de cuentos, y me he
encontrado frente al problema de dar un orden a cada uno de los textos, problema
que puede llegar a ser angustioso. Esta vez, desde el principio, había encabezado
cada página con el título de una serie: Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo,
Las ciudades y los signos; llamé Las ciudades y la forma a una cuarta serie, título que
resultó ser demasiado genérico y la serie terminó por distribuirse entre otras
categorías. Durante un tiempo, mientras seguía escribiendo ciudades, no sabía si
multiplicar las series, o si limitarlas a unas pocas (las dos primeras eran
fundamentales) o si hacerlas desaparecer todas. Había muchos textos que no sabía
cómo clasificar y entonces buscaba definiciones nuevas. Podía hacer un grupo con las
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