Caput I: Stellae convertatur et vivat in eis

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«A veces siento que hay dos yoes, uno situado justo encima del otro, como si fuera un eclipse. A veces funcionan de manera sincronizada, pero otras son totalmente opuestos. Mientras uno dice "gris" el otro chilla "amarillo"».

[Miarah/ 2 de abril/ 1845]

Tumbada en la alta hierba de los verdes campos que estaban cubiertos de rocío, cubiertos de flores tales como las margaritas, las rosas blancas y rojas, lirios y quizá, algún que otro girasol. Los árboles eran altos y daban sombra, pero dejaban pasar algunos rayos de sol entre sus hojas. En algunos árboles crecían manzanas, naranja y limones. El sol estaba alto, pues era mediodía, y el cielo estaba claro, de un color celeste igual que mis ojos, que a menudo solía comparar con el cielo, algo que me apasionaba. Corría una suave brisa que movía mi rubio y rizado cabello desordenándomelo.

Suspiro, siempre es lo mismo, aquí nunca pasa nada interesante. Me levanté con pesadez del verde césped y me arreglé más o menos el pelo y el vestido, blanco por el corsé y el resto de flores de colores rojos, azulados y blanquecinos. Mis pies estaban descalzos, me gustaba caminar descalza, me hacía sentir libre de toda la presión.

Caminé por los campos, pero pisé algo que hizo que perdiera el equilibrio, ya que no veía por dónde iba. Con dolor en el pie y una mueca de dolor me agaché para saber qué había pisado; me encontré con un brazalete blanco con unos raros grabados dorados, tenía unas palabras escritas en un idioma que parecía latín, esto era lo escrito: Stellae convertatur et vivat in eis. Según los libros de latín que me había estudiado, significa: A las estrellas volverás y con ellas te irás. Cogí el brazalete y le quité el polvo que tenía con una tela un poco más oscura de mí vestido para que no se notara la mancha, una vez limpio, dudé en cogerlo o no, quizá era de alguien, pero por allí no vivía mucha gente ya que era el campo, pero si lo dejaba allí podría cogerlo cualquier otra persona, y me resultaba muy bonito como para dejarlo. Será por egoísmo o por avaricia, lo cogí y me lo puse en la muñeca, porque soy muy caprichosa.

El mensaje que tenía me parecía hecho para mi ya que ir a las estrellas es mi sueño y me encantaría vivir con ellas. Quizá es el destino el que haya querido que lo encuentre. Seguí caminando hacia mí casa, hasta que la divisé a lo lejos. Es una casa espaciosa de color blanco y con techos de piedra, con grandes ventanales y con una puerta en el centro en la parte frontal. Justo delante de la casa hay un jardín con frutas y verduras cultivadas en una tierra cuidada por mi madre, y también muchas flores de todos los colores también cuidadas por ella, ya que adoraba cuidar de ellas. Protegiendo todo eso había una valla de madera que cubría toda la casa.

Abrí la pequeña puerta de la valla y entré. Las frutas ya estaban madurando, pues casi era primavera. Fui a la parte trasera del jardín para ver a mi yegua, Amira. Pasé de largo a todos los caballos de mis padres y hermanas y me fui directa hacia Amira, que estaba en el fondo del establo tumbada sobre un montón de paja. Era una yegua de color canela con la crin y la cola marrón chocolate y los ojos de color azabache. Me agaché a su altura y le acaricié la crin; ella respondió con un relincho y de buenas a primeras se sobresaltó y me dio algunos golpes en el brazo con su hocico.

—¿Qué pasa Amira? ¿Es por el brazalete? —ella relinchó— No te preocupes por eso, sólo me lo encontré en el campo, no pasa nada, ¿vale? —la acaricié y, finalmente, se tranquilizó.

Miré el reloj de la pared, las siete y media, la hora de irse a casa. Me levanté y —con pocas ganas de ver a mi madre— me fui de allí. El cielo se estaba tornando de color naranja preparándose para dejar salir a la luna y a mis queridas estrellas.

Entré a casa y saludé, llegaba un olor a comida desde la cocina, quizá era sopa. Entré al salón, y allí estaba mi hermana Maia, con su pelo rubio recogido en dos perfectas trenzas, sin un solo pelo fuera de lugar y su vestidito de color lila claro jugando con sus muñecas. En cuanto se percató de mi presencia vino corriendo a saludarme.

Lágrimas de la estrella azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora