Capítulo 4

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Día 9

Gaia ya no se encontraba bien. Todo su cuerpo estaba lleno de heridas sin sanar, solo algunas se lograban curar, pero con las continuas torturas se volvían a abrir. En estos momentos, la pelinegra estaba inconsciente a causa de uno de los líquidos experimentales que le habían administrado.
Dos personas observaban por el enorme vidrio que había en la pared, una mujer y un hombre. Strucker había dado la orden de que llevaran a los gemelos a presenciar el resultado de la fase dos de la alteración. La castaña continuamente alejaba la mirada de la pelinegra, sentía tristeza por ella, pero se recordaba a si misma que era amiga del culpable de la muerte de sus padres. Por otro lado, el chico de cabello platinado la observaba detenidamente, cada herida, cada gota de sangre que derramaba, sangre que también había derramado su pueblo, Sokovia.

-¿Qué es lo que nos quieren mostrar con esto?-pregunto Wanda a Strucker.

-Esto es para que vean lo que puede llegar a provocar el suero, quiero saber que están dispuestos a hacerlo-respondió.

-Nosotros prometimos soportar lo que hiciera falta, y tú prometiste vengar lo sucedido-mencionó la joven.

-Y soy un hombre de palabra, querida Wanda-dijo Strucker mientras quitaba la mirada de la pelinegra, quien comenzaba a reaccionar-ante ti tienes la prueba. Prometí vengar el atentado a Sokovia, ¿y qué mejor que torturar a una de las amigas del culpable?-preguntó el hombre- Sabemos que Stark la quiere como su hermana, por lo tanto no la estará pasando muy bien-comentó con una sonrisa en su rostro.

Cuando la joven estuvo consciente, se sintió altamente mareada. Estaba desesperada por salir de ahí, no soportaba quedarse por más tiempo. Sentía su cuerpo pesar toneladas, lo que hacía que no pudiera moverse demasiado. Abrió los ojos con la poca fuerza y voluntad que le quedaba. Aquella pesadez le resultaba insoportable. La primera persona que miró al enfocar la mirada fue al doctor, quien se hallaba al lado suyo; intentó pedirle ayuda, mas las palabras no salían de su boca.

A veces intentaba utilizar su telepatía para hablar con el hombre, pero esta se encontraba casi inexistente desde hacía días, o por lo menos ella juraba que eran días. De pronto, comenzó a sentir un leve cosquilleo en sus manos, para después ver cómo pequeñas chispas de fuego brotaban de ellas. La joven se encontraba tan débil que simplemente dejó que su poder se presentara. El hombre que se encontraba junto a ella la miró con horror, mientras que fuera de la habitación se creaba un nuevo desorden. Gaia forcejeaba con su débil fuerza para soltar las esposas, mas estas estaban lejos de ceder.

-¡Sédenla!-ordenó Strucker. Su voz estaba teñida de preocupación y desespero, ninguno de los soldados se atrevía a acercarse, pues se rostizarían antes de siquiera tocarla.

-Señor, está ardiendo en llamas-dijo uno de los hombres de HYDRA con miedo.

-Debe de haber una forma de...-

Strucker no pudo seguir hablando, pues los gritos de la pelinegra resonaban por todo el lugar, el líder de HYDRA trataba de buscar una explicación a eso, hasta que notó una nebulosa rojiza alrededor de la pelinegra. Al voltear a su derecha, encontró a Wanda manipulado aquel haz de color escarlata con sus manos, la sonrisa de Strucker no podía ensancharse más.

Poco a poco el fuego que cubría a Gaia se fue extinguiendo, hasta que este solo era un destello de color rojo-naranja, para finalmente desaparecer del lugar. El líder de HYDRA de pronto salió del lugar, pero de un momento a otro llego con un aparato parecido a unos audífonos y un cilindro de madera.

-Traigan agua-ordenó el líder de HYDRA, segundos después uno de los soldados se acercó con un recipiente rebosante de agua. Sumergió lo que parecía audífonos y después lo puso en la cabeza de la chica. -Esto es porque debes pagar por tus errores, siempre debes pagarlos-menciono para después poner el cilindro en la boca de la joven y comenzar con el castigo.

Los gritos de Gaia eran amortiguados por aquel artefacto de madera, pero aun con eso se escuchaban nítidamente. Los gemelos eran espectadores de aquel show en primera fila, ambos observaban como el cuerpo de la chica se retorcía por el dolor, además de que el metal en el que estaba recostada aumentaba el efecto de la tortura. Gaia escuchaba como sus costillas y muñecas crujían ante la fuerza que hacía por culpa de las descargas. El doctor solo la miraba con lástima, pues tampoco podía hacer nada, no podía intervenir.

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