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Mi brazo reposa en la montura del umbral de la casa. Las rosas yacen bajo las baldosas de la entrada y se deslizan, mudas, hasta el punto donde concluye un extremo y da lugar a otras malezas. El sol, paulatino, ilumina la tierra húmeda y la hace áspera, al igual que él rencor que alberga mi alma. Los músculos de mi rostro se tensan y me resulta complejo respirar, como si, automáticamente, mi mente especulara que, al hacerlo, el suelo me engullirá. Cuadro la mandíbula y frunzo el ceño; es hora de ir a la escuela.
Mi hermano menor, Owen, se encuentra en el lapso de la cesación colegial en la enseñanza media, sin embargo, yo, en la preparatoria de nuestra zona rural, me corresponde asistir al bachillerato. Lo sé, puede que se escuche tedioso, pero así es.
Mi madre, conocida comúnmente por la sociedad como la señora Appelt, me palpa el hombro con las puntas de los dedos y me veo obligado a moverme de la puerta. Ella me sonríe y no sé porque siento algo de melancolía en su mirada, como si su ademán fuera hueco. Detrás de ella, flanqueándola, se encuentra Owen aferrado a su muñeca.  No se parece a mí, él tiene una larga cabellera de tono blondo, y yo, al contrario, luzco una de tornasol trigueño; asimismo, el tiene los ojos verdes de mi madre y yo, del mismo modo, los iris castaños de mi difunto padre, Jack.
-Vamos - apunta mi madre, arqueando ambas cejas-.  llegarás tarde si no nos vamos ya.
-Bien -respondo, un tanto brusco.
Me bajo de la tarima de madero  rojizo y esta crepita bajo mis botines. Cuando por fin nos encontramos los tres sobre el lodo semiseco, animáramos el paso y emprendemos a andar.
Juntos.

El Departamento X.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora