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Pero el dinero de su marido, si pudo darle comodidades y relacionarla bien, no pudo quitarle su mal entendida vanidad y su vulgaridad de burguesa mal intencionada. Vivía muy satisfecha y ufana con su dinero, con su hijo y su sobrina de su marido a quien decía que amaba como a una hija, cuyo su padre fue un valeroso general español, muerto cuando la niña solo contaba con cuatro años de edad, y después ella, el cuantioso capital de la huérfana.
Entre tanto la señorita Olmedo, sola en ka habitación en donde le habían servido de comer, se preguntaba en manos de quien la había arrojado su pobreza. Bien veía que era humillante y despreciativo para ella que la señora de la casa no se hubiera dignado a recibirle ni darle la bienvenida; pero esperaba conocerla y tratarla para saber a que a tenerse: naturaleza formal, recta y pensadora, aguardaba conocer a fondo las personas y las cosas para juzgarlas.
En la casa le habían destinado dos habitaciones: una para dormitorio y otra para que recibiera a sus amigos, si los tenías y si alguna vez la visitaban, pues en la sala de la señora Moreno solo entraban los íntimos de esta y aquellos cuya posición social y pecuniaria les hacia acreedores a tal distinción.
La alcoba de la señorita Olmedo tenia los muebles necesarios y estaba adornada con sumo gusto. Un tapiz de fondo claro, con flores pálidas y vivos dorados, cubría las paredes; cortinas valiosas, blancas un fondo de un color rosado, muy bajo, adornaban las puertas y una ventana que daba al pintoresco jardín. La cama era de hierro, pintada de blanco y con ramitos de azules campánulas, vistosos pensamientos y rosadas fucsias, por adorno; también estaba cubierta con alba colcha de fina tela, cuya inmaculada blancura no era ni mas blanca ni mas inmaculada que la soñadora virgen que descansaría en ella.

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⏰ Última actualización: Mar 27, 2016 ⏰

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Blanca OlmedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora