Nuevamente sintió ganas de devolver la tripa, esta vez sin contener todo lo que albergaba su estómago, dejando caer bilis a su lado. Aunque, extrañamente, cuando contempló el cadáver por segunda vez, sintió una serie extraña de sentimientos: atracción, tristeza, confusión, miedo, compasión y finalmente la más poderosa, el sentimiento de creer que la conocía de algún lado.
En su vientre yacía una mano putrefacta, que a su vez contenían un arma que no supo reconocer por la tenue luz, y una carta, la cual tomó con cuidado. Con rechazo, la comenzó a leer...
Mi querido Vic,
Sé que lo que haré va en contra de mis principios, valores... y sentimientos. Me da una pena tan solemne y desastrosa hacerte esto, pero me vi obligada a hacerlo, y cuando despiertes, lograrás ver mi nuevo estado.
Pero antes, me expiaré de cometer mi destino.
Cinco años atrás, tuvimos un accidente automovilístico. Yo, por fortuna, salí casi ilesa, sin embargo tú no lograste tener suerte, pues tuviste una grave contusión que te dejó inconsciente y entraste inmediatamente en coma, que irónicamente, nos mantuvo por vida mucho tiempo. Y además, te salvó a ti.
Ya en el hospital y después de la cirugía de reconstrucción facial (no te preocupes, las cicatrices ya casi desaparecieron, aunque puedo decir que ahora tienes una gran cicatriz a lo largo de la cara), la doctora encargada me dijo que estaba segura de que saldrías del coma pronto. Aunque estos cinco años fueron en realidad los cinco años más largos de mi vida.
Sin embargo, no tuve más remedio que ser fuerte y esperar a que despertaras. No hubo día en el que yo no te visitara al hospital, en el que yo no derramara una lágrima por ti. Sé que despertarás pronto, pero cuando lo hagas, tu mundo se caerá. Junto con el mío.
Pero bueno, ahora va la segunda noticia mala.
Hace poco me enteré de una epidemia que dejó a millones de muertos en el país. No se sabe aún la causa de esta extraña epidemia. Y por más raro que parezca, algunos ni siquiera morían del todo, sino que al final sufrían una clase de esquizofrenia o locura que los llevaría a atacar a quien se les acercara.
Gracias a esto, los hospitales se empezaron a abarrotar de gente, y cada cuarto era puesto en cuarentena. Pero aun así no sobró la ocasión en que algún paciente antiguo destruyera la puerta y tuvieran que anestesiarlo. No obstante, muy pronto empezaron a adquirir inmunidad a las drogas, y estas, en vez de dormirlos, los enojaban más.
Fue entonces cuando la doctora en jefe te dio de alta y te envió a casa a mis cuidados y con todo el material necesario para tu supervivencia.
Esta acción fue la más generosa que pudo tomar, pues si no hubiese hecho esto no sé si estaríamos aquí aún. Las calles se habían atestado de gente con miedo y empezaron a robar, asaltar, violar y matar a otra gente, con tal de poder «sobrevivir».
Muy pronto, me encarcelé contigo y con Luis para poder pasar aquí unos cuantos días hasta que se calmara la situación. Cosa que nunca sucedió. Y gracias a esto, de grata manera, Luis se ofreció a instalar unos barrotes a modo de protección en las ventanas y puertas, los cuales nos salvaron durante un tiempo, pero más adelante entenderás por qué.
Una semana después, hace veintiocho semanas atrás, empezaron los terribles acontecimientos.
Gracias a los medios informativos nos enteramos de que esta enfermedad estaba matando a la gente, y el gobierno, al no poder controlarla, pidió ayuda a otros países. Una empresa autorizada respondió a nombre de Francia. Esta empezó a crear una cura llamada Nerotonin, que era un prototipo, pero al parecer falló, pues se aplicaron a sujetos de prueba y nunca se supo qué le pasó al grupo.