Capitulo 5

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NO sabes qué esfuerzo hay que hacer para levantarse sin haberse despertado, tronco. Me ocurre cada mañana. Es como si te tiran al agua sin saber nadar. Y encima a mi querida hermana le sucede exactamente lo contrario, parece un canario. Pío, pío, pío... Como no me entero de lo que me pregunta, no puedo contestarle y, ¡claro!, se enfada. Luego está mi hermano que siempre se me adelanta en el desayuno y acapara el periódico. Y claro, no puedo comentar con Dani los partidos de fútbol en el recreo. Mi padre se enfada porque sólo leo las páginas deportivas, dice que ya va siendo hora de que me entere de lo que pasa en el mundo. ¿Para qué? ¿Para cabrearme como él? Que si los políticos son unos sinvergüenzas, que mucho prometer en las elecciones para nada y encima sus sueldos los pagamos todos y, total, da lo mismo que sean de un color o de otro, y no digamos el alcalde, que parece un topo, levantando todas las calles de Madrid, y tanta Comunidad Económica Europea para luego bajarnos los pantalones, ¿y para qué sirve la ONU si no hay más que conflictos armados?... Mejor sería que leyera sólo la cartelera. Pero imagina cómo es mi sueño de profundo que ni siquiera estas animadas mañanas consiguen despertarme del todo. Así que es fácil entender el esfuerzo que tuve que hacer, cuando, nada más asomar mi desgarbada y somnolienta figura por la puerta de la clase, Belén se abalanzó sobre mí casi haciéndome perder el equilibrio. Tenía la angustia y el miedo dibujados en su cara. Me agarró con fuerza por un brazo y me echó a un lado del pasillo.

—¿Has hablado con ella? —susurró—. Es que ya ha llegado Sara y no quiero que nos oiga.

Mi cerebro tuvo que hacer un gran esfuerzo para procesar esa información que le llegaba de sopetón cuando aún no se había despertado. Pero por fin acerté a decir:

—Me ha dicho que nos pasemos esta tarde por la consulta, sobre las cinco.

A veces tengo destellos de inspiración que me salvan de las situaciones.

—¡Buf, menos mal! Estoy con una angustia aquí —se señaló el estómago—, que no puedo tragar bocado.

—Tú, tranquila. Vamos a entrar ya, que ahí viene la Rambo, luego hablamos.

Los lunes la Rambo viene con pilas alcalinas. Seguramente el fin de semana se lo pasa en la montaña aspirando cantidades ingentes de oxígeno y soltando todo el anhídrido carbónico acumulado durante la semana en sus pulmones. ¡Qué energía, macho!, ni café ni nada. En dos segundos ya nos había espabilado a todos y nos estaba llenando la cabeza de fórmulas. Por eso ni nos molestamos en mirar hacia la puerta cuando la voz de Dani dijo:

—¿Da usted su permiso?

Pero sí nos volvimos todos al oír a la Rambo preguntarle:

—¿Qué le ha ocurrido a tu pelo?

Tronco, nos quedamos alucinados, Dani se había teñido el pelo de verde.

—¿Mi pelo? —se sorprendió, como si fuera el de todos los días.

—Sí, tu pelo. ¿Qué diablos te has hecho para que tenga ese color?

—¡Ah, eso! —dijo fingiendo indiferencia—. Es por la función clorofílica, ya sabe, lo mismo que les ocurre a las plantas con el sol.

La carcajada que soltamos se debió de oír en todo el instituto. Macho, con qué aplomo lo dijo el tío. La Rambo dudó unos instantes entre soltar un rugido de esos de león de la Metro o mostrarse fría y digna ante semejante tomadura de pelo. Y finalmente optó por lo último.

—Daniel Rincón, el mundo está lleno de graciosos como tú y hasta la fecha nadie los ha contratado. Supongo que estarás muy desesperado para intentar llamar la atención de esa manera. Pero esa es competencia del psicólogo, no mía. Así que siéntate y procura seguir la clase como los demás —dijo fulminándonos con la mirada.

Nunca seré tu héroe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora