V. En las nubes.

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Había decidido pasar al departamento de Klaus, ya que el músico le ofreció un poco de chocolate —el cual Asier nunca le llevó—

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Había decidido pasar al departamento de Klaus, ya que el músico le ofreció un poco de chocolate —el cual Asier nunca le llevó—. Se encontraban sentados en la mesa de la cocina uno enfrente del otro. Anna trataba de ignorar la mirada de Klaus, pero cada dos segundos volteaba a verlo y sentía que se moría. Gracias a que Anna soplaba a cada rato el vaho que salía de la taza, sus labios se entreabrían. «Son tan carnosos», deseó Klaus. Al hacer aquello, el músico trataba a toda costa de no quedarse viendo aquel par de labios.

Usualmente nunca le pasaba ese tipo de cosas —de quedarse callado mientras observaba a una bella chica— y más si se encontraba enfrente de él. Sin más que hacer, Klaus se paró de la silla y caminó hacia el refrigerador. Lo abrió y fingió buscar algo. «Quizás el aire fresquito me calme las testosteronas».

—¿Soy el único que se siente nervioso ahora? —susurró Klaus.

—¿Perdón?

Rayos. «Y ahora qué va a pensar Anna de mí?, ¿que soy un loco que habla con los refrigeradores?, ¿o que me estaba confesando?», empezó a preguntarse el músico con ansiedad.

—Anna...

La nombrada volteó a ver a Klaus, quien seguía dándole la espalda, pero ya no buscaba nada en el refrigerador.

—¿Sí?

—¿Quieres algo de comer?

—Sí.

— bueno, porque me estoy muriendo de hambre.

Al escuchar aquello, Anna no supo si malpensar o no. ¿Qué tipo de hambre tendría? «¡No! ¡Shu!».

Anna, ayúdame a bajar esa lata que está ahí. —Le señaló la alacena.

Parándose de la silla, caminó hacia la puertecita de la alacena, estiró su mano y al hacerlo se dio cuenta que no alcanzaba. Empezó a alzarse de puntitas para así poder bajar la lata. Sin embargo, le fue inútil.

Mientras que Anna luchaba con aquella fea lata, Klaus ponía un poco de agua en una cacerola para hacer espagueti. Cuando se dio la vuelta, vio que la cintura de Anna se marcaba más de lo normal y su ropa se había subido un poco. En ese momento se acordó del "baile seductor alza blusas" que Anna le brindó la noche anterior.

Caminó hacia Anna, se detuvo detrás de ella, alzó su brazo derecho y bajó la famosa lata. El respirar de Klaus se detuvo en el oído de Anna.

La piel de la castaña se erizó al sentir el respirar cerca. Tenerla tan cerca empezó a matar al músico lentamente. «¡Fuera impulso de estupidez!», suplicó Klaus.

—Tu casa no fue diseñada para hobbits... —rompió el momento.

Klaus la miró con mala cara y movió su cabeza de un lado hacia otro. Luego de varios minutos, el desayuno estaba preparado. La mesa se encontraba decorada por un pequeño florero.

En tus labios [ET #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora