Barrio de San Blas
Sergio se encaminó hacia su viejo y polvoriento Seat Panda, que tenía aparcado en una calle solitaria de San Blas desde hacía ocho meses y catorce días. Igual de largos como un día sin pan, precisamente porque eso habían sido.Sergio llevaba ocho meses y quince días en la calle.
Aún se acordaba de cuando acababa de terminar la carrera de Bellas Artes, y era un joven con talento dispuesto a comerse el mundo. Y cómo sus perspectivas de convertirse en dibujante se destrozaron ante la implacable realidad y acabó trabajando de contable para una pequeña empresa familiar de la construcción. No se le daban mal las matemáticas, aunque los números le aburrían; pero era lo único que había podido encontrar, y de algún modo tenía que ganarse el pan. El tiempo pasó, y Sergio veía cada vez más deudas y menos encargos. El monstruo de la ya tan nombrada crisis ya campaba a sus anchas mientras los criminales en sus trajes y corbatas eran libres para beber martinis y ver el amanecer.
Y aún se acordaba de cuando llegó un día en que el patrón, un hombre bonachón oriundo de Cáceres con algo de sobrepeso, se presentó en el local; pero no como cada jornada. Jenaro lloraba. Y es que el banco se negaba a concederles otro crédito, y Construcciones Jenaro Domínguez e Hijos acabó en la quiebra. Toda la plantilla acabó despedida y el patrón y sus hijos se volvieron a Extremadura.
De pronto el castillo de naipes donde Sergio había estado viviendo se desmoronó sobre su cabeza. Y aún le dolía el chichón.
Pasó de pedir nocturnidad a suplicar empleo.
Los prometidos subsidios seguían sin llegar, por lo que hacía de todo, desde mendigar hasta ayudar cargando cajas para ganarse un dinerillo. Al principio, tras cansarse de buscar trabajos por todos lados, se dedicó a retratar a los turistas en la Puerta del Sol a cambio de unas monedas, pero el material era demasiado caro, y tuvo que dejarlo. Desde entonces, su jornada consistía en pasearse por el centro desde bien temprano, pidiendo limosna a los peatones y buscando a gente a quien ayudar con la esperanza de sacarse algo; y siempre ojo avizor con la Policía Municipal, que nunca les ponía las cosas fáciles a los de su condición. Al mediodía, se acercaba a algún supermercado y si el día no había sido malo, compraba algo para comer. Raras veces se gastaba más de un euro. Siempre echaba un vistazo en los contenedores cercanos, donde se podían encontrar algunos alimentos caducados aún comestibles si eras de los primeros en llegar. Si tenía mucha sed, iba hasta un parque en busca de surtidores de agua potable. En ocasiones se acercaba al Retiro, como hizo el día anterior, donde se echaba un respiro echándose bajo el sol. Cuando el sol empezaba a bajar, se dirigía hacia la cola de algún albergue, si le pillaba cerca; aunque eran largas y las camas limitadas, por lo que no solía tener suerte y acababa teniendo que dirigirse hacia el viejo Seat Panda. Y si San Blas le pillaba demasiado lejos, se veía obligado a buscarse un banco desocupado.
Su coche había pasado a ser su casa. Tenía suerte de que nadie hubiera llamado a los del ayuntamiento tras varios meses sin moverlo (en parte, gracias a haberlo aparcado allí), y sólo esperaba que siguiera siendo así. Las ruedas se habían deformado de tanto tiempo parado, el depósito estaba vacío, y el parabrisas lleno de polvo; pero para Sergio ver de nuevo a su viejo Panda lo alegraba enormemente.
En su interior guardaba todas sus pertenencias y el dinero que tenía ahorrado, escondido dentro de un sobre tras el mugriento tapizado de la puerta del conductor.
Y ahora parecía que su hermano —prácticamente la única familia que le quedaba— también estaba en un apuro.
—Sergio, de verdad, no pasa nada si me dices que no; pero, ¿podrías dejarnos algo de dinero? Ya sabes, pero han echado del curro a Lucía por su embarazo y mi sueldo no nos da para mucho. Ya que trabajas de contable...—sonó suplicante el teléfono, y tras unas cuantas frases el tono cambió.—Vaya, muchas gracias por ayudarme, no te merezco, Sergio. Lleva lo que puedas, tampoco te preocupes. Hasta mañana.
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Cadenas
Short StoryTodos, en nuestro día a día, nos cruzamos con muchísimas personas desconocidas, y éstas, a su vez, se cruzan con más desconocidos. Y en ocasiones, nos fijamos en ellas: tratamos de imaginar cómo serán sus vidas, qué es lo que piensan, con quién vive...