Capítulo 2

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QUE no me pregunte. Que no me pregunte. Que no me pregunte...

—Andrés, ¿podrías decirme cuáles fueron los reinos bárbaros que invadieron Europa en el siglo VI?

—Bueno... es que... justo eso no me dio tiempo. Yo...

—¿Podrías, entonces, decir las causas de las invasiones bárbaras, o tampoco te dio tiempo?

—En realidad, no pude estudiar el tema... Tuve algunos problemas.

—¿Qué clase de problemas?

—Son... ejem... Son... un asunto privado.

—Vaya, exactamente igual que los dos ceros que ya tienes, son privados; única y exclusivamente de tu propiedad.

Qué cabrón, este Sátrapa me adivina el pensamiento. Seguro. Siempre me pregunta cuando no me lo sé. A lo mejor es que me sale algún tipo de letrero en la frente. Tendría que haber hecho como Dani, qué tío, se ha largado a su casa porque tenía ganas de cagar, es la leche. Dice que no puede hacerlo en el instituto, que necesita tranquilidad. Tiene un morro que se lo pisa. Como no hay nadie en su casa... A veces incluso se echa una siestecilla o juega una partida con la consola, y vuelve tan fresco. Encima los profes ni se dan cuenta. Lo llego a hacer yo, y ya están llamando a mi casa. Si es que soy un pringao. Lo mires por donde lo mires. Ya es la quinta vez que sorprendo a Sara y a Jorge cruzándose miraditas, ¡hay que joderse! Sara le habrá contado cosas nuestras. Normal. Lo que hacíamos, dónde íbamos... Hombre, espero que no le haya contado nuestras intimidades. No sé..., tengo la sensación de haber pasado de algún modo a formar parte de la vida de ese pijo. Y me revienta. Además no veo claras sus intenciones. Hombre, no digo que no le guste Sara, porque está como un tren, pero no creo que la quiera como yo... Tengo un nudo en la garganta que hasta me impide respirar. No hago más que rebobinar la película. Solo el roce de su mano hacía que mi corazón bombeara al doble de velocidad. Con ella estaba en otra dimensión. En cambio ahora... Las horas son como losas que me aplastan al caer. Y no hay cielo. O, bueno, si lo hay, no me entero de si es azul o gris. Y es que también el cielo tenía que ver con Sara. Decía que yo era el hombre del tiempo, porque siempre acertaba el color que iba a tener al día siguiente o al atardecer. Hasta que le conté mi secreto: era yo quien lo pintaba por las noches para ella. Y por medio de las nubes le mandaba cantidad de mensajes secretos. ¡Mira esa! ¿Sabes lo que he escrito? Al principio no daba una. Pero, poco a poco, llegamos a tener un código nuestro. ¡La de jeroglíficos que inventábamos! Ni los egipcios. Decía que era imposible aburrirse conmigo. Y ya ves. A lo mejor tiene razón mi hermana, debería hablar con ella. En cuanto acabe el Sátrapa de soltar el rollo, le pregunto si quedamos a la hora del recreo. Lo malo es que siempre tiene al moscón ese rondando...

Por una vez, me alegré de que Jorge fuera un pelota redomado. En cuanto se acabó la clase, salió disparado detrás del Sátrapa a hacerle la rosca.

—Oye, Sara, ¿podemos hablar en el recreo?

—¿De qué quieres hablar?

—Venga, no me lo pongas más difícil... De lo nuestro, ¿de qué va a ser?

—Andrés, ya te dije que estoy saliendo con Jorge.

—Bueno, pero habrá una explicación, ¿no?

—Para ti todo tiene que tener explicación, Andrés. Las cosas pasan...

—¡Hombre, Andrés Díez! Oye, qué mala pata lo del cero; lo siento, chico...

—Venga, Jorgito, déjame en paz, piérdete, ¿vale?

Nunca seré tu héroe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora