PRÓLOGO

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Encima de una pequeña mesa de madera, se encontraba una pila de papeles sin revisar, sobres membretados con sellos de urgente e incluso avisos de banco por incumplimiento de pago. Suspiro tras suspiro, la sensación de impotencia que tenía en ese momento era horrible. Sostuvo entre sus manos los sobres que creyó más urgentes.

—Cuentas...— murmuró con pesar.

La desesperación palpitaba bajo su piel. No sabía qué hacer. Los tres empleos de medio tiempo que tenía, no le alcanzaban para cubrir los gastos del pequeño departamento, debía en todas partes e incluso estaba por ajustar el tercer mes de renta sin pagar. Si no fuera porque Soo Joo era una mujer muy comprensiva, ya lo hubiese sacado a patadas.

Jalaba sus cabellos azabaches con frustración, sentía su piel temblar. La ira y el coraje le estaban terminando de amargar. Todos aquellos problemas no eran propios de un hombre de apenas veintisiete años. Choi Seung Hyun, era un hombre de clase media-baja, con responsabilidades que pocas veces debían de estar en manos de una persona tan joven.

Vivía en un pequeño departamento, acompañado por aquella que iluminaba su día, renovaba su alma y permitía a su corazón seguir adelante, Eun Ji. Los dos vivían al día, con el sueldo de los tres empleos del pelinegro, y aun así con el valor y la entereza de una familia.

La lluvia podía verse a través de la ventana de la pequeña cocina, las gotas resbalaban en el cristal, empañándolo. Los ensordecedores truenos se escuchaban bastante cercanos. El frío lograba colarse en la estancia, llegando a erizar su piel y los vellos de su nuca. Sentía la nariz y los dedos helados y entumecidos. A pesar de las inmensas ganas que tenía de ir a recostarse, debía primero terminar de repartir el dinero de la quincena; por lo menos podría cubrir dos meses de renta atrasados y abonar a un par de deudas, o por lo menos los intereses.

—Quizás un cuarto empleo de medio de tiempo, o aceptar el puesto de cargador en la fábrica los domingos.— consideró.

Sin embargo, si tomaba un cuarto empleo entre semana, tendría que dormir aún menos y eso afectaría a los otros tres empleos. Definitivamente no era opción viable, mucho menos si consideraba que con el trabajo que ya ejercía, apenas y pasaba tiempo en casa.

Escuchó las pisadas en el pequeño pasillo, al parecer su alboroto había terminado por despertar a la dulce castaña, después de todo, casi era media noche. Mirando hacia el pasillo que daba a la recamara, se encontró entonces con ese par de ojos caramelo, que le miraban detenidamente.

Ella no era nada tonta, sabía la situación del pelinegro, lo que constantemente le tenía preocupada, sin embargo, ¿Qué podría hacer ella? Ladeando gentilmente la cabeza, le miró detenidamente antes de tender su delgado brazo en su dirección, incitándole a acompañarla.

—Ya voy a la cama.— la mirada ilusionada de ella le hizo sentirse mal. En definitiva, no podría renunciar a esas pocas horas a la semana que compartía con ella. Su corazón no resistiría.

Levantándose de la silla de madera, la cual crujió con el movimiento, simplemente ordenó todos aquellos papeles y los dejó sobre la mesa, ya por la mañana los guardaría. Caminó hasta aquella que se preocupaba por él, tomó su delicada mano entre la suya mientras ambos caminaban a la recamara. Quizás el día que vendría sería mejor.

*****

Alzando los parpados pesadamente, su mirada tardó breves instantes en enfocar unos grandes y expresivos ojos, los cuales le observaban curiosos.

—Hola.— murmuró ella un poco adormilada.

—Hola, mi amor. ¿Dormiste bien?— ella asintió ligeramente— ¿No ronque esta vez?— sonrieron mientras ella sacudía la cabeza en negación.

AMOR POR CATÁLOGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora