3. Día con Papi

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CAPITULO 3

Anastasia hacía el camino desde el enorme armario a la cama donde se encontraba su maleta abierta y casi llena. Podía sentir la miraba de su esposo encima de ella desde el marco de la puerta y trataba de que la expresión en su cara cincelada no la afectara mientras sus ojos la estudiaban como un halcón.

­-¿De verdad lo harás?­ su pregunta salió estrangulada por la ansiedad que sentía en ese momento. Ana dobló su pijama de seda favorito con rapidez para luego mirarlo un minuto. ­

-Sí, Christian.­ le contestó igual de ansiosa. Esto no estaba siendo para nada fácil y la mirada de su marido sobre ella y mucho menos su expresión estaban ayudando. ­

-Pero... No puedes irte así.­ dijo en un murmullo. Entrando a zancadas y sacando el pijama que acababa de empacar su mujer que lo miró con el ceño fruncido. Volvió a tomar la prenda de sus manos y a dejarla en la maleta para que un segundo después estuviera fuera de ella una vez más.

-¡Christian!­ Chilló exasperada

- ­ ¡Ana!­ le contestó igual de frustrado. Si él podía hacer cualquier cosa para que ella se quedara, lo haría. Aun si le llevaba toda la madrugada aquel juego infantil de desempacar lo que ella empacaba. ­

-Christian, ya hemos hablado de esto hasta el cansancio, Por favor­ rogó con aquella mirada azul suplicante que lo desarmaba por completo. Al ver que no respondía tomó la prenda de seda de sus manos y volvió a dejarla en la maleta, procediendo a cerrarla sin darle tiempo a su testarudo esposo de sacar nada.

Si, pero una cosa es hablarlo y otra que suceda. Jamas me he quedado a solas con ellos todo un día. El miedo era un sentimiento al cual no estaba muy acostumbrado antes de conocer a Ana pero ahora era lo que se reflejaba en sus ojos grises.

-Pues siempre hay una primera vez. Estoy segura que podrás manejarlo. Ya lo haz hecho con Ted­ recordó ella a modo de prueba pero su esposo estaba en plena etapa de negación.

-Ésta es una situación distinta.­ apuntó. Ella lo miró y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa que lo dejó desconcertado. ­

-Si mal no recuerdo tú eres muy bueno sobrellevando situaciones­ se mordió el labio para esconder su sonrisa y aquel sonrojo suave no se hizo esperar cuando una lluvia de imágenes inundaron su cabeza. A veces ella amaba las situaciones en las que su marido tomaba el control y su diosa interior estaba de acuerdo con ello.

­ ¿Se burla de mi, Sra. Grey?­ acusó el cobrizo con la expresión más dolida que podía manejar aunque por dentro estuviera conteniendo las ganas de morder aquel labio, duro.

-Jamás me atrevería-­ El guiño que acompañó aquellas palabras fue la señal que estaba esperando para dar un paso cerca de ella con claras intenciones en su mirada. Intenciones que fueron interrumpidas por el sonido del teléfono de su esposa ¿Quién podría llamar a las 4am? ­

-¿Kate?­ su ceja se alzó al oír aquel nombre. Su esposa se alejó una vez más al armario

-Sí, estoy saliendo, te veo en 15 minutos­ colgó y miro el esculpido perfil de su esposo. Se había alejado hacia la ventana de la habitación donde la luna podía verse a un imponente y bañaba el lugar de plata. Podía percibir en sus hombros rígidos la desconfianza en sí mismo por quedarse sólo con sus hijos, lo cual era absurdo, tonto y también imposible de hacérselo entender. Miró hacia la cama con sabanas revueltas en donde hacía poco menos de media hora desnudaron sus almas y una vez mas no creía que éste hombre asustado que veía fuese ese mismo hombre. Su voluble esposo.

La llegada de PhoebeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora