Capítulo 4: No te necesito.

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"Estoy hecha de aire, de quimeras, de solitarias lagunas saladas y de cartas sin remitente".   Yvaine escribió las lineas con gis en un pequeño pizarrón de su habitación. Le brotaron sin pensarlas, y quedaron plasmadas en un santiamén. Sonaban bien, pero eran basura. Era una burla revestir de esa forma, con aquellas palabras tan equívocas a todas las fantasías que no existen, o que solo habitan en nuestra imaginación.  Todas aquellas ideas, miedos y blasfemias que se habían atesorado en los recovecos de su imaginación, peleaban incansables por salir a la luz del mundo. Pero ella no podía. No sabía como deshacerse de ellas, no sabía como asesinarlas, dándoles vida propia. Con un papel mojado, borró todo y giró la llave del agua caliente para meterse a duchar.

Eran las 4:30 de la tarde. Su madre ya se había ido al trabajo y pudo oír los lastímeros y cronometrados ronquidos de su padre en el sillón de la sala. Era rollizo y tenía un bigote pronunciado, no hacía otra cosa que dormir o alcoholizarse hasta perder la consciencia. Jamás desperdiciaba nada y tenía una extraña obsesión con los rompecabezas de mil piezas. Compraba cajas y cajas y se disponía a armarlos diciendo a toda la familia que era una terapia excelente para la memoria y la destreza visual. Había más de cinco modelos esparcidos por la mesa del comedor, pequeñas piezas al derecho y al revéz en la alfombra, en el piso, en los sillones y hasta en la arena del gato.  Nunca había terminado ninguno e Yvaine especialmente odiaba el de la "Muralla China". Todas las piezas eran condenadamente iguales y absurdamente diminutas.

-Papá... voy  salir.

-Uhmmm- rugió el pobre hombre y se dió la vuelta para acomodarse mejor.

Yvaine sigilosamente, metió la mano en la bolsa de un pantalón que estaba tirado en la alfombra y tomó un billete de 10 euros. Lo introdujo rápidamente a su mochila donde tenía un pasador, "Ficciones" versión pasta dura de Borges, su teléfono movil, un lapiz labial rosado, dos cupones  para un jugos gratis en la cafetería de la escuela, unas gafas de sol, y una caja de cerillos.  La cartera brillaba por su auscencia pero ya no le importaba.

Pretendía pasar primero a un parque cerca de la casa de Thomas y quedarse ahí leyendo a Borges, matar el tiempo que quedaba para la inevitable visita. Todo era mejor que esperar en aquel tugurio de olor a whiskey y voces de comentaristas de futból. Necesitaba relajarse y tratar de ordenar su mente. Se había puesto el vestido azul y el sueter blanco. Más nerviosa no podía estar, pero tenía que ocultarlo bien.

"Tengo que hacerlo"- se dijo para sí, "Vamos Yvaine, tienes que ser fuerte por una vez en la vida".

 Tocó el timbre a las 7:15, no quería pareces muy desesperada y mucho menos puntual. Una vez, dos, cuatro. No hubo respuesta.

El atardecer se desgarraba en el cielo y las nubes se movían, pastosas y cálidas sobre el fondo escarlata. Era como aquellos días de otoño en los que la claridad dura más que la tibia noche.

Yvaine se disponía a irse cuando de pronto la puerta chilló al abrirse de par en par y Thomas, con su pelo enmarañado y sus ojos absurdamente verdes y somñolientos le sonrió con esa mirada juguetona y desafiante que la chica aún vislumbraba en sus sueños.

-Pásate-dijo el chico. Y sin más ni más le dió la espalda y se fue a tumbar al sillón de la sala.

Más nerviosa de lo que pensó podría estar, entró a la casa con pasos lentos y observando el panorama con atención. No podía ni siquiera hablar: tenía la boca seca y las manos temblorosas.

La pequeña sala se encontraba hecha un total desorden: cajas de pizza y platos con comida por doquier, latas de jugo y de cerveza, cojines en el suelo rodeados de ropa sucia entre otros desperdicios. El ruido del futból en la televisión aminoraba el volumen de los pensamientos que atacaban uno tras otro a la pobre chica. ¿Se le habría olvidado a Thomas que iba a ir? ¿O por qué no se había esmerado si quiera en recoger la habitación? Además parecía como si se hubiera acabado de levantar y traía puesta la horrible pijama que Yvaine tanto detestaba.

Aún así, no podía si quiera mirarlo a los ojos, ¿Por qué aquel chico tan común y corriente e incluso vulgar y mal educado, prepotente, con su mirada desafiante y sarcástica, por que él y solo él lograba que su corazón latiera a mil por hora y se le erizara cada poro de su piel?

- ¿No me vas a saludar?- Thomas acostado en el sofá más grande alzó los brazos como en seña de quien espera un abrazo y le guiño el ojo.  

-No.

-¿Entonces a que viniste Yvy?- Thomas empezó a reirse descaradamente.

-Pues yo ehmm... vine a hablar, a aclarar muchas cosas contigo. Y no me digas Yvy, sabes que lo odio- tragando saliva por fin pudo articular palabra. ¿Por que diablos estaba tan nerviosa? Sentía muchas ganas de vomitar otra vez.

-Pues ven, siéntate YVY, hablemos entonces- dió unas palmaditas al lugar en el sofá junto a el, mientras lanzaba al suelo unos juegos de video que estaban desperdigados bajo unos cojines.

Haciendo la peor mueca de desdén que pudo, Yvaine se sentó como una estatua junto a él, lo más alejada posible e intentó respirar normalmente. Tenía miedo que el pudiera oír su corazón que estaba como loco.  

-Y bien ¿Qué quieres decirme?- Thomas apagó la televisión y dando un grande bostezo se acercó lentamente hacía la chica.

-Pues yo nada...

-¡Pero si acabas de decir que querías hablar conmigo!

Por fin las miradas hicieron contacto. Esa unión que habían estado evadiendo por largos minutos incómodos. ¿Era más incómodo ahora? Thomas entreabrió los labios y esbozó una sonrisa nerviosa. Siguieron mirándose por lo que parecieron minutos y parecía como si se pudiera leer en su rostro todas las palabras que el había callado, y ocultado, incluso por un momento le pareció ver un poco de sinceridad y ternura en sus ojos. Yvaine apartó la mirada rapidamente, no quería que el leyera su mente como sabía bien que podía hacer. Abrazó un viejo cojín y escondió la cabeza en él. No podía, era más grande que ella, este sentimiento tan intenso y transparente que la hacía olvidarse de todo y perderse en sus misteriosos ojos verdes. Ya había olvidado por completo el discurso que había planeado y su salida triunfal. Ya había olvidado todo su rencor, resentimiento, odio y deseos de venganza por Thomas. Todas sus barreras tan bien pensadas y construidas se vinieron abajo con tan solo mirarlo. Solo deseaba que él la abrazara, nadamás.

-Yvaine... ¿qué...que tienes? Thomas le quitó el cojín poco a poco y le tomó de la mano.

-¡Suéltame! ¿Pór que me invitaste entonces? ¿Tu no querías hablar? ! Ni si quiera te acordabas que iba a venir! !Mira como tienes todo, te acabas de despertar y ya llevaba timbrando muchísimo tiempo! - Yvaine no soportó más, todas las emociones que se había callado y apretujado en su interior salieron al flote, gruesas lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Justamente lo que no quería, que el se diera cuenta cuanto le importaba, cuanto le hería su indiferencia, cuanto lo extrañaba, cuanto, pero cuanto lo había extrañado.-!¿Sabes qué?! Fue una estupidéz haber venido, me largo. Quedate viendo tu fut....

Thomas se abalanzó sobre ella, tomándola de la cintura y colocando un húmedo beso sobre sus labios. La estrechó fuertemente entre sus brazos e Yvaine aún sollozando, no pudo más que corresponderle rodeando con sus brazos los hombros del chico y besarlo con todas las ganas qe se tenía guardadas, besarlo con sus labios de flores y peces, con su aliento de mantequilla y anís. Lo besó con odio, con amor, con las lágrimas y las risas de su infancia y con los recuerdos del ayer. Temblaban, eran una sola saliva, un solo respirar, un solo ardor.

Me encanta quitarte la soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora