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<td align="left">ciudades un poco abstractas, aéreas, que terminé por llamar Las ciudades sutiles.
Algunas podía definirlas como Las ciudades dobles, pero después me resultó mejor
distribuirlas en otros grupos. Hubo otras series que no preví de entrada; aparecieron
al final, redistribuyendo textos que había clasificado de otra manera, sobre todo
como "memoria" y "deseo", por ejemplo Las ciudades y los ojos (caracterizadas por
propiedades visuales) y Las ciudades y los intercambios, caracterizadas por
intercambios: intercambios de recuerdos, de deseos, de recorridos, de destinos. Las
continuas y las escondidas, en cambio, son dos series que escribí adrede, es decir con
una intención precisa, cuando ya había empezado a entender la forma y el sentido
que debía dar al libro. A partir del material que había acumulado fue como estudié la
estructura más adecuada, porque quería que estas series se alternaran, se
entretejieran, y al mismo tiempo no quería que el recorrido del libro se apartase
demasiado del orden cronológico en que se habían escrito los textos. Al final decidí
que habría 11 series de 5 textos cada una, reagrupados en capítulos formados por
fragmentos de series diferentes que tuvieran cierto clima común. El sistema con
arreglo al cual se alternan las series es de lo más simple, aunque hay quien lo ha
estudiado mucho para explicarlo.
Todavía no he dicho lo primero que debería haber aclarado: Las ciudades
invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a
Kublai Kan, emperador de los tártaros. (En la realidad histórica, Kublai, descendiente
de Gengis Kan, era emperador de los mongoles, pero en su libro Marco Polo lo llama
Gran Kan de los Tártaros y así quedó en la tradición literaria.) No es que me haya
propuesto seguir los itinerarios del afortunado mercader veneciano que en el siglo
XIII había llegado a China, desde donde partió para visitar, como embajador del
Gran Kan, buena parte del Lejano Oriente. Hoy el Oriente es un tema reservado a los
especialistas, y yo no lo soy. Pero en todos los tiempos ha habido poetas y escritores
que se inspiraron en El Millón como en una escenografía fantástica y exótica:
Coleridge en un famoso poema, Kafka en El mensaje del emperador, Buzzati en El
desierto de los tártaros. Sólo Las mil y una noches puede jactarse de una suerte parecida:
libros que se convierten en continentes imaginarios en los que encontrarán su espacio
otras obras literarias; continentes del "allende", hoy cuando podría decirse que el
"allende" ya no existe y que todo el mundo tiende a uniformarse.
A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder
poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le habla
de ciudades imposibles, por ejemplo una ciudad microscópica que va ensanchándose
y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad
telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana.
Cada capítulo del libro va precedido y seguido por un texto en cursiva en el
que Marco Polo y Kublai Kan reflexionan y comentan. El primero de ellos fue el
primero que escribí y sólo más adelante, habiendo seguido con las ciudades, pensé
en escribir otros. Mejor dicho, el primer texto lo trabajé mucho y me había sobrado
mucho material, y en cierto momento seguí con diversas variantes de esos elementos
restantes (las lenguas de los embajadores, la gesticulación de Marco) de los que
resultaron parlamentos diversos. Pero a medida que escribía ciudades, iba
desarrollando reflexiones sobre mi trabajo, como comentarios de Marco Polo y del
Kan, y estas reflexiones tomaban cada una por su lado; y yo trataba de que cada una
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