Capitulo 3

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Estaba rota. Rota por dentro. Quería morirme, pero por  X razón Dios aún no me dejaba. " -Me cago en Dios- " pensé y reí. Me encontraba tumbada boca arriba en mi vieja cama, mirando el techo.

Después de ver ante mis ojos la propia muerte de mi madre, perdí el rumbo. Comencé a fumar, a salir por ahí todas las noches. Termine drogándome. Me había convertido en un ser repelente. Pero vino él. Él fue el que me ayudó a salir de toda esa mierda. Bueno, seguía en ella, pero no estaba metida en la droga ni nada de eso... Ojalá no se hubiera ido de alumno de intercambio a Inglaterra... sin él me sentía perdida. Danny, mi mejor amigo, era el único apoyo que tenía en este vida. Era el que me conocía de verdad. Y ahora no estaba. Christian y él tenían cierto parecido: nunca perdían la sonrisa de la cara, y eso me proporcionaba tranquilidad. De repente sonó el timbre. No tenía ganas de levantarme, así que hice como si no lo hubiera escuchado, y sonó otra, y otra y otra vez, hasta que me harte y me levanté.

-¡¡¡Ya voy!!!- grité. Me estaba poniendo de los nervios. Me dirigí hacia la puerta y cuando la abrí, no me podía creer lo que veía. Era él, era Danny, y como no, tenía una gran sonrisa en su cara. Me tiré encima de este y lo abracé como nunca nadie. Bueno, a él y a mi madre sólo.

-Hey, tranquila-dijo mientras reía.
-Joder Danny, no te vuelvas a ir nunca. Por favor. Nunca nunca nunca.-dije con rapidez, al borde del llanto.

-Hey, tranquila- dijo acariciándome la cabeza, sin dejar de abrazarme.

-¿Sabes? Pensé que no ibas a volver nunca, que ibas a conocer a una chica inglesa, te ibas a enamorar de ella, se casarían y me dejarías a mí aquí, sola y muerta del asco- murmuré, provocando que Danny se riera.

-Oh vamos,  sabes que eso no va a pasar nunca- dijo aún riendo mientras me miraba.

Nos quedamos en silencio, pero no era incómodo como otra veces, sino tranquilo.

-Tierra llamando a Ona- dijo Danny, mientras pasaba su mano una y otra vez por delante de mis ojos, mientras reía.

-¿Qué?- dije, saliendo de mi mundo.

-Anda ven, que te tengo que contar un montón de cosas- dijo. Cogió mi mano y me levó al salón, donde nos sentamos en el pequeño pero cómodo sofá, y me comenzó a contar todo lo que vivió en su intercambio.

No estás Sola...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora