1. PORTLAND

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           A veces la vida sigue —dicen—, pero no siempre es verdad.
                                                             A veces la vida no sigue. A veces solo pasan los días. 

   


                                                                                     UNO.

Había llorado hasta quedarme sin lágrimas.

Había gritado hasta destrozar mi garganta.

Había golpeado y roto todo a mi alrededor hasta que de mi solo quedó un cascarón vacío. Un cadáver que aún seguía vivo y no sabía el motivo del porqué.

Ira, dolor, tristeza. Emociones del pasado se juntaban con las del presente, provocando que mi alma y la poca fe que me quedaban se desquebrajaran en un instante. Y después que mis lágrimas ya no salían, mi voz ya no se oía y no tenía fuerzas para mantenerme en pie. Me quedé ahí, inmóvil en el suelo. Dejando que el silencio invadiera cada rincón de lo que alguna vez había estado repleto de risas y juegos, dejando que la oscuridad venciera a la luz, y apagara todos mis sueños.

Me sentía tan vacía, que el más agudo de los sufrimientos parecía no afectarme más.

Incluso en ese avión, a diez mil pies de altura en medio de una tormenta, mi mente estaba tranquila. Era como si el temor ya no tuviera efecto en mi, y quizá, después de todo ya no quedaba nada de lo que llaman miedo en mi interior.

¿Porqué a mi?, ¿Había hecho algo mal?. ¿Acaso era una mala persona para merecer todo lo que había sucedido?. Dejé de hacerme ese tipo de preguntas después de que comprendí que en este mundo, estamos solos.

Que en tus peores momentos, cuando ya no quede nadie a tu alrededor, ninguna presencia celestial vendrá a hacerte compañía. Que las promesas valen muy poco. Que el cáncer se lleva madres y que el crimen arrebata padres. Pero sobre todas las cosas, comprendí que la felicidad no existe, esa es puro cuento que las tontas niñas pequeñas fantasean.

El capitán del vuelo 744 con destino a Oregón está hablando. Puedo oírlo claramente a pesar del murmullo constante de los temerosos a bordo. El fuerte viento que azota la aeronave, hace que sufra sacudidas de vez en cuando, obligando a los pasajeros a aferrarse a sus asientos y haciendo que las azafatas trastabillen a lo largo del pasillo.

Puedo sentir la respiración agitada del hombre junto a mi. Se aferra con fuerza al cinturón de seguridad cada vez que el avión tiembla, mientras insulta a regañadientes a la aerolínea por no hacer un desvío. Aumento el volumen de mis auriculares, metiéndome una vez más en mi propio mundo. Después de eso, en algún momento logro conciliar el sueño ya que después una mano sobre mi hombro vuelve a despertarme.

-Disculpe la despierte, acabamos de aterrizar en destino.

La azafata me sonríe y continúa a través del pasillo ayudando a los demás pasajeros. Cierro el libro sobre mi falda y tomo mi teléfono aún con los auriculares enchufados. Me pongo de pie para poder alcanzar mi mochila sobre el baúl encima de los asientos y una vez me aseguro de tener todo, emprendo camino hacia la salida.

El Aeropuerto Internacional de Portland se encuentra ruidoso. La gente camina de un lado a otro con maletas, algunos corren para evitar perder sus vuelos. Son fechas complicadas y conseguir un boleto de avión de salida, es casi tan difícil como ganar la lotería .

Me aferro a mi pequeña mochila y camino en puntas de pie, tratando por ver por encima de la cabeza de los demás. Pero con mi estatura de un metro y sesenta y cuatro centímetros, es casi imposible. Por fin mis ojos encuentran un hombre de color robusto de espaldas a mi. Observa hacia todos lados con algo de preocupación, mientras pasa la mano por su cabeza sin pelo. Cuando me ve respira aliviado,sus ojos parecen iluminarse y hace su mejor intento para sonreír.

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