La gran e inesperada, o puede que no, noticia

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La madre de Mikan levantaba esa mañana a su hija querida GOLPEANDO UNA SARTÉN

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La madre de Mikan levantaba esa mañana a su hija querida GOLPEANDO UNA SARTÉN.

-¡Hijaaa despierta! -canturreaba, aporreando el instrumento con una cuchara de madera como si de un Gong se tratase.

-Mamá ya me levanto -se quejaba la castaña mientras se tapaba los oídos con la almohada. Cada noche rezaba por tener una madre normal y no una con complejo de Rapunzel, pero al parecer Kamisama no escuchaba sus plegarias. 

-Hija te tengo que contar algo -Le dijo conteniendo una sonrisa que inquietó a la joven. Su madre se traía algo entre manos y eso no podía significar nada bueno.

-¿Que pasa mamá? -le preguntó rascándose los ojos, somnolienta. Intentaba contener un bostezo, pero lo que no sabía es que con la noticia que le daría su madre esta se abriría hasta tal punto que casi se dislocaría la mandíbula.

-Me iré de viaje con mi amiga Kaoru, así que te quedaras sola con su hijo, Natsume, aquí -dijo de forma apresurada e inmediatamente empezó a reír. Aunque eso a Mikan le pareció más un trabalenguas que otra cosa, entendió perfectamente las palabras de su madre y en el tiempo que la información tardaba en procesarse en su cerebro, a sus mejillas le dieron tiempo de teñirse de un intenso color rojo al imaginarse a un pequeño Natsume Hyuga ahora convertido en todo un apuesto caballero. Bueno, lo de caballero no sería tan cierto como ella creía y no tardaría mucho en comprobarlo.

-¡¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉEÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ?! -Gritó tan fuerte que los gatos que se encontraban durmiendo en el tejado se despertaron asustados y enfadados, pues la adolescente que aún usaba coletas no les había dejado disfrutar de la tan merecidísima siesta rejuvenecedora  (porque sí, las siete vidas no se recargaban solas) que se habían ganado después de pasar la noche cantándoles serenatas a las ratas bajo la luna llena, para luego comérselas, eso sí, con mucho cariño y disfrutándolo. Mientras tanto, la chica abría la boca y la cerraba sin parar, como un pez que intenta respirar debajo del agua y se da cuenta de que ha olvidado como usar sus branquias. 

-Tranquila mi amor solo será una semana, en una semana no puede pasar nada o ¿si? -preguntó su  madre a Mikan con una sonrisa pícara y levantando una ceja de forma acusadora.  

-Claro que no mamá.Que estupideces dices -le contestó la  muchacha con la cara como un tomate y la cabeza echando humo como un tren. ¿Su madre no podía dejar de avergonzarla al menos durante un día?

-Hija estás roja. ¿Estás bien? ¿No te habrá subido la fiebre al recordar como Natsume y tú os dabais baños de burbujas juntos cuando eran niños? -le cuestionó, intentando no reír al ver la cara de su hija adoptar un tono semejante al del fuego de una hoguera recién encendida. ¿Acaso había encendido un recuerdo en su mente que había desaparecido por muchos tiempos? ¿O tal vez esa solo sería la chispa de la llama de un amor de la infancia que se volvería a aviva. Tranquila te doy mi permiso, pero cuidado no quiero ser abuela tan pronto -río mientras le tocaba la frente para comprobar su temperatura corporal, aunque sabía perfectamente que el calor que encendía las mejillas de la muchacha no se debía a una común fiebre o resfriado que cualquier medicamento pudiera aliviar. Ella sabía que solo había una cura para esos recuerdos que Mikan había guardado bajo llave en el cajón de los juguetes que compartió mucho tiempo con Natsume y en su propio corazón que aún no lo olvidaba. A pesar de los numerosos intentos de la castaña de olvidar al azabache que se colaba en sus sueños cada noche, insistiendo en que vivieran juntos todas esas aventuras de nuevo, en las que ella siempre se tropezaba y él la acababa llevando en brazos, a pesar de decirle que era una pesada, en las dos acepciones de la palabra; madre e hija sabían que ella seguía siendo una niña que se hacía dos coletas cada mañana con la esperanza de que otro niño no hubiera crecido y que al ver cualquier tontería, como los capullos de cerezos que se empezaban a cerrar con la llegada del otoño, se acordara de la que una vez fue su mejor amiga y como las flores con las que compartía nombre, siempre hacía la felicidad florecer con una simple sonrisa. Al fin y al cabo, algunas cosas nunca cambiaban, a pesar de que ellos creían que lo habían hecho.

Tu y yo solosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora