IV

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NOTA: Debido a que el capítulo en ocasiones no se muestra entero en la versión para ordenador, dadle al botón de abajo del todo de "Leer la parte siguiente", y luego volved a este capítulo para que se cargue en su totalidad. :S

Línea 1 del Metro de Madrid

   El vagón traqueteó una vez más mientras los pasajeros de trajes sin cuerpo se agarraban a los asideros. Marta miraba fijamente la ventana situada enfrente suyo, donde las barras fluorescentes se sucedían una tras otra.

  Aunque, en realidad, observaba el reflejo del chico de su edad que se situaba detrás de ella tres asientos hacia la izquierda, concentrado en unos apuntes.

  Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal... Las estaciones se sucedían mientras toda la gente —excepto ella, el chico y algunos pocos más—entraba y salía sin cesar.

  Marta realizaba el viaje habitual: salía de su "zulo" (así llamaban su piso ella y sus amigas), atravesaba dos manzanas, subía por el paso elevado que cruzaba la siempre concurrida autopista, entraba al metro en Puente de Vallecas, cambiaba en Cuatro Caminos y se bajaba en Metropolitano, para cruzar las puertas de la Universidad Politécnica, donde estudiaba Arquitectura.

  El joven, con una sacudida del vagón, se desconcentró; y alzó la vista. Marta desvió su mirada de inmediato del cristal, por si acaso, aunque el chico ni siquiera se percató de que había estado siendo observado, y volvió sus ojos hacia los garabateados papeles, mientras Marta hacía lo propio hacia el reflejo.

  El gusano de acero continuaba su subterráneo recorrido hacia la siguiente estación.

*****

  Las clases transcurrieron perezosas hasta que acabó la jornada académica. Marta se juntó, como hacía siempre, con sus amigas estudiantes a hablar y tomar algo. Finalmente, el grupo se fue deshaciendo entre las que vivían por la zona y las que, como ella, tenían intención de llegar a sus respectivos pisos para poder estudiar. Y, de vuelta al metro donde, esta vez, no tuvo a nadie a quien mirar.

  La puerta de su casa rechinó, como siempre, y Marta suspiró de cansancio, también como siempre.

  Marta odiaba el piso donde vivía. Era un minúsculo tercero interior, y las únicas dos ventanas daban al patio del edificio. El piso era oscuro y lóbrego, y eso hacía que notara aún más la ausencia de su amiga Elvira. La que empezó siendo su compañera de piso había acabado siendo su mejor amiga, y hacía que la estancia en el piso valiera la pena con sus divertidas ocurrencias. Siempre lograba sacarle una sonrisa, incluso ahora que tenían que verse a través de Skype, ya que Elvira estaba de Erasmus en Italia durante su segundo año de carrera. Marta la echaba mucho de menos, pues aunque ni siquiera estudiaban en la misma universidad —Elvira estaba cursando Derecho en la Complutense—, siempre podía hablarle de cualquier cosa y contar con ella para lo que fuera. De hecho, incluso se empeñó en seguir pagando el alquiler del año de Erasmus.

  De eso no se podía quejar. Aunque el piso era algo tenebroso y disponía de poca luz solar, el alquiler era muy bueno, y les permitía vivir a las dos sin apuros. Además, los vecinos y la zona en general eran bastante tranquilos (no como en el primer piso al que se mudó recién llegada de Toledo, donde oía al otro lado de la pared gritos y golpes a diario). Y tenían un casero bastante majo. "Si sólo tuviera una ventana exterior..." solía pensar Marta. De hecho, tenía algo claro: si su carrera de arquitectura prosperaba, no diseñaría un solo edificio con pisos así.

  Pese a vivir en la otra punta de la ciudad respecto a la universidad, en un piso sin casi luz solar, Marta había encontrado algo que le hacía no querer cambiar de residencia.

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